
El próximo 9 de noviembre se cumplirán 30 años desde que el Muro que separaba la sociedad Occidental de la Oriental se derrumbase para júbilo de todo el mundo personificado sobre la ciudad de Berlín. En 1989, Alemania inició su reunificación y un proceso de normalización en todos sus estamentos, también en el fútbol. Sin embargo, arrastrado por dos realidades bien distintas desde el inicio de la Guerra Fría, el deporte rey nunca fue igual en el Oeste que en el Este y eso derivó en unas consecuencias que han llegado hasta el siglo XXI. En las últimas tres décadas, nunca un club del Este triunfó en la élite y nunca hubo un derbi de la capital en la Bundesliga (Primera División). Hasta este sábado 2 de noviembre, cuando Union y Hertha se crucen en lo que un día fue la República Democrática de Alemania (RDA) para ejemplificar que 30 años después, se destruye el último pedazo que dividía su cultura.
Berlín siempre fue una ciudad distinta. Su presencia en el centro de Europa hizo de ella un lugar clave en la geopolítica. Por ello, fue el foco más pretendido con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría con las ostilidades entre el bando liderado por Estados Unidos y los aliados de la Unión Soviética. A los cinco ríos que cruzan la ciudad, el 13 de agosto de 1961 se unió una barrera que esta vez no iba a ser natural. El Muro aisló la zona Oeste, emplazada en medio de la RDA, y dividió por completo a la sociedad berlinesa.
Aquellos 155 kilómetros de hormigón armado también lastraron al fútbol. El Hertha BSC, el equipo histórico de la capital y que había resistido al nazismo, quedó rezagado de sus rivales en la recién creada Bundesliga que dejaba atrás las competiciones regionales y acogía en una Primera División a los mejores clubes, eso sí, del Oeste. Sus jugadores padecieron la crisis del bloqueo y emigraron, los mejores, a otros conjuntos y muchos aficionados se quedaron sin poder volver a ver al equipo con el que simpatizaban.
Aquellos hinchas vivían en el Este y protagonizaron una de las historias más fieles de amor a unos colores que existe en el deporte. Dada la situación del Hertha de jugar aún en los primeros meses de las dos Alemanias en el Stadion am Gesundbrunnen (en las proximidades del Muro), esto permitió que varios seguidores pudiesen reunirse cada fin de semana bajo la barrera de hormigón y alentar a los de azul y blanco según los cánticos que escuchaban de la tribuna. Con la mudanza al Estadio Olímpico (en la otra punta del Berlín Occidental), en los 28 años que duró el bloqueo se reunieron bajo una peña del Hertha (obviamente en la clandestinidad), vigilada constantemente por la Stasi -los actos que protagonizó el ideólogo y máximo aficionado Helmut Klopfleisch son dignos de leer en Fútbol contra el Enemigo, de Simon Kuper-.
Todo con el fin de seguir la actualidad y anhelando algún día poder volver a ver a los suyos en directo. Algo que se logró con la caída del Muro, pero para entonces los hinchas orientales del Hertha descubrieron que los suyos habían padecido varias crisis económicas, escándalos de corrupción y vivían a caballo entre Primera, Segunda y Tercera División. Aun así se mantuvieron fieles al azul y blanco, hasta que lo que parecía ser un acto de hermanamiento acabó por ser algo imperdonable.
Los directivos del club invitaron a los antiguos líderes comunistas a sus gradas y los aficionados, contrarios a ello, se negaron a verse en el mismo estadio junto a aquellos que durante casi 30 años les privaron de ver a su equipo y a sus familiares y amigos. Por ello, algunos desertaron del Hertha y se mudaron al Union, la otra formación que había resistido al comunismo... aunque desde dentro del propio bando de la RDA.

Nacidos en 1966 sobre la base de otros clubes existentes antes, durante y después del nazismo, el 1. FC Union Berlin recogió el testigo de los orígenes obreros de sus antepasados y con ello se desligó de lo habitual en la era comunista donde los equipos se asociaban a organizaciones gubernamentales. Así, bajo un público trabajador y antielitista, desde el primer momento tuvo que convivir con el Dynamo Berlin, el equipo preferido por la Stasi y cuyo presidente era el líder de la policía secreta de la RDA, Erich Mielke.
