
Nuestra política se ha vuelto tan rápida que casi parece que los partidos irrumpen de la noche a la mañana en un panorama en permanente cambio. El último caso es el de Vox, que ha logrado hacerse con 12 escaños en el Parlamento de Andalucía, provocando un vuelco en los equilibrios de poder de la región. Sin embargo Vox, como sucedió antes con muchas formaciones y candidatos, ha tenido que fracasar varias veces antes de triunfar.
El partido ultraconservador nació como una escisión renegada de Mariano Rajoy durante su primera legislatura como presidente hace ahora cinco años. El final de ETA y el perfil tranquilo del mandatario desairó a algunos militantes de peso que le retiraron su apoyo de forma velada. Muchos de ellos, sin embargo, nunca dieron el paso: nombres como María San Gil, Jaime Mayor Oreja o Esperanza Aguirre resolvieron de forma más o menos discreta sus discrepancias con Rajoy. Otros, como Santiago Abascal, José Antonio Ortega Lara o Alejo Vidal Quadras decidieron lanzarse a la aventura por su cuenta.
Así, en 2015 la formación debutó en las europeas con un candidato de peso como Vidal Quadras, que fue vicepresidente del Parlamento Europeo durante una década, pero se quedó a las puertas de tener representación con sus 246.833 votos. Volvieron a intentarlo en las generales de ese mismo año, todavía con cierta atención mediática por la novedad, pero Abascal y su combativa compañera Cristina Seguí apenas lograron sumar 58.114 votos, quedándose fuera del Congreso. Un año después tocaron fondo con 47.182 apoyos, lo que les dejó como una fuerza extraparlamentaria y residual. Ha tenido que llover para que les llegue su momento: en Andalucía han logrado reunir 396.000 votos.
El cambio de tendencia empezó cuando los medios prestaron atención al sorprendente éxito de un mitin de la formación en Vistalegre, justo cuando ya se les daba por amortizados. El derrumbe del PP, junto al enquistamiento del pulso soberanista catalán y las decisiones del Ejecutivo sobre el Valle de los Caídos parecen haberles dado alas. No son, ni mucho menos, los únicos factores: los indignados contra el sistema han cambiado de ideología, si es que alguna vez la tuvieron. El 'establishment' andaluz es socialista, así que el movimiento antisistema se ha vestido de todo lo contrario. El resultado es de sobra conocidos: doce diputados autonómicos y terremoto político de consecuencias imprevisibles.
Latencia antes del estallido
El caso de Vox no tiene precedentes por la fuerza de la irrupción, pero sí por la forma de hacerlo: aunque parezca flor de un día le costó cinco años y varias elecciones despuntar. De hecho, todos los partidos y candidatos salvo José Luis Rodríguez Zapatero han tenido que experimentar un crecimiento paulatino, y parece lógico que sea así. Sucede sin embargo que en el contexto actual, en el que las elecciones se suceden con más frecuencia y todo parece ocurrir más rápido, se tiene la percepción de que las nuevas fuerzas no pasan por ese 'barbecho' previo al éxito. Ese periodo de latencia sigue existiendo, aunque ahora sea mucho más breve de lo que solía ser.
Si no que le pregunten a Mariano Rajoy, que se ganó a lo largo de los años cierta fama de superviviente. En su día José María Aznar le ungió como sucesor para, en teoría, aterrizar directamente en La Moncloa. Nadie podía prever lo que sucedería el 11M y el tipo de gestión que hizo el Gobierno de aquellos atentados, así que para sorpresa del entonces presidente y su discreto delfín se quedaron compuestos y en la oposición.
Aquella derrota se debió más al subidón de votos de los socialistas que al bajón de un PP que siempre ha presumido de un sólido suelo electoral, así que se suponía que el nuevo líder no tendría que arreglar demasiados desperfectos para intentar el asalto al poder cuatro años después. Error. Durante esos años Rajoy intentó ir haciendo hueco a su propio equipo, apartando poco a poco los vestigios del aznarismo. Aquello provocó una inusitada reacción interna en su contra que acabó por moverle la silla cuando salió derrotado por segunda vez en las generales de 2008.
