Rusia está recurriendo a una serie de prácticas turbias para vender un producto petrolero que es mucho menos conocido que la gasolina o el diésel, pero que también tiene su relevancia, sobre todo en la industria de los plásticos y de las ceras. El miedo de los compradores, que temen infringir las sanciones, está complicando y mucho la venta de este producto, lo que ha llevado a las empresas rusas a redoblar su ingenio para intentar colocarlo en el mercado de forma sigilosa.
