Cuando una persona ha acumulado algunos ahorros y desea moverlos para sacarles rentabilidad probablemente se habrá encontrado ante la tesitura de apostar por productos de renta fija o de renta variable. La diferencia entre unos y otros es importante, y aunque a priori resulta sencilla entender, hay múltiples matices que conviene conocer bien para tomar la mejor decisión para las finanzas personales propias.
Fundamentalmente, con los productos de renta fija tanto la devolución del capital del usuario como la rentabilidad están garantizadas, por lo que el riesgo que se asume es muy bajo, mientras que con la renta variable ni los ahorros del inversor ni los beneficios están asegurados, pero existe la posibilidad de conseguir ganancias más elevadas en menos tiempo. Así pues, son muchos los usuarios que prefieren poner en peligro su dinero a cambio de obtener mejores expectativas de beneficios. Pero también, y esto es importante tenerlo en cuenta, hay muchas probabilidades de incurrir en pérdidas.
La del riesgo es, sin duda, una de las principales diferencias entre la renta fija y la renta variable, pero no la única. Otra de consideración que conviene tener en cuenta es el grado de dificultad de sus productos. Por lo general, los de renta fija suelen ser más sencillos y exigen menos dedicación a sus titulares para generar beneficios, mientras que los de renta variable pueden llegar a ser extremadamente complejos y sólo aptos para inversores expertos o profesionales.
Una última diferencia importante es la de los plazos. Los productos de renta fija suelen tener un vencimiento, fecha en la que el emisor se compromete a devolver el capital al inversor junto con la rentabilidad generada. Esta última también se puede ir entregando periódicamente con frecuencia mensual, trimestral, semestral o anual antes del final. Con la renta variable, en cambio, no hay periodo preestablecido, es el usuario el que debe decidir, en función de la evolución del mercado, cuándo le interesa vender.