Economía

La peseta resistió el pulso a la lira y al marco en sus 130 años de vida

  • Concluye el cambio oficial de la antigua moneda española
  • Los españoles han canjeado monedas y billetes por una media de 170 euros
  • Quedan 1.580 millones en los bolsillos para la añoranza
Las antiguas pesetas. Dreamstime
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La peseta ha dado sus últimos estertores, con largas colas de ciudadanos haciendo paciente cola para rendirle un último homenaje como siempre que se despide una persona con admiración popular. Así, estos últimos días cientos de personas se han dado cita en el Banco de España para despedir el cambio oficial de la que fue la unidad monetaria española durante más de 130 años, desde octubre de 1868 hasta el 31 de diciembre de 1998.

La peseta, impuesta con el levantamiento de la Gloriosa con el Gobierno provisional, presidido por Serrano, que sustituyó al reinado de Isabel II, y que llegó con otras dos medidas económicas impuestas por los revolucionarios: la supresión del impuesto de consumos y la liberalización del tráfico interior de mercancías.

La pesetas ha reflejado, tanto en sus monedas como billetes las vicisitudes de las últimas colonias, los avatares de la llegada y partida de Amadeo de Saboya, la desquiciada década de los treinta, marcada por la Guerra Civil, la posguerra, los años del desarrollismo y de la crisis de los setenta, la transición política con el reinado de Juan Carlos I y la entrada en la Unión Europea.

A la zaga de Europa

Su entrada en vigor no fue un impulso revolucionario, sino la adaptación del sistema monetario al sistema métrico decimal, que ya comenzaba a generalizarse en Europa, pero que sin embargo, no supo, como en tantas ocasiones ha sucedido con España, integrarse en su entorno, cuando se constituyó la Unión Monetaria Latina, conformada por Francia, Italia, Bélgica y Suiza, que unificó las unidades de oro y plata para facilitar el cambio e impulsar el comercio.

Se tomó como nombre de la moneda la empleada en Barcelona bajo el reinado de Isabel II y en tiempos precedentes de Napoleón Bonaparte. Su nombre deriva de la palabra peçeta -piececita-. La unidad monetaria se emitió junto al duro de plata - de cinco pesetas-, la moneda de dos pesetas -el pesetón- y sus hermanas más valiosas, en oro, de cinco, diez, veinte, cincuenta y cien pesetas.

La independencia de la moneda tuvo sus beneficios en las épocas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales. La inflación monstruosa de los países en conflicto hizo que el comportamiento de la peseta fuese bastante más regular que el de las monedas de los contendientes, como el franco y el marco.

España, un país inflacionista

Ahora estamos acostumbrados a que la inflación de la eurozona suba, como mucho, en torno al 1%. Pero no se puede olvidar que, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), los precios subieron un 87,9% durante los últimos 15 años con pesetas, desde el final de 1986 hasta 2001.

Sin embargo, si se examina el mantenimiento del valor de una peseta de 1868 en el momento de finalizar su existencia, en 1998 (medido en términos del

deflactor del PIB), puede parecer que no fue una moneda muy rentable. Sin embargo, el problema se concentra en los años posteriores a la Guerra Civil.

En efecto, una peseta de 1868 equivalía a 1,5 en 1935, pero su poder adquisitivo era igual al de 455,75 pesetas de 1998, cuando acabó su oficialidad. Además, en 130 años la peseta mantuvo su valor diez veces mejor que la lira y cuatro mejor que el franco francés, según concluyen los estudios realizados por economistas sobre la materia. En 1868 con una peseta se compraba un franco y una lira, mientras que en 1998, de acuerdo con los tipos de conversión del euro, una peseta compraba 11,6372 liras y 3,9424 francos (de los de 1868, pues en 1958 se multiplicó por cien su valor nominal al crear el franco nuevo), según un estudio publicado por Funcas.

La Guerra Civil marcó un antes y un después. La desaparición de las monedas, de cobre o níquel, representaba un capital efectivo muy demandado. Por ello, fue necesario que el Gobierno republicano recurriera al papel. En plena contienda el Estado tenía que acumular plata y otros metales para pagar armas y salarios a los soldados. La necesidad de efectivo llevó a numerosos municipios, organismos regionales, sindicatos, colectividades obreras, cooperativas e, incluso, empresas a imprimir sus propias pesetas. Tuvieron sus propios billetes, por ejemplo, el Ministerio de Hacienda o los Consejos de Asturias y León, el de Alcañiz, El Escorial, Herencia, Pozoblanco o de Alcaudete.

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