
Isabel Pardo de Vera se convirtió en presidenta de Adif en 2018 y acaba de ser nombrada secretaria de Estado de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. De formación técnica, ingresó en el gestor de la infraestructura ferroviaria a través de la Oferta de Empleo Público del año 2007 y pese a que de niña "le gustaban muchísimo las matemáticas", como ella misma ha reconocido, siempre tiene un libro a mano. Este ha marcado su vida.
Escribir sobre lecturas pasadas exige revisar nuestra condición humana. ¿Cómo éramos en aquel momento en que nos imbuimos en ellas? Sin ninguna duda, es algo que impacta en la percepción, impresión y aportación de un libro, y puede incluso revestir nuestra interpretación y nuestro sentimiento. No es mi caso con La familia de Pascual Duarte, y ese es uno de los motivos de mi elección, pues sigue ejerciendo hoy la misma influencia que cuando lo leí por primera vez. Sigue siendo una advertencia sobre nuestra propia existencia.
Sigue ejerciendo hoy la misma influencia que cuando lo leí por primera vez. Sigue siendo una advertencia sobre nuestra propia existencia.
Esta novela marca un precedente en la narrativa de posguerra. Camilo José Cela rompe una lanza en la recuperación literaria de nuestro país, que yacía congelado en el monotema del conflicto bélico. No hay héroes; sólo realidad anodina, nada relevante, y un tono coloquial, que no vulgar. La obra supone una vuelta, y una cumbre, para la novela realista española: es el propio Pascual Duarte quien cuenta su vida desde la celda de la cárcel, la noche antes de subir al patíbulo: "Yo, señor, no soy malo, aunque pudiera parecerlo".
Pascual, un muchacho de índole pacífica de un pueblo de Extremadura, acaba cometiendo una serie de crímenes en cadena. La crudeza ascendente de los hechos es parte imborrable de mi recuerdo, tan tremendo, tan ilustrativo: los cerdos le devoran una oreja a su hermano, un niño de capacidades muy reducidas que, poco después, muere ahogado en un bidón de aceite entre las risas de su madre borracha. La escena de la muerte de ésta, acuchillada a manos de Pascual en un forcejeo feroz, es una de las escenas más brutales de nuestra literatura.
La familia de Pascual Duarte deja un interrogante vital, dada la ambigüedad que encierra. ¿Es Pascual plenamente responsable de sus actos? ¿Hasta qué punto se puede imputar culpabilidad total a una persona? ¿Qué intencionalidad hay en testimoniar un mundo ruin y carente de sentimiento de piedad? La influencia negativa de su corral social y familiar le dirige a un comportamiento perverso. Los crímenes que comete son más imputables al mundo en que ha nacido y crecido. Y aquí llegamos a la verdadera concepción del hombre libre, de la realidad personal, del premio o del castigo.
En momentos como el actual, donde los valores de igualdad, diversidad y libertad son objeto de maniqueísmo para ocultar riesgos y miedos frente a un mundo que a veces nos cuesta abarcar, una historia así nos ayuda a avanzar y a construir de forma robusta sobre esos citados pilares. Sin ellos, nos debilitaremos como sociedad y se debilitará nuestra condición humana. Nos polarizaremos aún más y haremos emerger el odio y nuestra enorme capacidad de destrucción. La familia de Pascual Duarte es un recurso contundente para trabajar sobre la base de nuestra vulnerabilidad.