Tuvo que llegar la crisis y su errática gestión por parte del Ejecutivo de Zapatero para que Rajoy tuviera su momento triunfal. Fue presidente a la tercera, aunque -eso sí- lo fue por mayoría absoluta.
Lo del ya expresidente del Gobierno, a pesar de las impaciencias internas de los suyos, no es extraño. También Felipe González tuvo que fracasar dos veces, en 1977 y 1979, para lograr la conquista del poder en 1982. Lo mismo le pasó al propio José María Aznar, que concurrió como candidato en 1989 y 1993 antes de conseguir la victoria en 1996. Hasta ahora, con lo convulsa que se ha vuelto la actualidad política, Pedro Sánchez ha tenido tiempo de perder dos comicios -en 2015 y 2016- antes de llegar al poder gracias al triunfo de su moción de censura. Sólo José Luis Rodríguez Zapatero consiguió ser presidente al primer intento después de las primeras legislaturas de la UCD.
Podemos y Ciudadanos: irrupción, pero progresiva
Necesitar varios intentos para despuntar no es una exclusiva de los grandes partidos tradicionales. Puede parecer, por ejemplo, que tanto Podemos como Ciudadanos han llegado y han besado el santo, pero en realidad también tuvieron su evolución particular.
En el caso de la formación de Pablo Iglesias el crecimiento fue anormalmente rápido. En sus primeras elecciones generales consiguió colocarse como tercera fuerza del Congreso capitaneando una coalición que sumó 69 escaños, algo que ninguna fuerza había conseguido más allá del Gobierno y la oposición. Eso sí, el éxito no fue sorprendente ni primerizo: su primera aparición fue en las europeas de 2014 en las que sumó cinco escaños y después en las autonómicas y municipales de 2015 en las que consiguió, confluencias mediante, un buen puñado de ayuntamientos y escaños autonómicos.
Ciudadanos, por su parte, ha sabido reescribir su historia sorprendentemente bien. En su día ganó la batalla por el centro político contra UPyD, sabiendo hacer que su mensaje de renovación calara... a pesar de ser una formación con más solera que la que dirigía Rosa Díez. De hecho, Albert Rivera fue un habitual de los procesos electorales antes de convertirse en el telegénico líder que empezó a despuntar hace apenas tres años.
Antes de dar su salto nacional Ciudadanos fue haciéndose fuerte en el Parlament catalán, en el que tiene presencia desde hace ya doce años, cuando consiguió sus tres primeros escaños. Tan convulsa ha sido la situación en la región que los de Rivera llevan ya cinco elecciones a las espaldas, y a estas alturas son los líderes de la oposición de una Cámara paralizada por el procés soberanista.
Ni siquiera las de 2015, cuando la formación se convirtió en la cuarta fuerza política nacional con 40 escaños -algo también inédito-, fueron las primeras elecciones generales de Rivera. De hecho, lo intentó en 2008 siendo un perfecto desconocido que hizo aquella campaña desnudándose para un cartel y acabó quedando como decimotercera fuerza, extraparlamentaria, con apenas 46.313 votos.
Tampoco su fugaz antecesora, la UPyD de Díez, logró triunfar a primeras de cambio: en 2008, sus primeras generales, logró entrar en el Parlamento pero apenas con un escaño, para saltar a cinco tres años después. Un botín escaso para un espacio político tan supuestamente amplio, tal como se ha visto al poco tiempo. Quizá eso explique también lo rápido que se vino abajo la formación. A fin de cuentas, puede que se siga necesitando tiempo para crecer, pero en un contexto político tan cambiante como el actual crecer despacio ya es sinónimo de desaparecer. Está por ver si crecer demasiado rápido también conduce al mismo final.