
Los bancos tradicionales, que durante décadas han liderado la provisión de crédito y la intermediación financiera, enfrentan una competencia cada vez más alta de nuevos actores que están redefiniendo el panorama financiero. Así lo muestra el informe State of Financial Services 2025 de Oliver Wyman, que ofrece una visión sobre cómo la regulación, la digitalización y la innovación tecnológica están moldeando el futuro de los servicios financieros. Ante este escenario, surge una pregunta clave: ¿Cómo están afrontando esta situación los bancos y otros actores del sector financiero y qué estrategias están adoptando para mantenerse competitivos en un mercado en constante evolución?
Estos, desempeñan un papel crucial como refugio seguro en tiempos de crisis, como se evidenció al inicio de la pandemia del COVID-19, cuando ofrecieron estabilidad y confianza cuando los mercados de crédito se paralizaron. Sin embargo, su capacidad de resiliencia implica cumplir con estrictos requisitos de capital y liquidez impuestos por los reguladores, lo que limita su flexibilidad para competir con proveedores de liquidez no bancarios menos regulados. Esta pérdida de competitividad se refleja en una reducción de su participación en el mercado del crédito. Actualmente, los bancos representan solo el 35% de los préstamos otorgados a hogares y empresas no financieras en EEUU, en comparación con el 60% en 1975, lo que evidencia la creciente influencia de actores alternativos en la financiación de la economía.
En Europa, la regulación ha sido fundamental para asegurar la estabilidad del sistema financiero y la solidez de los bancos, pero también ha impuesto restricciones que limitan su crecimiento y rentabilidad. El Mecanismo Único de Supervisión (SSM), el primer pilar de la unión bancaria de la Unión Europea bajo la dirección del Banco Central Europeo, busca fortalecer la resistencia de las entidades bancarias y reducir el riesgo de crisis financieras. Sin embargo, este enfoque ha creado desafíos competitivos, ya que los bancos europeos operan bajo condiciones más estrictas que sus contrapartes estadounidenses, que disfrutan de mayor flexibilidad para asumir riesgos y expandir sus negocios. Esto ha llevado a una creciente dependencia de fuentes alternativas de financiación y a una menor presencia de bancos europeos en mercados internacionales clave. Además, la falta de una unión real de mercados de capital en Europa restringe el flujo de inversiones en sectores estratégicos, como la inteligencia artificial, las energías renovables y la biotecnología. Para que las instituciones financieras europeas puedan competir globalmente, es crucial implementar reformas que promuevan la consolidación bancaria y la unificación del mercado de capitales.
Con el mundo enfrentando necesidades de inversión masivas en infraestructura, energía y digitalización, el crédito privado está emergiendo como una alternativa clave para financiar estos sectores. Se estima que en los próximos cinco años se invertirán más de 2 mil millones de euros en centros de datos. La mitad de esa inversión se producirá en Estados Unidos y el otro 50% a nivel internacional, para satisfacer la creciente demanda de computación en la nube y aplicaciones de inteligencia artificial. La energía necesaria para todo ello requerirá inversiones adicionales, al igual que el aumento de la demanda energética que requerirá de fuentes de financiación flexibles y a largo plazo. Las firmas de crédito privado han crecido significativamente en los últimos años, respaldadas por aseguradoras en busca de inversiones a largo plazo con rendimientos estables, sugiriendo que ambos actores serán los que participen en mayor medida en la financiación de infraestructuras.
Los mercados financieros están experimentando un cambio en la provisión de liquidez, con un aumento en el papel de los proveedores de liquidez no bancarios (NBLP), que están desafiando a los bancos tradicionales al ofrecer en su mayoría costos más bajos y mayor eficiencia en la negociación de activos. Sin embargo, este cambio genera preocupaciones sobre la estabilidad financiera, ya que los bancos, regulados y con acceso a la liquidez de los bancos centrales, han sido históricamente los proveedores de liquidez seguros en tiempos de crisis.
En paralelo, la digitalización está revolucionando los servicios financieros, desde la automatización de procesos hasta la proliferación de pagos digitales y la tokenización de activos. La creciente adopción de stablecoins ha abierto nuevas posibilidades para las transacciones, desafiando a los bancos tradicionales en los pagos y la gestión de tesorería. Al mismo tiempo, las criptomonedas han evolucionado como una clase de activo con un creciente interés institucional, aunque su consolidación en los mercados financieros dependerá de una mayor estabilidad en su valoración y marco normativo más claro.
El sector está en un punto de inflexión, donde los bancos tradicionales, las nuevas firmas de crédito y los inversores institucionales deben adaptarse a un panorama cada vez más dinámico y competitivo, y decidir si serán protagonistas de este cambio o meros espectadores.