
A pesar de que el término coworking pueda sonar novedoso para algunos, la realidad es que España ha sido uno de los primeros países en Europa en adoptar este concepto de "oficina compartida", importado de Estados Unidos en la década de los 80. Precisamente, fue la empresa norteamericana Lexington la que inauguró un centro de trabajo de este tipo en 1981 en el Paseo de la Castellana, en pleno distrito financiero de Madrid.
En ese momento, los que utilizaban estos servicios eran sobre todo profesionales independientes, que veían en la oficina compartida una opción más económica frente al alto coste de mantener un establecimiento comercial a pie de calle o una oficina tradicional.
Tras experimentar un boom que nos convertiría en el país con más espacios de coworking por habitante (hasta 150 en el punto máximo de la burbuja, entre 2012 y 2013), el modelo sufrió una caída que frenó su crecimiento. Desde el año 2015, el sector, ya recuperado, es parte del paisaje corporativo de las principales capitales españolas y no ha dejado de evolucionar, especializándose, mejorando su catálogo de servicios y su oferta para hacerla más asequible.
A día de hoy, de acuerdo con el Informe de Espacios Flexibles 2022, realizado por ProWorkSpaces, la asociación de centros de negocios y otros espacios de trabajo, el parque de puestos flex en Madrid ascendería a 19.500, y a 20.500 en Barcelona. Aunque existen espacios de coworking en otras ciudades, se calcula que entre estas dos concentran aproximadamente el 50% del total, representando el 2,5% del stock total de oficinas, frente al frente al 1,8% de 2019.
En los primeros años, los miembros de la comunidad de coworking eran esencialmente autónomos, freelances y pequeños proyectos de emprendimiento y startups que nacían en el propio espacio. En la actualidad, a estos perfiles se han sumado otros como las pymes, que suponen ya el 40% de la demanda de los espacios de coworking en el sector y, sobre todo desde la pandemia, han decidido optar por estas instalaciones para combinar el trabajo presencial con el teletrabajo de manera más eficiente y económica.
También hay empresas que, por ejemplo, van a hacer un cambio de sede y utilizan el coworking como un espacio de tránsito; y también nómadas digitales que aprovechan las ventajas del trabajo en remoto para conocer otros países y culturas.
La parte social o el networking es un factor clave. Además de la comunidad interna de cada espacio compartido, de la que el trabajador forma parte y le permite interactuar en persona en su día a día con otros colegas, las nuevas tecnologías han favorecido la construcción de redes entre diferentes coworkings, incluso a nivel internacional, favoreciendo la proyección de las ideas y proyectos hacia el exterior. Por ejemplo, los usuarios de los espacios de Impact Hub tienen la posibilidad de conectar con una comunidad internacional presente en más de 100 ciudades de todo el mundo.
Inspirar es otra de las funciones del coworking. Muchos de estos espacios son verdaderas incubadoras de startups, ya que en sus zonas abiertas se comparten ideas de negocio innovadoras y se favorecen las sinergias entre profesionales cualificados de diferentes sectores, que suman sus talentos para dar luz a iniciativas disruptivas. La creatividad y el espíritu de colaboración son cualidades que se respiran en un lugar de trabajo compartido.
Los eventos son esenciales a la hora de fomentar la participación de los miembros del espacio y generar un ambiente de cooperación. Existen iniciativas para romper el hielo y favorecer que se inicie la conversación entre los coworkers, u otros actos más formativos para resolver dudas y compartir experiencias entre los emprendedores y profesionales en áreas clave en las que no todos son expertos. La actividad no se para cuando termina la jornada laboral, sino que son frecuentes los afterwork, o encuentros después del trabajo, de carácter más lúdico aunque siempre abiertos a la búsqueda de nuevas oportunidades.
Sin duda, el futuro del sector del coworking pasa por la diversificación de sus actividades. Nuevas líneas de negocio, como la consultoría y los eventos externos se han añadido a la gestión de los espacios para ofrecer un catálogo de servicios cada vez más diverso que aporta valor y se retroalimenta.
La rama de los eventos es una evolución natural, debido al expertise acumulado en la gestión de actividades sociales y formativas que se celebran en una oficina compartida. Y también la consultoría se ofrece como servicio de alto valor añadido para acompañar a empresas y profesionales, por ejemplo a las pymes.
Las empresas pequeñas y medianas se enfrentan a retos que desafían su supervivencia, como el acceso a financiación, el diseño de una estructura sostenible o la búsqueda de sinergias, y el coworking puede acompañarlas.
Como ya hemos mencionado, la comunidad es uno de los aspectos más distintivos y valorados por los usuarios de los espacios de coworking. Formar parte de ellos significa mucho más que disponer de un lugar de trabajo: proporciona acceso a herramientas, metodologías y habilidades que pueden generar un impacto positivo tanto en el ámbito económico como en el entorno. Porque este perfil de usuarios cada vez tiene más en cuenta criterios de sostenibilidad, y las empresas que los gestionamos hemos tenido que hacer una reflexión importante para atender esta demanda.
Por ejemplo, el primero de nuestros espacios de Madrid, Impact Hub Alameda, abierto en 2010, consistía en un espacio informal con zona de trabajo compartido y salas para reuniones o eventos. En su momento, se diseñó con mobiliario recuperado para defender que es posible dar varias vidas a los productos que compramos y contribuir al cuidado del planeta.
La idea fue acogida con entusiasmo por parte de la comunidad. Además, todas nuestras ubicaciones están cuidadosamente seleccionadas para fomentar un modelo de transporte al trabajo sostenible, y en toda nuestra red de espacios el consumo de energía de las oficinas es de emisión cero.