
No cabe duda de que la inmigración genera un enriquecimiento cultural y en muchos casos económicos que debe ser tenido en cuenta. Además, los ciudadanos que se marchan de un país a otro en busca de una vida mejor suelen hacerlo por necesidad u obligación. No obstante, todo movimiento suele tener factores que suman y otros que no lo hacen tanto o incluso restan. Este puede ser el caso cuando se analiza el impacto agregado que tiene la inmigración en las arcas del estado, es decir, cuánto contribuyen los ciudadanos extranjeros a generar ingresos públicos y que parte de estos ingresos acaparan. Un estudio reciente publicado en los Países Bajos revela que los ciudadanos extranjeros tienen un impacto negativo en las finanzas públicas: reciben mucho más de lo que aportan. Además, este estudio desagrega cuál es el impacto de estas personas por regiones y países. Esta conclusión no resta ni ensombrece todos los aspectos positivos de la inmigración, pero sí debe ser tenida en cuenta a la hora de realizar proyecciones futuras sobre las finanzas públicas, ya que muchas de ellas están basadas en el pretexto de que la inmigración puede ayudar a resolver el problema de las pensiones u otros gastos.
Según el informe The Long-Term Fiscal Impact of Immigrants in the Netherlands, elaborado por Jan van de Beek, Joop Hartog, Gerrit Kreffer y Hans Roodenburg (2024) y publicado por el Institute of Labor Economics (IZA), solo el 20% de los inmigrantes presentan una contribución fiscal positiva a lo largo de su vida. Este estudio, además, analiza los datos específicos del informe, diferenciando por generaciones, regiones de origen y motivos de inmigración, y compara estos resultados con los ciudadanos nacionales. No obstante, esta estadística, contundente a primera vista, está lejos de contar toda la historia. Los datos revelan importantes diferencias basadas en la región de origen, el motivo de inmigración y la generación, subrayando la complejidad de la relación entre inmigración y finanzas públicas.
Los inmigrantes de primera generación muestran un impacto fiscal muy heterogéneo. Los provenientes de países occidentales, como Estados Unidos, Japón o los países escandinavos, tienen una contribución positiva promedio de 42.000 euros por persona. Por el contrario, aquellos de regiones no occidentales, como África Subsahariana o el Cuerno de África, generan un déficit promedio de 167.000 euros. Este último grupo incluye a numerosos refugiados, cuya integración en el mercado laboral es más lenta debido a barreras culturales y económicas. "Por su parte, un recién nacido holandés, en promedio, tendrá un saldo vitalicio neto equilibrado, pero, al combinarse con los inmigrantes, hay un déficit promedio de por vida de 65.000 euros", señala el documento.
Los motivos de inmigración también son determinantes para el impacto fiscal. Los inmigrantes laborales son los únicos que aportan consistentemente una contribución positiva al sistema fiscal, mientras que los refugiados y aquellos que migran por reagrupación familiar generan los mayores costes. Según el informe, el impacto fiscal negativo de los refugiados puede llegar a 400.000 euros por persona a lo largo de su vida. "La baja participación laboral y la alta dependencia de los beneficios sociales explican gran parte de este déficit," destacan los investigadores.
Por otro lado, los ciudadanos nativos en los Países Bajos tienen una contribución fiscal neta promedio de -3 euros. Esta cifra refleja un sistema diseñado para redistribuir ingresos y garantizar la cohesión social (los nativos consumen recursos públicos desde su nacimiento hasta su incorporación al mercado laboral y la etapa final de sus vidas). En comparación, los inmigrantes de regiones no occidentales representan un coste neto de 18.200 millones de euros al año, mientras que los inmigrantes occidentales contribuyen positivamente con 900 millones de euros.
Grandes diferencias según regiones y países
"La clasificación revela diferencias importantes dentro de los continentes. En América Latina, los inmigrantes provenientes del Caribe tienen una contribución neta mucho más baja (–195.000 euros) en comparación con los inmigrantes de los países del sur económicamente más desarrollados, como Brasil y Argentina, que forman parte de la unión aduanera conocida como Mercosur", señala el informe.

En África, el contraste es notable entre los inmigrantes del sur del continente, quienes realizan una contribución neta positiva de 180.000 euros, y los inmigrantes provenientes del resto de África. La inmigración desde la región del sur de África, en su mayoría procedente de Sudáfrica, incluye en gran parte a inmigrantes con raíces holandesas recientes o más antiguas, destaca el informe.
Por otro lado, los inmigrantes de la región del este de África presentan una contribución neta negativa moderada, mientras que los inmigrantes de otras regiones africanas muestran contribuciones netas negativas significativas. En particular, los inmigrantes provenientes del Cuerno de África y de la región de Sudán (con países como Somalia, Etiopía y Eritrea, de donde proviene un gran número de solicitantes de asilo) generan una contribución negativa sustancial, que asciende a aproximadamente –315.000 euros.
Dentro de Asia, las contribuciones netas negativas comparables (inferiores a –320.000 euros) corresponden a los inmigrantes provenientes de la región de Afganistán, Irán, Siria e Irak, también una región típica de origen de solicitantes de asilo. Asimismo, resulta llamativa la diferencia entre la contribución neta de los inmigrantes de Pakistán (–150.000 euros) y la del resto del subcontinente indio (15.000 euros). "Estas regiones comparten una gran parte de su cultura e historia, pero aparentemente muestran dinámicas diferentes en relación con la inmigración hacia los Países Bajos", según señala el documento.
