
Cuando Angela Merkel viajó el pasado verano Bruselas para participar en el Consejo Europeo en junio, debía ser su última cumbre como canciller de Alemania tras casi diecisiete años en el gobierno. Los fragmentados resultados de las elecciones del pasado domingo auguran que a Merkel podrían quedarle aún unos cuantos meses al frente de un gobierno en funciones y, así, también al frente de Europa, aunque no por mucho tiempo.
Estas elecciones han confirmado varias tendencias que se dibujaban ya desde hace meses: el batacazo de una CDU profundamente desgastada; el auge de los partidos verdes que sin embargo no termina de convencer a una mayoría de la población con sus recetas para la transición ecológica; y la fragmentación del espectro político alemán que llevará a unas largas negociaciones para la formación de gobierno que seguro afectaran al desarrollo de importantes debates europeos.
Los ciudadanos han hablado en las urnas, pero ahora les tocará a los líderes de los partidos. Con los líderes de la CDU, Armin Laschet, y el SPD, Olaf Scholz, a apenas unos votos de distancia al cierre de esta edición, sea 'Jamaica' o 'Semáforo', pero serán los Verdes y los Liberales quienes tengan la última palabra sobre quién debe ser el nuevo canciller de Alemania. Las notables diferencias entre Christian Lindner y Annalena Baerbock son el principal obstáculo.
Determinante para el futuro de Europa
Alemania es la locomotora de Europa. Nada pasa sin su consentimiento, nada se mueve sin su impulso. La coalición de gobierno que emerja en los próximos meses será también determinante para el futuro de la Unión Europea y, en particular, de su política económica y comercial. Y así, también para España. La buena noticia es que las diferencias entre los cuatro partidos que se sientan a la mesa son casi imperceptibles en muchas de estas cuestiones fundamentales. La mala que el equilibrio, de momento, parece imposible. Que eso hace las negociaciones mucho más complejas y los matices, determinantes.
A España, le interesa más una coalición que incluya a verdes y socialdemócratas, mucho más proclive a los avances en la Unión Económica y Monetaria, y más flexible de cara a la negociación de la reforma de las normas fiscales. Un gobierno de democristianos y liberales presentaría una posición mucho más férrea respecto a los límites de déficit y deuda, exigiendo un endurecimiento de las sanciones para quienes se desvíen de esos objetivos. Pero además, Laschet y Lindner coinciden también en su oposición a una integración económica que implique compartir riesgos, como el fondo de depósitos o un sistema europeo de desempleo.
Incluso en una coalición de izquierdas, los liberales servirían de freno. De modo que cualquiera que sea la confinación final, la disciplina fiscal que ha caracterizado a Alemania en la última década, seguirá con toda seguridad siendo la pauta. Pero quién se haga con el ministerio de Finanzas será determinante.
Lindner, a quienes muchos comparan con el halcón de los halcones, Wolfgang Schäuble, tiene puestos sus ojos en la cartera. Su llegada dificultaría las aspiraciones de integración económica y de reforma de las normas a las que muchos, en Bruselas, en Madrid, en Roma o en Lisboa aspiran. Pero también los verdes, que ambicionan impulsar la transformación de la economía alemana para hacerla más sostenible, lucharán por el ministerio. El peso final que los resultados den a ambos partidos y cómo definan sus prioridades serán determinantes para la formación de gobierno, y para el futuro de la UE.
En cualquier caso, sea cual sea la coalición, Europa quedará huérfana de su gran líder durante la última década. La inalterable mano que ha mantenido el bloque unido, la constructora de consensos, la salvadora del euro, se marcha. Los líderes de los partidos tratarán de alcanzar un acuerdo, Alemania tendrá un nuevo gobierno, pero el vacío que deja Merkel en la Unión Europea es inmenso y la gran incógnita sigue siendo si alguien será capaz de llenarlo -y cómo afectará eso al futuro del proyecto.