
Medir la riqueza y la prosperidad de forma correcta se ha convertido en uno de los grandes retos de los economistas en las últimas décadas. El PIB y la renta per cápita son los indicadores más utilizados y a los que se presta más atención. Sin embargo, cuando se realizan comparaciones entre países hay algo que chirría, sobre todo cuando se trata de medir el bienestar. ¿De verdad viven mejor los saudíes que los canadienses, según la renta per cápita?
Otro ejemplo muy claro se pudo ver en los años previos a la crisis de 2008, cuando un país africano como Guinea Ecuatorial alcanzó una renta per cápita superior a la de España o Portugal. Para intentar limar estas incongruencias, los economistas han ido confeccionando otros indicadores más allá del PIB para intentar recoger el bienestar de la población. Uno de estos indicadores, el más importante de ellos, revela que el bienestar de los españoles es superior al de franceses o italianos, dos países que superan a España en renta per cápita de forma clara.
Recientemente, el Banco de España destacaba las limitaciones del PIB como indicador económico. En su última entrada del blog del instituto monetario explicaban que la evolución económica y social de las últimas décadas hace cada vez más evidente la necesidad de complementar el PIB con otros indicadores para cuantificar nuestro nivel de bienestar, aunque resulta difícil concretar cuáles serían tales indicadores y cómo medirlos de manera precisa.
Lo que parece evidente es que el PIB y el PIB per cápita son imperfectos para medir el bienestar. El PIB mide el valor monetario de la producción de bienes y servicios en un territorio, normalmente en un año o trimestre. Se puede medir o definir por el lado de la demanda, la oferta y de las rentas de la siguiente forma. Por el lado de la demanda se suma el consumo, la inversión y las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones); por el lado de la oferta se suma la producción de todas las empresas del país; mientras que por el lado de la renta se suman, valga la redundancia, las rentas (salarios, beneficios, etc.) de los agentes económicos.
Indicadores imperfectos
El PIB y la renta per cápita, es decir, el ingreso por habitante, son medidas muy utilizadas para medir el desarrollo económico de un país. De acuerdo con estas métricas, España se sitúa entre las 20 mayores economías del mundo y se considera un país de ingresos altos. Pero Gabriel Quirós Romero, asesor de la Dirección General de Economía del Banco de España, cree que el bienestar se relaciona directamente con la calidad de vida, mientras que el PIB se limita a cuantificar la actividad económica. Al emplear el PIB como un reflejo del bienestar, emergen sus carencias de manera patente.
El bienestar económico, explica Quirós Romero, carece de una definición universalmente aceptada, pero se suele evaluar incorporando elementos más allá del PIB, como el consumo, la renta disponible, la distribución de la riqueza y otros factores clave. En contextos donde la desigualdad de ingresos es elevada, como sucede en muchos países en vías de desarrollo, el bienestar económico agregado tiende a ser significativamente menor, a pesar de los avances en términos de actividad económica. Por otro lado, el concepto de bienestar es más amplio y subjetivo, depende profundamente de las preferencias sociales y culturales de cada sociedad. Incluye dimensiones como la salud, la seguridad, la calidad de las instituciones e incluso factores como el medio ambiente o la felicidad. Este enfoque reconoce que la calidad de vida no se mide exclusivamente en términos económicos, sino en una combinación de elementos tangibles e intangibles que afectan directamente a las personas.
Entre estos indicadores, el rey es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) es una herramienta creada en 1990 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el objetivo de ofrecer una visión más completa del bienestar de los países, más allá del simple análisis de la renta per cápita. Este indicador busca medir el progreso humano en tres dimensiones fundamentales: la salud, representada por la esperanza de vida al nacer; la educación, que combina el promedio de años de escolaridad de los adultos y los años esperados de escolarización de los niños; y el nivel de vida, medido a través del ingreso nacional bruto (INB) per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA).
Un indicador más humano
El indicador que utiliza la ONU es mucho más completo que el PIB o el PIB Per Cápita, pero plantea el gran problema que padece todos los indicadores compuestos, su ponderación, lo que añade siempre subjetividad y arbitrariedad, que lleva al dato a ser menos preciso que un indicador cuantitativo puro. En este caso, el IDH se obtiene a través de la media geométrica de los tres componentes y abre la interrogante de si alguno de ellos debería tener más peso.
España, a pesar de tener una renta per cápita inferior a países como Francia o Italia, se sitúa por delante de ellos en el IDH debido a su destacado desempeño en otras dimensiones clave. España ocupa el puesto vigesimoséptimo. Por ejemplo, la esperanza de vida al nacer en España es una de las más altas del mundo, atribuida a su sistema sanitario universal, la dieta mediterránea y un estilo de vida que favorece el bienestar. Además, España muestra buenos resultados en el acceso a la educación y en los niveles promedio de escolarización, factores que equilibran la balanza frente a economías con mayor riqueza per cápita, pero con desafíos en otras áreas del desarrollo humano.
Sin embargo, a la hora de descomponer el indicador, España sale muy mal parada aislando el componente económico. Cae al puesto cuadragésimo en función de los ingresos per cápita. Siguiendo el ejemplo con Francia e Italia, el vecino del norte ocupa la plaza vigesimoctava y el país transalpino la trigésima cuarta. Francia queda lastrada en el IDH por su baja posición en la esperanza de vida (la 16º frente a la 9º de España) y a Italia le pasa parecido con los años esperados de escolarización (la 28º posición frente a la 17º de España).
El IDH es un giro humanista para los datos fríos económicos y busca un equilibrio entre la riqueza y los indicadores de bienestar. Las grandes potencias económicas suelen salir desmejoradas en estas fotos. EEUU está fuera de los veinte primeros países en el ranking del IDH y China, la segunda economía del mundo, no aparece hasta el puesto 78º. Ni siquiera los estados que nadan en petróleo o gas, como Qatar, Arabia Saudí o Emiratos Árabes, ocupan las primeras posiciones. Son los pequeños países con un estado de bienestar muy desarrollado dominan este indicador. Suiza, Noruega, Islandia, Hong Kong y Dinamarca son los países que se encuentran en lo alto de la tabla.
La clave del IDH radica en su capacidad para descomponer el desarrollo en aspectos concretos que afectan directamente la calidad de vida. Esto permite que países con pilares sociales, de seguridad y de bienestar fuertes, como España, puedan destacar incluso frente a economías más ricas.