Belleza

Cuando el sol pasa factura: cómo la sobreexposición apaga el 'glow' natural de tu piel

Con las temperaturas disparadas y la radiación solar en su máximo apogeo, toca prestar atención a lo que dicen los dermatólogos y proteger —e hidratar— nuestra piel siempre que estemos expuestas al sol. Y ojo: no hace falta plantarse en la playa o ir a la piscina para aplicarlo. El fotoprotector debe formar parte de nuestra rutina diaria de maquillaje, como un básico más. Porque sí, además de cuidarnos, nos ayuda a tener la piel más luminosa, unificar el tono y mantener la piel más jugosa y radiante. Sin embargo, cada año por estas fechas, la historia se repite: falta de concienciación y muchos olvidos. Lo peor de todo es que las cifras lo avalan: los datos sobre el uso diario de protección solar en Europa siguen sin ser nada alentadores.

Y para colmo, cuando nos acordamos de aplicarlo... lo hacemos mal. El error más habitual: aplicar el fotoprotector solo una vez al día y, además, en menor cantidad de la recomendada. Las consecuencias de este descuido ya las conocemos (y las tememos): enrojecimiento, quemaduras, manchas, envejecimiento prematuro de la piel y, en el peor de los casos, riesgo de cáncer cutáneo. Pero más allá de estos efectos visibles, existen otros daños silenciosos, casi invisibles, que también nos afectan: la descomposición del colágeno, pérdida de elasticidad y una aceleración del fotoenvejecimiento que, aunque no se vea de inmediato, pasa factura con el tiempo.

Así destruye el sol tu barrera cutánea: oxidación de la piel y deshidratación

Que el sol oxida la piel no es algo nuevo. La radiación solar, al incidir directamente sobre la piel, debilita precisamente esa función de barrera cutánea, cuya misión no es otra que conversar la humedad de los tejidos. Por lo que, cuando tomas el sol, este penetra y va oxidando la dermis. "Se aprecia que el contenido de agua y su retención en la piel disminuyen tras la radiación UVA", subraya un experto. ¿Qué provoca la a su vez la deshidratación cutánea? La pérdida de hidratación es, por consecuencia, la razón por la que nuestra piel enrojece cuando nos quemamos.

Tras la deshidratación, llega otro de los efectos inesperados de exponerse al sol sin la protección adecuada: los brotes alérgicos. Cuando la piel detecta que no está suficientemente protegida, puede activar mecanismos de defensa que terminan manifestándose en forma de acné o erupciones cutáneas. A este cóctel se suma el estrés, otro gran desencadenante que sensibiliza aún más la piel ante la agresión solar. Así lo explica un dermatólogo clínico: "La radiación solar puede desencadenar o empeorar el acné. La luz UV induce respuestas proinflamatorias y profibróticas, lo que puede iniciar o agravar los brotes".

Adiós al 'glow': cómo el sol apaga la luminosidad de tu piel

Además de la deshidratación y los brotes, la radiación solar también afecta directamente a la luminosidad natural de la piel. Un estudio sobre la colorimetría cutánea lo confirma: "Solo un día después de la exposición a la luz UV, se aprecia una bajada de valores que disminuyen significativamente la luminosidad de la piel, continuando con un oscurecimiento del pigmento".

En otras palabras, ese 'glow' que tanto buscamos, se apaga. La piel pierde uniformidad, aparecen zonas más apagadas y, a largo plazo, pueden salir manchas o hiperpigmentaciones que son difíciles de tratar. De hecho, ya te contamoscómo podías eliminar la mancha del bigote en otro artículo.

Y después de decirle adiós definitivamente a nuestra luminosidad particular, llegan las temidas arrugas y/o líneas de expresión. Así es, el sol envejece más que cumplir años. Según los expertos, cuando la radiación incide en la piel, se produce un desorden celular en el tejido cutáneo que provoca que las células se roben átomos entre sí. Este caos induce a procesos inflamatorios y a lo que se denominan cascadas de pérdida de colágeno, la proteína esencial para la firmeza. Si perdemos colágeno y elastina, aparecen arrugas marcadas, surcos, etcétera.

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