Economía

La productividad, la deuda pública y la vivienda lastran la riqueza de los hogares

  • Un total de seis desafíos amenazan a la economía española en 2025, pese a su crecimiento récord
  • El avance del rendimiento por hora y trabajador en nuestro país es la mitad del promedio europeo
  • La escasa inversión productiva limita el potencial de crecimiento de la economía española
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press
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España inicia otro año de expectativas muy positivas, en el que su economía estará en condiciones de crecer "por encima del 2,4%", según estimó el ministro Carlos Cuerpo esta misma semana. Ese éxito, no obstante, volverá a ser insuficiente para corregir la gran deficiencia que nuestro país arrastra desde hace décadas en comparación con los países de su entorno: la comparativamente baja riqueza de sus hogares. En total, pueden identificarse seis factores internos -excluyendo ahora el muy incierto contexto internacional- que lastrarán la economía española con especial incidencia en 2025.

Tres de ellos, la baja productividad por hora y trabajador, la crisis de la vivienda y la incapacidad de doblegar la ya muy alta deuda pública seguirán minando directamente la riqueza de los hogares. Esta variable, medida en términos de PIB per cápita, presenta un comportamiento por completo anómalo que la mantiene de modo ya crónico por debajo del promedio de la Unión Europea. Es el resultado del crecimiento casi anecdótico, del 0,1%, que la riqueza media de los españoles experimenta desde 2019, según Eurostat.

En paralelo, deben considerarse también los daños con que amenazan, en múltiples ámbitos, la reducción de la jornada laboral que Trabajo quiere llevar ya al Congreso en febrero, pese a sus choques con Economía o la nueva prórroga de los Presupuestos del Estado, que mantiene a autonomías y ayuntamientos sin una senda de déficit y deuda clara a la que atenerse.

Las autonomías de régimen común tienen ante sí igualmente una ya insoslayable reforma de su sistema de financiación que debe cuadrar el círculo, al combinarse con la financiación singular catalana que el PSC prometió a ERC el pasado verano.

Nadie puede negar que el cohete en que se ha convertido la economía de nuestro país, según el presidente Sánchez, seguirá encontrando su gasolina en el auge del turismo, el empuje de las exportaciones a la espera de lo que ocurra con la guerra comercial que Trump desencadene y el gasto público.

Pero ninguno de esos factores puede evitar que la riqueza per cápita continúe deteriorándose. El ya arraigado desfase entre oferta y demanda de vivienda para compra o alquilar contribuirá decisivamente a ello. Los precios en las adquisiciones volvieron a elevarse a una tasa superior al 10% en 2024, lo que aumenta a cerca de ocho el número de salarios anuales íntegros que los ciudadanos tienen que destinar, en promedio, a la compra de vivienda.

Menos perceptible, pero igualmente dañina en el futuro, es la evolución de la deuda de las Administraciones. El pasivo público se reducirá entre 2025 y 2028 ligeramente por debajo de la barrera del 100% del PIB, de acuerdo con los pronósticos de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), en gran parte por el efecto meramente estadístico propiciado por el crecimiento del denominador de esta ratio, el PIB. Pero la propia AIRef advierte de que se producirán repuntes ante la ausencia de todo plan de ajuste del gasto público, que exigirán mayores alzas de impuestos y detraerán más riqueza del contribuyente.

Décadas de baja productividad

No obstante, si España tiene un reto de vital importancia, heredado de las décadas anteriores y con plena vigencia en el futuro, es la falta de productividad. Este indicador mide el rendimiento por trabajador y está condicionado por factores como la composición del mercado laboral, el tamaño de las empresas, la inversión o la capacidad para absorber la tecnología y adaptarse a los cambios.

Para el próximo curso, el panel de previsiones de Funcas que recoge el consenso de una veintena de casas de análisis privadas, así como las principales instituciones públicas e internacionales, todavía recoge un leve avance del 0,6% que se modera desde el 0,8% pronosticado para el cierre del pasado 2024.

"El rendimiento de la productividad española ha caído por debajo de la media de la OCDE durante las últimas décadas, lo que tiene importantes implicaciones para el crecimiento de los salarios reales y el nivel de vida general. De hecho, el crecimiento de los salarios reales en España se ha mantenido cercano a cero desde la década de 1990, e incluso se volvió ligeramente negativo en la década de 2010, al no poder seguir el ritmo del ya débil crecimiento de la productividad", explica la institución con sede en París.

En la última década (2013-2023), se constatan importantes diferencias de productividad en el seno de los Veintisiete países que componen la Unión, donde sobresale Irlanda. En la escala que recoge el Consejo General de Economistas (CGE) preocupa el estancamiento de España, que se mantiene en mitad de tabla, por debajo de la media del conjunto de países y con buena parte de las economías otrora en la zona baja que comienzan a ganar tracción.

