
Italia lleva varias décadas estancada. Detrás del costumbrismo que impregna de encanto a un país que guarda la esencia de viejos tiempos hay un problema que lastra la economía impidiendo su expansión y que se nutre precisamente de esa antigüedad llevada al terreno productivo.
La economía de Italia lleva tres décadas prácticamente inmóvil. De hecho, según datos del Banco Mundial, se ha contraído un 1,5% con respecto al nivel que tenían 2007, antes de que estallara la crisis financiera mundial. Si se compara con otras economías, la realidad se vuelve más brusca: en ese mismo tiempo, Alemania ha crecido un 17%, Francia un 13% y EEUU un 28%.
La celebrada -por inesperada- recuperación de Italia tras el covid quedó en un espejismo y cualquier esperanza de que el país pudiera salir de su letargo económico ha quedado disipada a lo largo de este año, donde ha llegado a estar al borde de caer a bono basura, aunque finalmente sorteó la situación y el país transalpino se mantuvo en 'Baa3'.
Los problemas de Italia derivan de un sistema chapado a la antigua en el que la competencia, la innovación y la productividad apenas tienen hueco. Un ejemplo de esto es el sector del taxi, que mantiene fuera a plataformas como Uber y a los residentes y turistas en un sistema de largas colas para acceder a un vehículo que les lleve a destino. Los años de lucha del gremio por restringir el número de licencias ante el miedo de ver mermados los beneficios de su negocio no sólo provoca largas esperas sino que es también el reflejo del poder que ciertos grupos han adquirido, tanto como para frenar cualquier pretensión política para modificarlos. El paralelismo entre los problemas de la economía italiana y el sector del taxi lo plantea Gabriele Grea, profesora de economía de la Universidad Bocconi de Milán, para el Wall Street Journal. Sin embargo, no es el único.
Las playas son otro ejemplo concreto de la 'enfermedad' que contagia la economía italiana. Las concesiones para colocar tumbonas y sombrillas se reparten cada año entre el mismo grupo de empresas, que pagan a las autoridades una pequeña tarifa a cambio de un negocio 'de oro' dado el alto nivel de turismo que recibe el país en época estival. Incluso desde la Unión Europea (UE), recoge el WSJ, han emitido una queja por la falta de licitaciones públicas competitivas basada en los insignificantes ingresos que recauda el Gobierno por estas concesiones.
Esta cerrazón se extiende al empleo. Empezando por la brecha de género, Italia cuenta con el nivel más bajo de la UE de mujeres en edad de trabajar que tienen un empleo (55%), en gran medida por el arraigo de normal culturales que aún mantienen a la mujer al cargo de los cuidados del hogar. Con los jóvenes pasa algo similar. El 21% de los italianos de entre 15 y 34 años ni trabajan, ni estudian ni reciben formación, logrando otro récord de la UE.
Esta querencia por la antigua usanza hace de Italia un país invisible en los ranking de empresas emergentes de éxito internacional, poco atractivo para el capital de riesgo y para el inversor, que desconfía de un sistema judicial lento precisamente por lo mismo, la falta de evolución.