
El miso, como bien todos sabemos, es una pasta elaborada con tan solo tres ingredientes: sal, soja y koji, un hongo que se incorpora en una forma activa para dar lugar a la fermentación. Esencial en la gastronomía japonesa, conviene señalar que tiene una versatilidad sorprendente en la cocina.
Desconocido hasta hace varios meses en España, la realidad es que ahora es muy fácil encontrarlo. Pese a que su origen no está del todo claro, sí que lleva siglos formando parte de la cocina más tradicional japonesa. Eso sí, actualmente, el mayor productor de miso del mundo es Estados Unidos, por delante de Asia.
Propiedades
Entre sus beneficios, cabe destacar los siguientes, según el portal especializado 'Bon Viveur':
- Regula la presión arterial. El consumo a largo plazo de sopa de miso ayuda a regular la presión arterial, lo que permite combatir enfermedades del sistema cardiovascular.
- Protege el sistema digestivo. Potencia la digestión porque aporta enzimas y es ideal para las personas que sufren gases, acidez, barriga hinchada y pequeños trastornos digestivos.
- Previene el cáncer. A mayor consumo de la sopa de miso, menor incidencia de cáncer, especialmente en el caso de los hombres.
- Efecto rejuvenecedor. Rico en antioxidantes como el ácido linoleico, esteroles y vitamina E, esta pasta fermentada reduce la concentración de radicales libres y nos ayuda a mantenernos más jóvenes.
- Fuente de energía. Puede ser una excelente fuente de energía, ayudando a combatir la fatiga y mejorando el metabolismo.
- Mejora la memoria. Su consumo ayuda a reducir la ansiedad y la depresión, además de mejorar la memoria.
A tener en cuenta
Con todo ello, es determinante saber que no hay que someterlo a cocciones prolongadas o temperaturas muy altas. O bien, por el contrario, mataremos los microorganismos naturales que lo componen. Por eso se añade a la sopa de miso (la forma más común de consumirlo) justo al final, antes de servir.
La cantidad, claro está, dependerá del gusto personal, el tipo de miso y el plato que estemos cocinando. Ahora bien, lo más habitual es utilizar una o dos cucharaditas en cada receta.