¿Qué será antes: el billón de dólares en infraestructuras o los 3,5 billones en gasto público y otras inversiones? Para Joe Biden, sacar adelante los principales puntos de su programa electoral en su primer año de mandato sería un éxito sin paliativos. Pero en la Cámara de Representantes, que debe refrendar ambos textos y donde su partido tiene un margen muy ajustado, ha surgido una pelea interna que amenaza a los planes: diversos grupos de diputados, de tendencias distintas, amenazan con tumbar uno de los dos proyectos si el otro no se vota y ratifica antes.
La situación es un poco kafkiana. Nueve diputados moderados han anunciado esta semana que votarán en contra de los presupuestos, que incluyen el paquete de 3,5 billones en gasto público, si no se aprueba antes el plan de infraestructuras. Y el ala más progresista, formada por un número similar de congresistas, advierte de que no aprobarán este último plan hasta que los presupuestos no estén cerrados.
Los dos paquetes existen como una forma de contentar a ambas alas del partido, pero cada extremo está decepcionado por el contenido del otro. Para los progresistas, el plan de infraestructuras debía haberse acercado a los 2,5 billones que propuso Biden inicialmente, y haber sido aprobado sin acuerdo con los republicanos. Y para los moderados, los presupuestos manejan cifras demasiado altas, y la estrategia de subir tanto los impuestos a los más ricos y a las empresas para aumentar el gasto público es equivocada.
La solución de la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, había sido tramitar ambos textos a la vez, una estrategia que contó con el respaldo del propio Biden, que prometió promulgar ambos textos a la vez. Pero las presiones de ambos lados están haciendo tambalearse a ese plan.
Normalmente, el hecho de que un puñado de diputados se muestre en desacuerdo con los planes del partido no es nada fuera de lo común, y los partidos suelen permitirlo si eso ayuda a los congresistas en cuestión a ganar puntos entre el electorado de su distrito. Pero las elecciones del año pasado dejaron un Congreso tan ajustado que la defección de apenas cuatro o cinco diputados -según cuántas abstenciones y escaños vacantes haya- puede bastar para tumbar cualquier proyecto.
El resultado es que los pequeños grupos ideológicos en los extremos demócratas tienen en sus manos el poder de presionar al Gobierno al máximo. La mayor esperanza para Biden es que ninguno de los dos bandos quiere ver a sus dos grandes proyectos fracasar de forma estrepitosa a cien metros de la línea de meta. Pero todo apunta a que los próximos meses, las negociaciones de Biden al más alto nivel ya no serán con los republicanos, sino dentro de su propia casa.