
Hay que darse prisa para visitar la Capilla Sixtina. El Vaticano se prepara para acometer en 2026 una de las intervenciones más delicadas y esperadas en el ámbito del patrimonio artístico mundial: la restauración extraordinaria de El Juicio Final de Miguel Ángel, el monumental fresco que domina el altar mayor de la Capilla más famosa del planeta (y la más visitada) y que constituye uno de los hitos indiscutibles del Renacimiento.
La operación nos la anuncia Paolo Violini, nuevo director del Laboratorio de Restauración de Pinturas y Materiales de Madera de los Museos Vaticanos, y se desarrollará entre enero y marzo de ese año. Durante tres meses, una docena de plataformas cubrirán por completo el muro para permitir el trabajo de un equipo de entre diez y doce restauradores que convivirán, a escasos centímetros, con las más de 300 figuras que integran la composición. El objetivo es devolver al fresco su esplendor y garantizar su estabilidad antes de la Semana Santa, una de las épocas de mayor afluencia turística y relevancia litúrgica en el Vaticano.
El Juicio Final fue encargado a Miguel Ángel Buonarroti por el papa Clemente VII en 1534 y continuado bajo el pontificado de su sucesor, Paulo III Farnesio. El encargo llegó más de dos décadas después de que el artista hubiera culminado la bóveda de la Sixtina, en 1512, y cuando ya contaba con 60 años. Pese a sus reticencias iniciales (prefería la escultura a la pintura y temía afrontar de nuevo un trabajo tan titánico), aceptó el desafío. La película La Agonía y El Éxtasis, con Charlton Heston como Miguel Ángel, y Rex Harrison como Santo Padre, dirigida en 1965 por Carol Reed y basada en la novela biográfica homónima escrita por Irving Stone, da una visión del proceso.
Pero la verdad es que las labores comenzaron en 1536 y se prolongaron hasta 1541. El resultado fue un fresco de casi 200 metros cuadrados que cubre por completo el muro del altar, de más de 20 metros de altura. La composición representa el Apocalipsis según san Mateo: los muertos que resucitan, los elegidos que ascienden al Paraíso, los condenados arrastrados al Infierno y, en el centro, un Cristo Juez poderoso y terrible, rodeado de la Virgen, santos y mártires.
La obra impresionó y escandalizó a partes iguales. Su audacia anatómica, el torbellino de cuerpos desnudos y la energía dramática marcaron un punto de ruptura con la serenidad clásica del Renacimiento alto. La intensidad expresiva de los condenados y la monumentalidad de los resucitados influyeron decisivamente en el manierismo posterior.
Desde su misma inauguración en 1541, el fresco fue objeto de debate. Algunos lo consideraron una obra maestra de espiritualidad y técnica; otros, un exceso irreverente. El Concilio de Trento, en 1564, ordenó cubrir los desnudos considerados indecorosos. Daniele da Volterra, discípulo de Miguel Ángel, añadió telas y paños a decenas de figuras, lo que le valió el apodo de Il Braghettone ("el calzonero").
A lo largo de los siglos, el fresco ha sufrido censuras pero también daños derivados del humo de velas, polvo, humedad y restauraciones poco cuidadosas. En algunos periodos incluso se pensó en desmontarlo.
El siglo XX marcó un punto de inflexión en la historia del fresco. Entre 1980 y 1994 se llevó a cabo una restauración integral de la bóveda y de El Juicio Final, considerada la intervención artística más importante del siglo. Los trabajos, liderados por Gianluigi Colalucci, retiraron siglos de suciedad y repintes, devolviendo a la obra los colores brillantes que habían quedado ocultos bajo capas de hollín. El resultado sorprendió al mundo y reabrió debates: algunos críticos acusaron al Vaticano de haber "limpiado demasiado" y eliminado veladuras originales. Otros celebraron la recuperación de la luz y la fuerza del genio florentino.
Desde entonces, la Capilla Sixtina está sometida a un estricto programa de control. Desde 2010, cada año, equipos técnicos examinan durante varias noches las superficies con plataformas móviles conocidas como "arañas", que permiten revisar cada centímetro del muro. Estos controles sirven para detectar grietas, pérdidas de pigmento o acumulación de partículas en suspensión, consecuencia de los millones de visitantes que cada año acuden a contemplar el lugar donde se celebran los cónclaves papales.
El reto de 2026
La intervención anunciada por Paolo Violini irá más allá de las inspecciones rutinarias. Se trata de un "mantenimiento extraordinario" que pretende consolidar zonas sensibles, limpiar depósitos microscópicos y garantizar que el fresco resista las próximas décadas sin deterioros graves. "El paso del tiempo y el impacto que produce la enorme cantidad de visitantes hacen necesario un trabajo más intenso", explica Violini.
Durante tres meses, los restauradores trabajarán a diferentes alturas del muro, moviéndose sobre plataformas con elevadores que permitirán optimizar el tiempo y minimizar las molestias para los visitantes. El calendario está diseñado para que en Semana Santa, cuando la Capilla Sixtina se convierte en epicentro de la liturgia católica, el andamiaje haya desaparecido por completo.
Con sus más de 300 figuras en movimiento, El Juicio Final es una obra cumbre del arte renacentista, un testimonio de la visión trágica y apasionada de Miguel Ángel. Cada intervención, cada restauración, se convierte en noticia mundial porque supone acercarse a uno de los monumentos culturales más reconocibles de la Humanidad.
En 2026, cuando los restauradores se eleven a la altura de los condenados que caen hacia el Infierno o de los bienaventurados que ascienden al cielo, lo harán bajo la responsabilidad de proteger una obra que desde hace casi cinco siglos conmueve, intimida y fascina. Un desafío técnico, artístico y espiritual que volverá a poner al Vaticano en el centro de la atención cultural internacional.