OPINIÓN
- 14/05/2016, 06:00
14/05/2016, 06:00
Sat, 14 May 2016 06:00:02 +0200
Cada vez somos más conscientes de que, en el mundo globalizado actual, los mercados financieros escapan al control de los políticos nacionales. Aunque algunas economías tienen suficiente escala como para dar forma a unos mercados globales interconectados, se enfrentan a impedimentos serios, políticos y económicos. En consecuencia, la economía global está atrapada en un ciclo financiero procíclico con pocas opciones de escapar. Como decía Claudio Borio hace unos años, el ciclo financiero global es más largo y más amplio que los ciclos económicos reales, y tiene mucho que ver con el valor fluctuante de la moneda de reserva imperante, el dólar. Cuando la divisa es débil, el capital fluye de EEUU a otros países, donde impulsa el crecimiento con el aumento del crédito. Por desgracia para esos países, en el mundo emergente los flujos internos suelen propiciar también la inflación, las burbujas de activos y la apreciación monetaria. El resultado es un riesgo financiero y geopolítico creciente que hace que el dólar sea más atractivo para los inversores. A medida que el capital fluye de vuelta a EEUU, el dólar recobra fuerza, mientras las economías emergentes se enfrentan a las consecuencias de unas burbujas de activos reventadas y devaluación monetaria. En un mundo de interés cero, un dólar fuerte interpreta el mismo papel deflacionario en los mercados globales que el estándar oro durante los años treinta.