
El cáncer es una de las principales causas de mortalidad en el mundo (le costó la vida a 10 millones de personas en 2020, según los datos de la Organización Mundial de la Salud), por lo que su estudio ocupa a una buena parte de investigadores de todo el planeta. Una de las últimos estudios ha apuntado con la mayor de las cautelas que el frío podría ser un aliado fundamental en la lucha contra la enfermedad.
Una investigación liderada por el experto Takahiro Seki (y que ha sido publicada en el portal especializado Nature) señala que el frío puede reducir el crecimiento de los tumores, algo que se ha demostrado en un estudio con ratones y que podría abrir la puerta a comprobarlo con humanos. La clave de todo se encuentra en la grasa parda.
La grasa parda se encuentra en la mayoría de los mamíferos y tiene el objetivo de regular su temperatura. En situaciones de temperaturas bajas, el organismo usa esta grasa parda para generar calor y mantener la temperatura del cuerpo. Para hacerlo, esta grasa parda consume glucosa, y ahí reside el fondo del estudio.
Porque, para crecer y expandirse por el cuerpo produciendo metástasis, el cáncer también se sirve de esa glucosa. Por eso, surgió la pregunta: ¿y si el frío que activa a la grasa parda, que consume glucosa, puede ayudar a frenar el crecimiento de los tumores? Al usar esa glucosa de la que se sirven los cánceres para crecer, la grasa parda podría privar a los tumores de su método de crecimiento, lo que significaría una ayuda importantísima en la lucha contra estas enfermedades.
Este fue el caballo de batalla de la investigación de Takahiro Sehi y sus colegas, que actuaron sobre ratones. De acuerdo con la página especializada Investigación y Ciencia, se les implantaron diferentes tipos de cánceres (de mama, colorrectal, fibrosarcoma, melanoma y adenocarcinoma de páncreas) y se les dividió en dos grupos: uno estuvo a cuatro grados de temperatura y otros a 30 grados.
Las diferencias observadas en los dsos grupos fueron claras y reflejadas en las conclusiones del estudio: los ratones sometidos a bajas temperaturas sobrevivieron casi el doble que el resto debido al freno en el crecimiento de sus tumores, que llegó a ser de hasta el 80% en el cáncer colorrectal.
Este efecto, sin embargo, no indefinido: para que se mantenga la influencia del frío en el freno al crecimiento de los cánceres es obligatorio mantener esa tenperatura. Los investigadores observaron que, al recuperar temperaturas normales para los ratones que habían estado a cuatro grados, los ritmos de crecimiento de los tumores volvían a incrementarse como en el resto de ratones.
Cómo puede ayudar el frío a los humanos en la lucha contra el cáncer
Comprobados estos efectos de la temperatura, el comportamiento de la grasa parda y el consumo de glucosa sobre el crecimiento de los tumores, el siguiente paso de los investigadores fue tantear cómo se podría probar esto en humanos. Así, el equipo de Takahiro Seki optó por estudiar si la grasa parda reacciona de forma similar a bajas temperaturas en humanos.
Para ello, se reclutó a siete voluntarios (seis de ellos sin enfermedades y uno enfermo de cáncer) para exponerles a diferentes temperaturas. A los voluntarios sanos se les dejó entre dos y seis horas a 16 grados durante dos semanas, lo cual provocó una activación de esa grasa parda que consume glucosa.
Por su parte, el voluntario enfermo de cáncer fue expuesto a temperaturas de 22 grados durante un mes y después a temperaturas de 28 grados durante cuatro días. Los resultados también fueron claros: la grasa parda se activó en una mayor proporción cuando la temperatura fue más baja.
Estos resultados solo mostraron que el cuerpo humano también reacciona cuando se le baja la tenperatura con el aumento del consumo de glucosa por parte de la grasa parda que trata de regular la temperatura corporal. Un precedente que podría abrir la puerta a pruebas más profundas en humanos de cara a conseguir un método que reúne las ventajas de ser seguro y barato.