
La hidratación resulta fundamental para una buena salud, facilitando el buen funcionamiento del cuerpo. Sin embargo, no siempre se toma la suficiente agua al día que permita mantener el cuerpo bien hidratado. Una falta de ingesta de líquidos puede tener efectos muy negativos sobre el bienestar.
Visible en la piel
Una de las manifestaciones más habituales de la falta de hidratación es sentir la piel seca, lo que puede derivar en picor y descamación. Si esto se alarga en el tiempo, puede dar lugar a afecciones cutáneas más graves como eccemas o dermatitis. En cualquier caso, además de la ingesta adecuada de agua, el uso de cremas hidratantes resultan clave.
Por otra parte, esto también puede generar en problemas intestinales, cuando el contenido de agua del intestino disminuye de forma significativa. La sequedad intestinal hace que los movimientos digestivos sean mucho más lentos, provocando un endurecimiento de las heces y el consecuente estreñimiento.
Problemas más graves
Igualmente, esto puede dar lugar a problemas más graves del sistema circulatorio. Ante la falta de líquidos, la sangre tiende a espesarse, lo que puede dar lugar a síntomas como la presión arterial baja, mareos o aturdimiento entre otros. Además, de forma más grave puede aumentar el riesgo de coágulos y ataques cardíacos.
Como resulta lógico, la deshidratación es una causa común de infecciones del tracto urinario que desemboquen en cálculos renales o piedras en el riñón. Si no se bebe la suficiente agua, la orina se concentra más y aumenta también el riesgo de infección, la cual puede manifestarse con síntomas como dolor o ardor al orinar, fiebre e, incluso, náuseas o vómitos.
El cerebro también necesita de buenos niveles de agua para un funcionamiento óptimo, por lo que una baja hidratación puede dar lugar a una falta de concentración, bajo estado de ánimo, irritabilidad o problemas de memoria a corto plazo, entre otros.
Cómo beber más agua
Los expertos recomiendan beber entre seis y ocho vasos de agua al día, no obstante, lo más recomendable es tomar agua de forma continuada a lo largo de la jornada. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria fijó en torno a los dos litros la cantidad idónea de agua que ha de tomarse, sin embargo, cabe destacar que esta cantidad incluye también la que aportan los alimentos (entre el 20 y el 30% del total).
De ahí la importancia de consumir alimentos ricos en agua como la sandía, las bayas, las naranjas o los pepinos. En caso de enfermedad, especialmente si se trata de fiebre o diarrea es aconsejable incrementar la ingesta. Establecer recordatorios a lo largo del día puede ayudar a alcanzar este objetivo.
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