
Durante la última semana, el Administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, utilizó la Convención Nacional Republicana como atril para exponer su maltrecha relación con China. Si el secretario de Estado, Mike Pompeo, alabó el papel del mandatario a la hora de retirar la cortina que revela "la agresión depredadora del Partido Comunista chino", el propio inquilino de la Casa Blanca insistió en su discurso de aceptación de la nominación de su partido que planea acabar con la dependencia en China "de una vez por todas".
Mensajes que pronto resonaron en los medios estatales del gigante asiático, donde se instó a los políticos estadounidenses a dejar de usar al país como "chivo expiatorio". Sin embargo, tanto Washington como Pekín son consciente que el coste de un verdadero desacoplamiento tendría efectos prohibitivos y devastadores para ambos países. Es por ello que de una u otra forma continúan condenados a entenderse pese a las crecientes tensiones entre ambos.
China es el tercer socio comercial más grande de EEUU, después de Canadá y México, y aunque la relación bilateral entre ambos se desaceleró en 2019, la Oficina del Censo refleja como ésta se acercó a los 560.000 millones de dólares el año pasado. En este sentido, la Fase Uno del acuerdo comercial rubricada el pasado enero continúa sirviendo de base para evitar que las relaciones entre las dos mayores economías del mundo acaben por desmoronarse.
La prueba de ello llegó el pasado martes, cuando finalmente el representante de Comercio estadounidense, Robert Lighthizer, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y el viceprimer ministro chino, Liu He, reafirmaron su compromiso lo ya estipulado y barajaron cómo aumentar las atrasadas compras chinas de productos estadounidenses.
"Ambas partes ven progresos y están comprometidas a tomar las medidas necesarias para asegurar el éxito del acuerdo", rezó el comunicado emitido posteriormente por la oficina del Representante de Comercio de EEUU después de la revisión prevista inicialmente para el pasado 15 de agosto. Incluso Peter Navarro, asesor comercial de Trump y feroz halcón contra las políticas chinas, consideró que el acuerdo comercial "goza de buena salud. Están comprando el maíz, la soja, el cerdo y el vacuno que dijeron que comprarían", apostilló.
Dicho esto, las exportaciones agrícolas estadounidenses a China se mantienen rezagadas para alcanzar los 36.500 millones de dólares comprometidos para 2020. Los envíos totalizaron los 7.630 millones de dólares entre enero a julio, según los datos de la Oficina del Censo. Esto supone aproximadamente el 23% del objetivo. No obstante, el jueves, Gregg Doud, jefe negociador agrícola del Representante Comercial de EEUU, quitó hierro al asunto y recordó que este es "un compromiso de dos años".
Un pacto de caballeros
"La relación entre EEUU y China en 2020 se ha caracterizado por el pacto de caballeros para adherirse a la Fase Uno del acuerdo comercial, reafirmado esta semana por los principales negociadores, y una búsqueda agresiva de intereses nacionales en el resto de áreas", explica Matt Gertken, vicepresidente de estrategia geopolítica de BCA Research. Gertken destaca cómo Pekín ha avanzado en su toma de poder en Hong Kong mientras Washington ha endurecido su prohibición del uso de la tecnología china.
Aún así, es importante recordar que nos encontramos en plena contrarreloj electoral en EEUU. Parte de la estrategia de Trump es utilizar su historial con China como arma arrojadiza contra el candidato demócrata Joe Biden. Esta misma semana, la Administración estadounidense activó nuevas sanciones por la continua militarización del Mar del Sur de China por parte del gobierno de Xi Jinping. También es probable que Washington acabe por cumplir con su amenaza de expulsar a las empresas chinas de las bolsas de valores estadounidenses si no cumplen con los estándares de transparencia y contabilidad.
De momento, en su agenda para un segundo mandato, Trump promete la repatriación de un millón de empleos manufactureros del país asiático a través de concesiones de créditos fiscales. También propone deducciones de gasto del 100% para industrias esenciales, como la farmacéutica y la robótica, que trasladen su cadenas de producción a EEUU. Además se busca cesar contratos públicos para las empresas que subcontraten servicios o mano de obra china y responsabilizar al gigante asiático de permitir que el virus se haya expandido por todo el mundo.