Por último, hay un marcado contraste entre los inmigrantes de Israel, que con esta clasificación realizan la mayor contribución neta dentro de Asia (75.000 euros), y los inmigrantes de los países circundantes de la península arábiga, Jordania y Líbano, cuya contribución es negativa (–150.000 euros).
La inmigración occidental
Los inmigrantes de primera generación provenientes de países occidentales generalmente hacen una contribución positiva. Esto es especialmente notable en el caso de Japón, Francia, Suiza, Escandinavia y los países anglosajones, siendo América del Norte el caso más destacado con una contribución neta de 210.000 euros. En menor medida, ocurre lo mismo con varios otros países europeos.
Por otro lado, los inmigrantes de países de Europa Central y Oriental, como Rumanía, Bulgaria, Polonia y los estados bálticos, tienen un coste neto de entre 40.000 y 50.000 euros. Finalmente, dentro de Europa, los inmigrantes de regiones típicas de origen de solicitantes de asilo, como la antigua Yugoslavia y la ex Unión Soviética, generan las contribuciones netas negativas más significativas, de entre –100.000 y –130.000 euros.
Uno de los hallazgos más relevantes es la influencia de las diferencias culturales y económicas. Los inmigrantes provenientes de países con "una distancia cultural menor respecto a Europa protestante" tienden a integrarse más rápidamente y a aportar más al sistema fiscal. En cambio, aquellos de regiones con mayores barreras culturales enfrentan mayores dificultades para integrarse al mercado laboral.
La segunda generación
El informe también resalta la importancia del sistema educativo. Aunque las segundas generaciones alcanzan niveles educativos similares a los nativos, los retornos de esta educación en el mercado laboral son menores. Esto se traduce en una menor recaudación fiscal. "La disparidad no radica en la educación alcanzada, sino en los retornos de dicha educación", afirman los autores.
Para ilustrar las diferencias por regiones, el informe destaca que los inmigrantes de segunda generación de Norteamérica aportan una contribución positiva de 210.000 euros por persona, mientras que aquellos del Cuerno de África tienen un déficit promedio de -315.000 euros. "Estas cifras subrayan cómo factores económicos y culturales influyen en la capacidad de los inmigrantes para integrarse y contribuir", señalan los autores del informe.
Solo en unas pocas de las 42 regiones examinadas en la segunda generación realiza una contribución neta positiva significativa. Esto se debe a que las segundas generaciones nacen ya en los Países Bajos y consumen recursos públicos desde niños (lo que genera un importante saldo negativo) que luego es difícil compensar en un estado de bienestar importante como el de este país. Por el contrario, las primeras generaciones llegan como inmigrantes en edad laboral y empiezan a contribuir directamente en muchos casos.
Por ello, en las segundas generaciones solo hay una contribución neta positiva en los 'inmigrantes' de una docena de países, ubicados principalmente en el noroeste de Europa y el este de Asia. En Suiza, Escandinavia y China, la contribución neta positiva de la segunda generación oscila entre 15.000 y 20.000 euros. Las contribuciones netas más altas (95.000 euros) provienen de japoneses con antecedentes de inmigración de segunda generación. Por otro lado, los inmigrantes de los "tigres asiáticos" (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) presentan una contribución presupuestariamente neutra.
Los inmigrantes de Israel y Francia, aunque generalmente se integran bien en la sociedad holandesa, generan costes netos de alrededor de 30.000 euros por individuo. Sin embargo, para la gran mayoría de las regiones de origen, las personas con antecedentes de inmigración de segunda generación realizan una contribución neta negativa a lo largo de su vida. En regiones como la antigua Yugoslavia, Aruba, las (antiguas) Antillas, Surinam, Pakistán, Turquía y el norte y oeste de África, los costes netos rondan entre 200.000 y 300.000 euros por persona. Los casos más negativos incluyen el oeste de África (–390.000 euros), el Caribe (–435.000 euros), la región del Cuerno de África y Sudán (–460.000 euros) y Marruecos (–480.000 euros).
Según la edad de llegada
Muy relacionado con lo anterior, el impacto fiscal también varía según la edad de llegada. Los inmigrantes laborales (llegan solo por motivos de trabajo) que llegan a edades más tempranas suelen tener un impacto positivo, mientras que aquellos que llegan en edades más avanzadas generan déficits debido a su menor participación laboral y mayores necesidades de asistencia. El sistema de bienestar también juega un papel crucial. Los Países Bajos cuentan con uno de los sistemas de bienestar más generosos del mundo, lo que aumenta los costes asociados a los inmigrantes con ingresos bajos o dependencia de beneficios sociales. Este factor, combinado con un mercado laboral competitivo, dificulta la integración de ciertos grupos.
Sin embargo, el informe también ofrece razones para el optimismo. Los inmigrantes laborales, especialmente aquellos de países occidentales, muestran un impacto positivo consistente. Esto sugiere que políticas enfocadas en atraer talento cualificado podrían mejorar el equilibrio fiscal. Además, la mejora en los resultados educativos de las segundas generaciones podría traducirse en mayores contribuciones fiscales en el futuro.
En conclusión, el informe de Van de Beek y sus colegas proporciona una visión detallada y matizada del impacto fiscal de la inmigración en los Países Bajos. Aunque algunos grupos de inmigrantes representan un coste neto significativo, otros aportan beneficios tangibles. Comprender estas diferencias es esencial para diseñar políticas migratorias que maximicen los beneficios económicos y promuevan la cohesión social y contribuyan a sostener el estado de bienestar. Como concluyen los autores: "Solo un enfoque integrado, que combine educación, empleo y políticas de integración, puede garantizar un equilibrio fiscal sostenible."