
A tan solo unos años del despliegue del gran circo del fútbol chino, el plan del gigante asiático se tambalea. El Gobierno de Pekín y la Federación China de Fútbol tienen como objetivo que el país sea una superpotencia mundial de fútbol en el año 2050, pero el músculo financiero que atraía estrellas a la Superliga china -el campeonato liguero del país- ha terminado por aflorar los síntomas que arrastraba ya antes de la pandemia: 12 de los 16 equipos de la primera división china no son capaces de pagar a sus jugadores en una situación de "pesadilla" en el negocio del fútbol en el gigante asiático en la que parte del terror lo provoca la caída del sustento económico del negocio: empresas como Evergrande o Suning.
Apenas quedan nombres propios de los grandes fichajes que comenzaron a llegar al fútbol chino hace casi una década. Jugadores cercanos al retiro como Anelka o Drogba, entonces, ocupaban los titulares. Ponían al fútbol chino en el mapa. Los dueños de los clubes contaban con el respaldo del negocio inmobiliario. "El grupo inmobiliario Evergrande Real Estate Group, cuyo presidente Xu Jiayin es el hombre más rico de China, es dueño del Guangzhou Evergrande. Por qué estos hombres quieren gastar su dinero en fútbol es otro asunto", escribía al comienzo del boom del fútbol chino James Porteous, reportero en China.
El fútbol no es el deporte rey en China, pero el plan nacional potenciado por las autoridades chinas y la propia Federación China pretende alcanzar un hito para mitad de siglo. En el particular orden mundial del negocio del fútbol, Europa abarca gran parte del circo. Al menos, en lo deportivo. El dinero que ha desplegado este deporte en su configuración moderna llega de las superpotencias del petróleo o del respaldo del dinero también asiático. Las estrellas que emigraban a China lo hacían con las expectativas de unos salarios que, básicamente, estaban en una burbuja.
En el mercado de invierno de 2016 y en un espacio de diez días, la Superliga de China rompió récords de traspasos más caros en tres ocasiones diferentes. Primero, el entonces nombrado Jiangsu Suning (ahora Jiangsu FC), club propiedad de la manufacturera cotizada Jiangsu Sainty International Group, pagó 28 millones de euros por el centrocampista del Chelsea, Ramires. El club de la inmobiliaria Evergrande pagó 42 millones por Jackson Martínez. De nuevo, Jiansgu Suning reventó el mercado europeo pagando 50 millones al Shakhtar Donetsk por Alex Teixeira. Ninguno de los tres continúa en la Superliga del país y el propio Jiangsu desapareció en febrero de 2021.
Fuerte pinchazo
No iba a ser tan fácil construir una superpotencia en un negocio como el fútbol. La visión de China, además, no era a corto plazo. Pero el pinchazo de la burbuja es evidente. Mientras las grandes estrellas y, por tanto, los grandes salarios han ido abandonando el fútbol chino, los clubes han dejado ver sus debilidades financieras. El medio especializado en China Sixth Tone ya avisó a finales del pasado año de la "pesadilla" que supone que el 75% de los miembros de la liga, 12 de los 16 equipos que la componen, no está al corriente de pago con sus jugadores.
A la desaparición del club que un día establecía récord en materia de fichajes como el Jiangsu -cuyo antiguo dueño, Suning Holding Group, lo es también del Inter de Milán- se suma la del mayor competidor: Guangzhou Evergrande. Es el grupo inmobiliario más endeudado del mundo y recientemente suspendió sus operaciones en el parqué hongkonés mientras una avalancha de malas noticias no deja de aumentar la incertidumbre sobre la empresa. Evergrande cuenta con una deuda de 300.000 millones de dólares y los riesgos de impago acechaban su actuación en la bolsa y otros grupos relativos al fútbol en China, como Kaisa Group, también están presionados.
El Gobierno chino gestiona el estadio del Guangzhou Evergrande, club de la inmobiliaria
En relación a lo deportivo, entre los planes de la inmobiliaria estaba el de crear el mayor recinto futbolístico del mundo. Pero la construcción se detuvo y el Gobierno chino tomó parte del club. 1,86 billones de dólares contemplaban el hormigón del estadio del Guangzhou, un recinto que ahora China plantea vender para salvar parte del negocio de la inmobiliaria.
El plan modelado de músculo financiero y estrellas para impulsar a China como otro gigante del fútbol frente a Europa, por ahora, no se va a dar. Apenas quedan un par de nombres propios del espectáculo sobre el césped jugando para los chinos. Un modelo que no es sostenible y que parece haber perdido el norte.
El futuro próximo no es nada halagüeño para el negocio del fútbol en China. "Los clubes ya estaban sufriendo pérdidas deslumbrantes antes de la pandemia. Desde que llegó el Covid-19, sus finanzas habían caído en picado. La liga regresó después de una pausa de cuatro meses el fin de semana pasado, pero la acción se ha visto ensombrecida por la caída sin freno. La situación es terrible, y el futuro de casi todos los clubes está en peligro", sentencia el citado medio Sixth Tone, confirmando el periplo del fútbol chino en el desierto de la crisis.