Nadie ha confirmado el supuesto acuerdo para que Vox presida dos o tres Juntas Municipales de Distrito de Madrid, pero se da por hecho. No sería magra contrapartida para Ortega Smith a cambio del apoyo al alcalde popular Martínez Almeida, que empieza a desgranar sus proyectos municipales: recuperar el sueño olímpico de la capital, impulsar el distrito norte con la prolongación de la Castellana y derogar aunque sea parcialmente todas las medidas restrictivas contra el tráfico privado que ha dejado la ex alcaldesa Carmena. Pero las JMD son un bocatto di cardinale para quien no tiene más resortes de poder que echarse a la boca. Sin ir más lejos, quien presida la Junta de Chamberí con sus seis barrios administrativos va a implementar las primeras medidas políticas que afectarán a una población de 137.000 habitantes. Más que veinticinco de las cincuenta y cuatro capitales de provincia de nuestro país. Más que Cádiz, Santiago de Compostela, Toledo o Zamora. 145.000 tiene el distrito de Salamanca, donde el partido de Abascal quedó en cuarta posición pese a lo que pueda creerse. Nadie ha protestado allí por las noticias que sitúan a Vox en la Junta del Distrito, aunque sí se han escuchado ya las primeras críticas indignadas ante la posibilidad de que este partido presida la Junta de Usera, un barrio obrero en el que fue la quinta opción.
Lo importante del futuro que viene en la ciudad es que el partido calificado por todos como de extrema derecha va a tocar el poder, la parte más primaria del poder. El presidente de un distrito es un pequeño alcalde de la ciudad, los recursos de que dispone son muchos, y preside pequeños plenos en los que los vecinos suelen o deben tener voz, el único estadio de la política en el que realmente se les escucha.
El aspaviento que estamos viendo contra esta posibilidad sigue disfrazando a este partido con los ropajes de Blas Piñar, de Franco, y del fascismo ultramontano. Los vecinos de Arganzuela y del mismo Usera tuvieron varios años a la entonces concejal Rommy Arce como doble presidenta de distrito ante un ruidoso silencio general. Por eso los madrileños y los ciudadanos españoles deben separar el grano importante de la paja interesada, y observar cómo se gestionan los intereses de la ciudad con un gobierno experimental del que no teníamos hasta hoy antecedentes, porque la coalición de gobierno entre el CDS y el PP en 1989 era de dos fuerzas y no de tres. Volverán las manifestaciones, las pancartas y las camisetas de colores a vociferar en la Plaza de Cibeles, pero el balance real y no contaminado de lo que sea capaz de hacer el alcalde con su variopinto equipo de gobierno sólo lo harán los madrileños.
Y mientras tanto Sánchez va a redoblar la presión a Rivera para que le de un apoyo a cambio de nada en forma de abstención en la investidura que, con total seguridad, promoverá el candidato socialista. La forzará aunque pueda perderla para que se retraten sus adversarios, olvidando cómo quedó retratado él camino de su domicilio en aquél Comité Federal del otro 1 de octubre. La forzará para que empiece a correr el plazo legal de cara a una hipotética repetición de elecciones en otoño, en las que el PSOE revalidaría previsiblemente su victoria hundiendo aún más a Podemos y capitalizando no menos de 160 escaños con sus siglas. El botón electoral quedará entonces en manos del presidente en funciones, y esa herramienta es muy poderosa como para desperdiciarla si la disolución de la legislatura te beneficia.