
Hay dos formas de avanzar en un tablero de Risk. La primera consiste en conquistar un territorio y desde ahí, una vez asentado y protegido, emprender la expansión territorial. La segunda consiste en conquistar un territorio sólo como paso hacia otro más importante, abandonándolo a su suerte si es necesario para conquistar una recompensa mayor.
La primera estrategia es la que puso en marcha Ciudadanos hace unos años con respecto a Cataluña. Como formación regional tomaron una posición política ante la tensión soberanista, supieron desplazar al PP catalán como referencia en su espectro ideológico y acabaron exportando su propuesta al resto del país cuando el 'procés' dejó de ser un asunto regional para pasar a marcar la política nacional.
La segunda es la estrategia que el PP lleva años siguiendo en el País Vasco. Es una región fundamental para ellos, pero no por sí misma sino como medio para un bien mayor. Su posición política en el País Vasco les permite sacar un importante rédito electoral en otras zonas, aunque eso sea precisamente lo que hace imposible que puedan ser importantes allí.
Es el eterno sacrificio del PP vasco, y no es cosa de ahora. Se remonta a los tiempos de Jaime Mayor Oreja y María San Gil, en los años más duros de ETA, cuando su posición frontal contra el nacionalismo les hizo rozar la lehendakaritza de la mano de un PSOE que por entonces estaba alineado junto a ellos.
Los años, sin embargo, cambiaron la perspectiva: los socialistas se movieron con el tablero, mientras que el PP se quedó estático. El PSOE supo amoldarse así al nuevo rumbo de la política vasca, con un Ibarretxe debilitado y una ETA enfilando su recta final. Desde su fortaleza nacional -entonces con un José Luis Rodríguez Zapatero volcado en poner fin a la actividad terrorista- llegaron a la lehendakaritza de la mano del PP. La aventura duró poco, pero para entonces la posición ya no era allí de igualdad de fuerzas: el PSOE se mantuvo con vida incluso cuando el PP les arrasó en el resto de España, mientras que los populares empezaron a volverse irrelevantes incluso en su mejor momento en el resto de España.
El PSOE, de nuevo, se amoldó a las circunstancias. El inevitable regreso del PNV a la lehendakaritza, con EH Bildu de nuevo en la contienda electoral, abría un horizonte posible a medio plazo: que los dos partidos convergieran en un polo soberanista como en tiempos de Ibarretxe -y como sucedería después en Cataluña-. Ante esa situación los socialistas interpretaron que su papel no podía ser de oposición a cualquier precio y se avinieron a pactar con el PNV para formar gobierno, cerrando el paso a EH Bildu por una parte y ganando apoyos estratégicos futuros en Madrid.
El PP, por su parte, eligió otro camino. Permitió la renovación de caras y maneras, pero nunca de discurso y posiciones. Tomaron el control del partido líderes que poco o nada tenían que ver con los de Génova, pero a los que apenas dejaron control operativo.
Pasó el pragmático Antonio Basagoiti, que hizo a Patxi López lehendakari y acabó dimitiendo y dejando la política. Le sucedió la muy conservadora Arantza Quiroga, a la que descabalgaron en cuanto interpretaron en Madrid que llevaba a cabo un acercamiento argumental a EH Bildu. Después llegaría Alfonso Alonso, hombre fuerte de la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Alrededor, líderes atípicos como Borja Sémper -un eterno verso suelto- o Iñaki Oyarzábal, y personajes contraintuitivos como un Javier Maroto que acabó llevando a la boda con su marido a la plana mayor de un Gobierno que había recurrido la legalidad del matrimonio homosexual.
La violencia en el argumentario
Los cambios, sin embargo, tuvieron nulo efecto en el discurso oficial. Para el PP la violencia ha seguido presente en el centro del argumentario, cuando no ETA directamente. Y eso ha ido larvando su presencia en la región elección tras elección hasta la casi irrelevancia. La realidad que se vende desde Madrid nada tiene que ver con la que se vive en el País Vasco, algo que los cuadros del partido han llevado cuanto menos con resignación pero que para nada convence a los votantes.
A Mariano Rajoy su falta de 'toque' con el PNV le costó la presidencia, ya que fue el voto de los nacionalistas el que decantó la moción de censura que le desalojó. Y si él y su pragmatismo no deshicieron el muro levantado contra el nacionalismo mucho menos iba a hacerlo el equipo de Pablo Casado. Tanto es así que a la primera fricción con Alonso, el penúltimo barón del 'marianismo', le ha sustituido como candidato para las inminentes elecciones vascas. El motivo: negarse a una coalición electoral con Ciudadanos y a un acercamiento a Vox.
El elegido no es casual. Carlos Iturgaiz fue sucesor de Mayor Oreja durante unas elecciones, las de 1998, en las que un PP a lomos de la victoria de Aznar logró ser la segunda fuerza más votada en Euskadi con 16 escaños. Sucedió justo antes de aquella pinza fallida entre -de nuevo- Mayor Oreja y Redondo para descabalgar a Ibarretxe. Aquello acabó en completo cisma político y social justo cuando la actividad de ETA se recrudecía, y fue entonces cuando se fijó una posición política desde Génova que en veinte años apenas ha variado aunque el panorama vasco sea completamente diferente.
Parece improbable que un PP irrelevante en el País Vasco -nueve escaños- vaya a conseguir algo de la mano de una alianza con Ciudadanos, formación que no ha logrado representación en la región. Y menos cuando el primer mensaje del candidato ha sido tenderle la mano a Vox, que ni siquiera existe políticamente en Euskadi. De hecho, la caída constante de las últimas cuatro elecciones dan que pensar que más valdría variar el discurso en lugar de recrudecerlo con Iturgaiz.
¿Cuál es el sentido entonces del movimiento de Casado y los suyos? De nuevo, utilizar una región como palanca para propiciar un cambio más allá. El PP inicia en el País Vasco la reconquista, pero no la del electorado español, sino de la derecha. Una alianza estratégica con un Ciudadanos al borde del abismo parece más bien una forma de atraerles para fagocitarles. Y si encima la suma les sale bien en una región en la que Vox tiene complicado lograr representación, mejor que mejor.
Así las cosas, la elección de Iturgaiz puede ser en realidad el enésimo ejemplo de 'utilización' de Euskadi en el plano nacional. En este caso, para reunificar a la derecha alrededor del PP escorando al partido y tensando el debate para recuperar el pulso y a medio plazo pelear cara a cara -o fagocitar- el espacio perdido hacia Vox.
El País Vasco será la primera batalla de la contienda. Habrá que ver qué sucede en Galicia, último bastión del 'marianismo' y auténtica base de operaciones del PP durante décadas. Eso sí, descabalgar a un Feijóo al que muchos ven ya como única alternativa a Casado podría ser más complicado de lo que ha sido hacerlo con Alonso y con el PP vasco en general. A no ser que pierda la mayoría y su continuidad dependa de pactar con Vox...