Donald Tusk cayó en la trampa de Downing Street al referirse públicamente, por primera vez, a una estrategia conocida por todos, pero hasta ahora diplomáticamente obviada por la UE: la del juego de la culpa. La agresiva campaña orquestada por el Número 10 lleva semanas preparando el terreno para exonerar a Boris Johnson de cualquier responsabilidad sobre un retraso del Brexit, por lo que cualquier agitación de Bruselas servirá como munición para reforzar el papel de víctima que el premier prevé ejercer ante el electorado.
La ironía es que la UE está dispuesta a ofrecerle un salvavidas para evitar un desenlace que, como este martes advirtió el prestigioso Instituto de Estudios Fiscales, elevaría la deuda británica a niveles inéditos desde la década de los 60. Los efectos económicos de una salida sin acuerdo y la evidente falta de preparación de un Gobierno que sigue sin admitir el impacto sobre la convivencia en la isla de Irlanda representan meros daños colaterales para la narrativa belicista a la que se ha lanzado el Número 10.
Su único objetivo es amortiguar el desgaste que el divorcio causará inevitablemente en un premier sin respuestas ante un bloqueo que él mismo se ha encargado de enquistar. Su discurso, por tanto, desafía precedentes y convenciones institucionales para poner el debate a su favor en el único espacio que le importa, la demoscopia y su materialización en las urnas.
El cuestionable retrato de Angela Merkel transmitido tras la conversación de este martes es solo un ejemplo de la propaganda necesaria para la estrategia de la atribución del delito, que aspira a representar a un bloque inflexible, incapaz de aceptar las sugerencias "razonables" de Reino Unido y responsable de paralizar la ruptura. El problema es que la UE no puede permitirse competir en ese terreno. Pese a las provocaciones británicas, su reacción debe ser de contención, para evitar una escalada que solo beneficia a la dialéctica patrocinada por Downing Street. De ahí que el "estúpido juego de la culpa" denunciado por Tusk haga poco por sosegar un debate que se enfrenta a su hora definitiva.