
En España hay 15,7 ingenieros por cada mil habitantes. De ese total, 1 de cada 5 somos mujeres. Esos números son comparables a de las grandes economías de la Unión Europea. Francia, por ejemplo, tiene 14,7 ingenieros por cada mil habitantes, y un 22% de ellos son mujeres. Italia cuenta con 11 ingenieros por cada mil habitantes y el 18% son mujeres. Y Alemania, el país con más ingenieros de Europa, cuenta 20,4 ingenieros por cada mil habitantes, de los que el 17% son mujeres. A pesar de estos datos, se habla de un déficit de 10.000 ingenieros en los próximos diez años.
Los estudiantes de las carreras STEM se convertirán en los empleados más solicitados del futuro para el impulso de la innovación, el bienestar social, el crecimiento y para desarrollar políticas de adaptación al cambio climático, entre muchos otros desafíos. La ONU ha declarado que la formación en STEM es fundamental para lograr los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Necesitamos más ingenieros y científicos, hombres y mujeres; pero ese desafío tendría una dimensión muy distinta si se reduce la brecha de género actual, acercando a las jóvenes a estas disciplinas en la misma medida que se acercan sus compañeros. Parece evidente que el margen de crecimiento entre las chicas, actualmente, es mucho mayor.
La presencia de mujeres entre los ingenieros de caminos es del 24%, por encima de la media, pero todavía pocas y con una significación por debajo del número que representamos. Esas mujeres referentes, profesionales reconocidas o representantes corporativas, sin duda ayudarían a captar vocaciones. Pero el problema no es solo la brecha de género. Los y las mejores estudiantes, ven como en Europa y también en España, el esfuerzo necesario para cursar una carrera STEM no se corresponde con altas responsabilidades en la gobernanza de la UE o del gobierno de nuestro país. Ya es clásica la comparación con China donde el 80% de los ministros son STEM, mientras en Europa es apenas el 20%. Podemos consolarnos con que los chinos incorporan menos, muchas menos, mujeres que los europeos.
Aumentar la participación de las mujeres en STEM proporcionaría una visión más amplia a la hora de resolver los problemas, añadiría enfoques y sensibilidades. Según un estudio del McKinsey Global Institute, la paridad en esos ámbitos podría añadir entre el 11% y el 26% al PIB mundial en una década.
Centrándonos en la percepción errónea que tienen las chicas sobre las capacidades propias, un reciente estudio de ESADE señala que en la Educación Primaria la ansiedad destaca como un marcador determinante: a los 15 años las niñas tienen una probabilidad sustancialmente mayor de sentirse nerviosas o desesperanzadas que los niños, a la hora de resolver un problema de matemáticas, así como preocuparse más por las notas bajas que los niños. Esto se traduce en el Bachillerato. A la hora de elegir especialidades, la presencia de chicas en ramas técnico-científicas es menor, aunque el porcentaje que completa los estudios con éxito es superior al de los chicos. Estos datos de etapas tempranas anticipan que las brechas se trasladen a la carrera laboral: el porcentaje de mujeres en una ocupación STEM sobre el total de mujeres ocupadas a cierre de 2022 es del 5,5% (3,3% del 2011), en los hombres, esa cifra alcanza el 13% por lo que la ratio es de 2,4 a favor de los hombres. Evidentemente las mujeres que pertenecemos a ese 5,5% no hemos sufrido ese síndrome, aunque algunas han tenido que luchar contra ese síndrome en su entorno, y vencerlo.
Las mujeres padecemos un estado de permanente dualidad, nuestra vida personal y laboral siempre está en una balanza que se equilibra cual funambulista y que depende del día o del momento concreto, y bien se decanta hacia un lado o hacia el otro. A menudo, bajo el sentimiento de renuncia: vida profesional, o vida personal.
Cambiar lo que sentimos es complicado, pero parece evidente que hay que prestar más atención en las etapas tempranas, incentivar y promover modelos a seguir, y ofrecer más referentes para niñas y jóvenes. No es un problema (solo) de las mujeres: necesitamos más ingenieros, y difícilmente los conseguiremos si se mantiene la brecha de género.
El enfoque para abordar el problema debe ser sistémico, involucrando a las instituciones educativas, las organizaciones públicas y privadas, los profesores, los investigadores, los padres, los estudiantes y los profesionales. Frente a la ansiedad, la clave está en la confianza. La confianza en ser la mejor profesional, la mejor representante. La confianza en una misma.