La Unión Europea se enfrenta a un gran enemigo: ella misma. La economía comunitaria se está suicidando con Alemania como adalid de este harakiri colectivo. En nombre de una transición verde acelerada, la locomotora económica de la Eurozona ha gripado su motor, poniendo en riesgo no sólo su propia estabilidad, sino también la del continente en su conjunto. En 2010 el país germano adoptó la legislación Energiewende ("giro energético") con un enfoque hostil hacia los combustibles fósiles y la energía nuclear. Un paradigma que marcó el inicio de un cambio drástico en su estructura energética y económica y aunque la intención inicial buscaba un futuro sostenible, los resultados han sido devastadores: elevados costes energéticos, una industria cada vez menos competitiva y una creciente dependencia de países como China y Estados Unidos.