
EEUU y Canadá tienen, o tenían hasta ahora, dos de las economías más interrelacionadas del mundo. Durante años, los dos países han unido sus cadenas de suministro y complementado sus mercados, de forma que Canadá funcionaba, prácticamente, como un estado más de EEUU en muchos sentidos. Pero todo ha cambiado desde que EEUU eligiera como presidente a Donald Trump, al que esa unión 'de facto' no le parece suficiente y que está decidido a convertir a Canadá en parte del territorio estadounidense por las buenas o por las malas. Pero su principal medida de coacción, una guerra arancelaria, puede volverse en contra de EEUU gracias a esa unión, que se ve especialmente en el mercado energético. Y Canadá ya lo ha advertido, anunciando un recargo especial a la electricidad que vende a EEUU y amenazando incluso con desconectar a su vecino.
Este lunes, el 'premier' de la provincia de Ontario, el recién reelegido Doug Ford, ha anunciado una batería de medidas de venganza contra EEUU, jugando con una de sus principales cartas: la electricidad. Ford ha puesto en marcha un recargo del 25% de la energía que vende a EEUU, especialmente a los estados del norte del país. Así, al contrario que los aranceles, el castigo no lo pagarán sus propios ciudadanos, sino los del vecino del sur. Un doble golpe para los consumidores estadounidenses de electricidad canadiense: ahora tendrán que pagar un un recargo del 25% a la de Hacienda de Ontario y, sobre esa cantidad, otro arancel del 10% a la de EEUU. Un aumento del 37,5% en los impuestos a la electricidad con el que se encuentran de golpe y porrazo, gracias a las medidas de su presidente. Y Ford ha ido más allá, amenazando con cortar el grifo de electricidad por completo si los aranceles de Trump se extienden mucho tiempo.
Y si Ford puede hacer esto es porque, como le gusta decir a Trump, Canadá tiene 'cartas' con las que jugar. EEUU es un país que, sobre el papel, tiene la deseada independencia energética: tiene suficiente gas, petróleo y electricidad para satisfacer todas sus necesidades. Pero en la práctica no es así: EEUU sigue importando enormes cantidades de petróleo y electricidad desde Canadá. ¿Por qué? La respuesta es compleja, pero el resumen es muy sencillo: porque es más barato que utilizar sus propios recursos.
En el caso del petróleo, por ejemplo, la gran mayoría de las refinerías estadounidenses están diseñadas para operar con el petróleo pesado que llega desde Canadá. Cada día de 2024, Canadá exportó 4 millones de barriles de petróleo a su vecino del sur. Una vez refinado, EEUU se queda con una gran parte y exporta el resto de vuelta a Canadá, que depende de su vecino del sur para un buen porcentaje de su gasolina ya refinada. El resultado es que EEUU se ha convertido en una máquina de importar y refinar petróleo canadiense: ya importa más petróleo de su vecino del que importaba de los países de la OPEP a finales de la década de 1990.
¿Y qué hace EEUU con su propio petróleo? Venderlo a otros países. Al final, un barril de petróleo tiene demanda en todas partes. Pero el petróleo de EEUU es más ligero y fácil de refinar, por lo que es más caro, mientras que el de Canadá es más pesado y complejo de transformar en combustible, por lo que es más barato. Así, las firmas estadounidenses importan petróleo de Canadá a unos 52 dólares el barril y venden el suyo algo más de 65 dólares. Un negocio redondo.
EEUU podría, en teoría refinar su propio petróleo y no necesitar importaciones de nadie. Peor hay un problema: la gran mayoría de sus refinerías están diseñadas para procesar petróleo pesado canadiense. Y reformar una refinería de arriba abajo para adaptarla al tipo de crudo local costaría miles de millones de dólares y años de reformas. Y durante ese tiempo, esas refinerías quedarían fuera de funcionamiento y EEUU sufriría una escasez de gasolina, porque nadie estaría refinando suficiente crudo. Un desastre económico.
A eso se suma la de la electricidad. EEUU puede producir suficiente energía eléctrica para suministrar a su propio mercado, especialmente con gas natural. Pero es más rentable vender ese gas a Asia o Europa, donde la demanda y los precios son mayores, que quemarlo en la misma EEUU. Así que el país depende de las compras de energía desde Canadá: en 2022, más de 60 millones de MW/H. De nuevo, el acuerdo es mutuamente beneficioso: cuanto mayor sea un mercado eléctrico, más fácil será cuadrar la demanda y la oferta para equilibrarla. Sin ir más lejos, en los dos últimos años, cuando Ontario y Quebec sufrieron fuertes sequías, EEUU exportó más energía a esas dos provincias, compensando su caída de producción.
Sin embargo, Trump ha decidido volar todos estos mercados, desarrollados durante décadas y que beneficiaban mutuamente a ambos países, con unos aranceles del 10%. Lo más irónico es que el nivel del 10% para la energía es inferior al del 25% para el resto de productos, en un reconocimiento de la importancia de la energía canadiense para EEUU. Pero, aun así, Trump se ha limitado a reducir el 'castigo' a ese sector, sabiendo que los propios estadounidenses acabarían pagándolo, en vez de ahorrárselo completamente.
Unos aranceles sin sentido económico
El problema, al fin y al cabo, es que estos aranceles no tienen ningún sentido económico. Los impuestos a las importaciones tienen como objetivo desincentivar la compra de productos extranjeros para defender a los productores locales. Europa ha puesto aranceles a los coches eléctricos chinos, por ejemplo, para dar tiempo a la industria del automóvil europea a desarrollar vehículos eléctricos propios que puedan competir con los asiáticos.
Pero este no es el caso con EEUU y Canadá. Desde hace años, ambos países han integrado sus sistemas energéticos y sus cadenas de suministro comerciales en un acuerdo mutuamente beneficioso. Trump, mirando a los números en un papel, insiste en que EEUU no necesita a Canadá para cubrir sus necesidades, y en teoría tiene razón. Pero hace décadas que los agentes que dirigen la economía estadounidense, desde el Gobierno a las principales empresas, concluyeron que era más barato y eficiente depender de su vecino, un aliado con el que tenían una unión económica y militar tan profunda que nunca pensaría en romper relaciones.
Lo que nadie se imaginaba es que fuera EEUU el que decidiera romper su relación, con el fin de derrotar a Canadá en una guerra económica para conquistarla. Como denunció el primer ministro saliente de Canadá, Justin Trudeau, "Trump quiere debilitarnos para poder anexionarnos más fácilmente". La ironía es que los dos países ya estaban más unidos que nunca a nivel económico, y estos aranceles obligarán a EEUU a elegir entre pagar un costosísimo proceso de 'divorcio' o aceptar una subida generalizada de impuestos a los productos de los que depende. Y, a cambio, lo único que han conseguido es que el nuevo premier canadiense, Mark Carney, asegure que "Canadá nunca será parte de EEUU, de ninguna forma o modo".