A estas alturas de 2019 y varias grandes citas electorales después puede decirse que ni Podemos ha asaltado los cielos ni Ciudadanos ha logrado liderar la oposición. El bipartidismo puede haber terminado de facto, pero sigue muy vivo en realidad. Han cambiado muchas cosas, pero en realidad no ha cambiado casi nada.
La primera fue la consigna que un Pablo Iglesias aupado por las encuestas se atrevió a lanzar antes de las generales de 2015. Después llegó su rechazo a la investidura de Pedro Sánchez, su acuerdo con IU y su posterior caída en barrena producto de sus errores internos. La segunda es la proclama que los de Albert Rivera repiten a pesar de no ser cierta: han superado a Podemos, pasando a ser tercera fuerza, pero no son todavía -ni de lejos- la fuerza de referencia en su ámbito ideológico.
Ambas fuerzas irrumpieron en la vida política española casi a la vez, en las elecciones europeas de aquel lejano 2014. Entonces eran insignificantes -cinco y dos escaños, respectivamente- pero evidenciaron un síntoma: la crisis económica y sus efectos habían calado en la sociedad, depositando la semilla de lo que ya entonces se bautizó como 'el fin del bipartidismo'.
Estos años, intensísimos en la vida política patria, han dado para mucho. Ha abdicado el Rey, se han repetido unas elecciones, ha triunfado una moción de censura y hasta se ha declarado -brevemente- la independencia de Cataluña. Lo que no ha pasado, sin embargo, es que Podemos o Ciudadanos hayan conseguido su objetivo. Ya no son irrelevantes, sino realmente necesarios. Pero desde luego no son las fuerzas del cambio que aspiraban a ser.
Expresado así podría parecer un fracaso, pero nada más lejos de la realidad: haber conseguido romper una inercia de cuatro décadas en apenas cuatro años da idea de la relevancia de estas formaciones. Otra cosa son las expectativas generadas: ni unos ni otros aspiraban a ser lo que ahora mismo son, meros sostenes del sistema que venían a liquidar.
Porque en realidad, esa es su función. Podemos -a través de sus infinitas y no siempre bien avenidas derivadas políticas- gobiernan en multitud de ayuntamientos de primer orden. Son, también, fuerzas imprescindibles en la gobernabilidad de un buen puñado de autonomías. Eso sí, salvo en los consistorios siempre son otros los que gobiernan: ni una sola de las regiones del país tiene un presidente autonómico 'morado'.
Sea por la aceptación de su situación, sea por el estallido de innumerables crisis internas, en Podemos han cambiado radicalmente de actitud. Del 'no es no' a Pedro Sánchez pasaron a encabezar las negociaciones más delicadas para que prosperara la moción de censura primero y no decayera la legislatura después. De la campaña de 2015 en la que buscaban el 'sorpasso' al PSOE a la de 2019, donde han aceptado su papel de aliados necesarios dista una enorme travesía política.
La guerra de la derecha
La situación de Ciudadanos no es mejor. Ellos no gobiernan en ningún ayuntamiento relevante hasta ahora, y apenas han servido de muleta del bipartidismo en algunas -contadas- regiones. En Andalucía pactaron con los socialistas y ahora con los populares, rascando -eso sí- una valiosa vicepresidencia. En la Comunidad de Madrid sostuvieron al PP incluso con la caída de Cristina Cifuentes.
Igual que ha hecho Podemos, ellos también han variado su rumbo: han abandonado la socialdemocracia para abrazar el liberalismo, y han dejado el centro para intentar pescar en el río revuelto de la derecha. Acertada o no la estrategia, tienen un objetivo claro: han olido la sangre de un PP en demolición y quieren ocupar su lugar. Según sus cuentas, sólo siendo el partido de referencia en el bloque conservador pueden aspirar a rascar algo de poder real.
En realidad, más allá de lo que pueda pesar a parte de sus bases, la estrategia tiene sentido. Aceptando que el esquema actual ya no es de partidos sino de bloques, sólo el líder de cada uno de ellos tiene opciones de gobernar con el apoyo de sus semejantes. Es exactamente lo que ha sucedido en Andalucía, y es lo que podría pasar ahora en otras comunidades autónomas.
De ahí también su controvertida política de 'fichajes': han actuado de coche escoba del bipartidismo, acogiendo a caídos de los grandes partidos, como Manuel Valls, Soraya Rodríguez o Joan Mesquida desde el PSOE a José Ramón Bauzá o Ángel Garrido desde el PP, sin olvidar a todos los que llegaron en su día desde UPyD -como Toni Cantó o Ignacio Prendes-, que siguen llegando aún hoy de forma indirecta -como Maite Pagazaurtundua o Fernando Savater-.
Los motivos por los cuales ni Podemos ni Ciudadanos han logrado su objetivo son muchas. Para empezar, es una mera cuestión de capilaridad -España es casi más rural que urbana, y en ese fortín PSOE y PP siguen dominando- y demográfica -los nuevos partidos son más atractivos para población joven y de mediana edad, que son la minoría-.
Y para seguir, porque el bipartidismo tiene unas inercias poderosas. A veces, incluso, contra corriente. Que se lo digan si no a Pedro Sánchez, todo un experto en supervivencia política. Ya puede derrumbarse todo a su alrededor, socialdemocracia europea incluida, que él sigue ahí. Como en su día le pasaba a Mariano Rajoy con cada crisis a su alrededor. Y eso de lo que socialistas y populares hacen gala todavía es algo que ni Podemos ni Ciudadanos pueden presumir de tener.