Esto le ocasionó problemas con el poder y tener que ver cómo el Dynamo conquistaba diez ligas seguidas con multitud de favores y presiones. Pero fiel a sus ideales y pese a estar en un segundo nivel entre ascensos y descensos, los aficionados del Union fueron siempre contrarios a su vecino en el Este al que recibían con el lema "No queremos a los cerdos de la Stasi". Además, del Union se decía que "no todos sus hinchas eran enemigos del Estado, pero todos los enemigos del Estado eran hinchas del Union".
Una frase que perduró con la caída del comunismo y su entrada en el nuevo fútbol alemán, donde las débiles estructuras directivas tenían que competir con las bases del libre mercado capitalista. De esta forma, como el resto de clubes orientales, tras el fin del Telón de Acero, el Union rozó la desaparición por problemas económicos que ya le habían privado de ascender a Segunda División.
Desde 2008, los aficionados del Union son dueños de su estadio ya que lo compraron con 10.000 participaciones, a 500 euros cada una, tras reformar el Alte Försterei por sí mismos
Sin embargo, los de rojo y blanco tenían una diferencia respecto al resto. Su público, característico históricamente, acudió al rescate y se volcó en masa para que el Alte Försterei, su feudo, siguiese acogiendo encuentros en Tercera. Sobreviviendo a duras penas, el Union consiguió subir a la segunda categoría alemana e incluso llegar a la final de Copa que le otorgó plaza en la extinta Copa de la UEFA.
Pero de nuevo ahogado por el fútbol moderno, el equipo obrero descendió hasta cuarta categoría antes de que la Federación Alemana le diese un ultimátum respecto a su estadio: o lo reformaban o no se podría jugar bajo unas estructuras arcaicas. Un nuevo problema que tuvo otra llamada en masa de la afición. Acoplados en la Tercera División, la hinchada se puso a trabajar en 2008 más de 15.000 horas, sin cobrar, por el mero hecho de rescatar a su club. Un gesto benéfico que recibió la respuesta de su directiva, quien por petición popular puso en venta el estadio para sus aficionados con 10.000 participaciones a 500 euros cada una.
Éxito rotundo, el cuadro berlinés volvía a sustentarse por sus seguidores (quienes entre otros actos destacados se reúnen cada Navidad juntos en el Alte Försterei, donde en 2014 también vivieron hermanados el Mundial ganado por Alemania con sofás tirados sobre el césped) y desde entonces, el empuje deportivo necesario que le llevó a asentarse en la Segunda División hasta la pasada 18/19. Tras vencer al histórico Stuttgart, el Union consiguió el ascenso a la Bundesliga, donde por ahora marcha fuera del descenso con 7 puntos y una reconocida victoria ante el todopoderoso Borussia Dortmund.
Ellos son la gran esperanza de la Alemania del Este. Aquella que no consiguió derribar el 'muro' que le separaba del Oeste y que provocó que sus clubes cayesen en desgracia (estar en cuarta categoría puede considerarse un milagro) y que solo Mathias Sammer y Toni Kroos hayan destacado en la 'Mannschaft' como orientales. Omitiendo al RB Leipzig, que la sociedad germana considera un club creado bajo el dinero de Red Bull y se ha convertido, salvando las distancias, en el nuevo Dynamo Berlin, desde 2009 con el descenso del Energie Cottbus no ha vuelto a haber un conjunto de la antigua RDA en Primera.
Con los de rojo y blanco estrenándose en la élite, el derbi ante sus vecinos del Hertha es uno de los mejores homenajes a los 30 años de la caída del Muro de Berlín. Nunca un equipo berlinés ganó la Bundesliga, los de azul y blanco han conseguido en los últimos años asentarse en Primera tras la reunificación, y esta será la sexta vez que ambos se encuentren sobre un terreno de juego. Eso sí, será el primer choque de la capital en la categoría de oro. Union y Hertha, los dos equipos que sobrevivieron al bloqueo del hormigón y consiguieron interpretar el fútbol a su manera para resumir, mejor que nadie, las dificultades de la ciudad más icónica de Alemania. Esa que tres décadas después de aquel 9 de noviembre tira la última piedra que separaba al Oeste del Este.