Política

Cada vez hay menos partidos políticos y más grandes (aunque parezca lo contrario)

Valla electoral. Foto: Reuters

A nadie se le escapa que la política española ha cambiado. No hace tanto de la última vez que un partido logró la mayoría absoluta, aquel PP de Mariano Rajoy que creció sobre las cenizas de un 'zapaterismo' devorado por su gestión de la crisis. Sin embargo, parece difícil imaginar un escenario actual en que un partido sea capaz de sumar una mayoría suficiente por sí mismo como para gobernar.

Ese cambio profundo, propiciado por la emergencia de Podemos y Ciudadanos, ha hecho que en los últimos años se produzcan negociaciones 'a la italiana'. De hecho, sólo la corrupción que ha asolado al PP ha impedido que se establezcan dos bloques claros, de forma que el PSOE se ha visto favorecido por un contexto en el que ha podido ir pactando con Podemos o Ciudadanos en función de las circunstancias. La irrupción de Vox en las elecciones andaluzas, sin embargo, augura un nuevo cambio dentro de ese cambio.

Todo parece indicar que las negociaciones serán cada vez a más bandas: dos partidos de izquierda, dos de derecha y uno entre ambos bloques para desequilibrar la balanza. Y eso sin contar con las formaciones nacionalistas, que tradicionalmente habían sido las únicas capaces de cimentar mayorías.

En una situación así, de fragmentación de la política, se podría pensar que cada vez hay más partidos políticos en liza. En realidad es justo lo contrario: cada vez menos formaciones concurren a las elecciones generales, lo que sucede es que logran aglutinar cada vez más votos.

Así, se ha pasado de un escenario en el que apenas uno de cada ocho o nueve partidos lograba representación a otro en que lo hacen casi uno de cada cuatro. El motivo, más allá de que ahora haya contendientes más fuertes a nivel nacional, es también legal: las elecciones generales de 2011, cuando se notó el 'bajón' de inscritos por primera vez, fueron las primeras en las que se aplicó una reforma legal que establecía que para que una fuerza extraparlamentaria pudiera concurrir a los comicios debía recoger avales equivalentes al 0,1% del censo de cada circunscripción. El objetivo era eliminar de la lista a partidos irrelevantes y aligerar de paso la inversión del Estado en las elecciones.

El cambio de tendencia, sin embargo, no se puede achacar sólo a esa modificación legislativa. La prueba está en que el 'bajón' de los dos grandes partidos no llegó en esas elecciones, sino en las siguientes. Dicho de otra forma: en paralelo a que se recortaran las opciones para votar, el electorado decidió apoyar a otros partidos diferentes a los tradicionales.

La consecuencia práctica de todo eso es que en la política actual no se trata ya de ganar, sino de ser capaz de sumar. En ese contexto, no resulta tan importante ser el que más votos o escaños logre, sino quien sea capaz de atraer también a otras fuerzas con votos y escaños. Andalucía ha dado buenas muestras de ello: le pasó a Javier Arenas en 2011, y ahora le ha pasado a Susana Díaz en 2018.

Así, la clave pasa -como mínimo- en saber quién es la tercera fuerza y con cuánto margen, dando por sentado que las dos primeras serán casi siempre representantes de cada uno de los dos bloques en liza. La forma más evidente de visualizar ese cambio pasa por en la evolución de la fuerza de esos terceros partidos a lo largo de las elecciones generales.

El resultado es que hay menos partidos compitiendo, pero cada vez concentran más voto. No sólo es que haya un menor porcentaje de formaciones extraparlamentarias, sino que también su impacto es sensiblemente inferior.

En concreto, han perdido más de la mitad de su ya escasa relevancia: del casi 8% del voto válido que iba a formaciones que no entraban en el Parlamento se ha pasado a apenas un 3,3%.

Ahora bien, en lo que respecta a la diversidad parlamentaria no hay grandes cambios: contando todas las formaciones que concurrieron con marcas propias -lo cual excluye a las ramas catalana y gallega de Podemos-, el Congreso se ha movido en una horquilla constante de entre 14 y 11 partidos distintos. Sólo la entrada de IU en la lista de Podemos ha hecho que en el Parlamento actual haya diez grupos, que es el mínimos histórico.

En resumidas cuentas, estos 40 años de democracia han servido para ir haciendo madurar un sistema que ha dejado de ser tan atomizado y desigual. Ahora hay menos fuerzas en liza, pero entran en el Congreso más o menos las mismas que antes, de forma que sólo se han eliminado formaciones irrelevantes. Por contra, los grupos parlamentarios concentran en general más votos, que se reparten entre más opciones que antes.

Los tiempos de las grandes mayorías son cosa del pasado. Y con los datos en la mesa parece improbable que vuelvan, al menos a corto plazo.

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