Bulgaria, Eslovaquia, Irlanda, Letonia, Malta, Polonia y Rumania son los países en los que la productividad se incrementa de forma más intensa. Por el contrario, cinco Estados miembros (España, Francia, Grecia, Italia y Luxemburgo) han experimentado variaciones en su productividad real por debajo de la mitad del valor promedio. Si hace una década España tenía una mayor productividad del trabajo, hoy es algo inferior. Ello quiere decir que ha dado un paso atrás en este aspecto.

El análisis de los Economistas indica que únicamente cinco regiones (País Vasco, Comunidad de Madrid, Comunidad Foral de Navarra, La Rioja y Cataluña) alcanzan valores de productividad iguales o superiores a la media comunitaria durante la última década. Esta brecha con la Unión Europea motiva, además, una brecha de riqueza que se ha ampliado.

En todo caso, la paradoja de este indicador siempre es su comportamiento en tiempos de crisis. Cuando la economía española ha entrado en barrena y ha habido despidos, especialmente en la crisis financiera, la productividad por empleado ha mejorado. También dificulta el cálculo el (des)control de las horas que trabaja la población activa, un matiz a tener en cuenta. Si mejora la productividad en una crisis, ¿hay un cambio en la composición del empleo o más inversión? No, simplemente el denominador del PIB suele caer menos de lo que lo hace el empleo y la productividad tiene una fase de 'mejora', cuando la realidad es un retroceso de la actividad.

El ministerio de Economía que dirige Carlos Cuerpo quiere ponerse manos a la obra y ha creado un grupo de expertos que empezará a trabar este año. Una de las tareas del nuevo Consejo de Productividad, dependiente del Ministerio de Economía, tendrá como finalidad la realización de informes y análisis para mejorar la competitividad del país, sin duda uno de los retos del curso.

La inversión compromete el crecimiento

La inversión productiva a la que puede acceder cada trabajador marca el potencial desempeño del capital humano, los trabajadores, gracias a los recursos físicos, como la maquinaria, o los intangibles, como los programas informáticos. Este indicador mide el dinero empleado en ese tipo de recursos, excluyendo otro tipo de inversiones improductivas (que no mejoran la capacidad para producir más) como la destinada a vivienda.

En este sentido, las empresas han destinado buena parte de sus recursos en forma de excedentes para pagar la resaca de deuda tras la crisis financiera, dejando de lado la inversión y limitando el crecimiento potencial del país. A cambio, han pagado deuda por valor del 25% del PIB tras la pandemia.

"Un déficit crónico de inversión plantea dudas acerca de las perspectivas de recuperación de la productividad, talón de Aquiles de la economía española", explica Funcas. "La atonía que persistentemente viene mostrando la inversión empresarial en nuestro país supone un riesgo a la baja para la senda de crecimiento del PIB", apuntaba el Banco de España en su último informe trimestral.

Aunque los técnicos del supervisor que lidera José Luis Escrivá esperan una mejora de la productividad que permita recuperar definitivamente los niveles previos a la pandemia, aseguran que la incertidumbre sobrevuela a este indicador. En este sentido, una mejora de la inversión permitiría también mejorar el desempeño en productividad.

El tamaño empresarial importa

Las recetas para corregir este mal endémico que arrastra España las pone también el Fondo Monetario Internacional (FMI): empresas más grandes capaces de ir más allá de las fronteras, y la atomización del tejido empresarial español con una amplia mayoría de pymes es un problema de sobra conocido.

El organismo que dirige Kristalina Gueorguieva, datos en la mano, piden a la Comisión Europea profundizar en el mercado único comunitario, tal y como insistió Mario Draghi en su informe de septiembre. "Los países individuales son demasiado pequeños para hacer frente a nuestros retos", dijo el italiano en un documento que debería estar llamado a mejorar la competitividad del continente y que también sirve en el caso español.

Y es que las grandes empresas se benefician de rendimientos de escala crecientes que favorecen su mayor productividad y, en promedio, son más eficientes. Las grandes y medianas empresas baten a las pequeñas y, especialmente, a las micropymes. Mientras las empresas punteras del país (el top 5% de España) mejoran su productividad al ritmo de la OCDE (un 2%) anual, las rezagadas no compiten con el mismo motor.

Esta regla se cumple exceptuando determinados nichos de servicios empresariales donde las empresas medianas se aprovechan de las ventajas competitivas, la propiedad intelectual o un uso intensivo de las TIC, tal y como cita el Círculo de Empresarios a partir de un informe elaborado por la OCDE. Por lo general, el peso de los servicios asociados al turismo y declive de la industria penalizan el valor añadido que generan los empleados.

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