
El inversor más exitoso de la historia, Warren Buffett, ha anunciado que se retirará de la primera línea de Berkshire Hathaway a finales de año, a los 95, aunque se mantendrá como presidente del consejo. Una edad más que avanzada para jubilarse, pero que no le ha impedido rendir a un nivel altísimo durante décadas.
Siempre he pensado que la experiencia es clave para un buen inversor. Cuantos más años llevas en este oficio, mejor analizas las oportunidades y mejores decisiones tomas desde una perspectiva de largo plazo, que casi siempre acaba beneficiándote. Algo que, por otra parte, no deja de ser paradójico: cuanto menos tiempo te queda de vida, más a largo plazo tiendes a pensar. En el caso de Buffett, esta ha sido siempre una máxima. No solo invierte, sino que espera. Su enfoque descansa en una ética de la espera, una fe radical en el tiempo como mejor aliado del inversor. En la era de la inmediatez, el sabio de Omaha es el máximo exponente del "haz menos, pero hazlo bien".
La paciencia y la visión a largo plazo son algunas de las virtudes que más me han llamado la atención de él, pero hay otras que, aprovechando el anuncio de su paso a un segundo plano, me gustaría destacar. Vaya por delante que son aspectos mayoritariamente ligados a su perfil como inversor, aunque Buffett es un personaje al que puedes admirar por muchas razones, todas ellas conectadas con su éxito como gestor financiero y empresarial.
Buffett es un hombre culto e intelectualmente muy consistente. Dedica buena parte de su jornada a leer -entre cinco y seis horas al día, según él mismo ha contado-, una costumbre que reforzó con los años y perfeccionó gracias a su socio y amigo Charlie Munger, fallecido a finales de 2023. Munger no solo consolidó su amor por el conocimiento, sino que le enseñó a pensar de forma más estructurada, multidisciplinar y contraria a los dogmas de moda. Buffett ha triunfado no solo por su talento analítico, sino por cualidades personales poco comunes: la ya mencionada paciencia casi estoica, una férrea disciplina emocional y una humildad intelectual que le permite reconocer errores y aprender de ellos sin descanso. A eso suma una vida frugal y un pensamiento independiente, inmune a las modas y al ruido del mercado.
Su larga carrera se ha sostenido sobre una filosofía de inversión única, que supo construir a partir del value de su mentor Benjamin Graham y del growth de Philip Fisher. Es decir, buscar negocios con buenos fundamentos y potencial de crecimiento a largo plazo, aunque no necesariamente estén baratos, sino a un precio razonable. ¿Y qué mejor manera de valorar un negocio que a través del flujo de caja? A Buffett no le interesa tanto el beneficio contable como el flujo de caja libre, es decir, el dinero que queda en la empresa una vez cubiertos los gastos esenciales para su funcionamiento.
Por eso, a lo largo de su trayectoria ha invertido en compañías con barreras de entrada altas, con productos únicos, y que generan mucho cash sin necesidad de grandes reinversiones: Coca-Cola, American Express, Kraft Heinz o Moody's, entre muchas otras. Siempre he admirado esa filosofía de buscar empresas difíciles de replicar, aunque lo que verdaderamente me impresiona es su capacidad para encontrarlas y su convicción para mantenerse invertido en ellas durante décadas.
Aunque este tipo de empresas existen en todo el mundo, Buffett las ha encontrado con mayor frecuencia en Estados Unidos. Y aunque ha invertido también en compañías internacionales, su enfoque ha sido mayoritariamente americano. Siempre ha dicho que entiende mejor el entorno regulatorio, empresarial y cultural de su país, y eso le da una ventaja competitiva. También es cierto que la apuesta estadounidense por la innovación, junto con una alta concentración de capital, facilita la aparición de grandes grupos con vocación global.
Como tantos otros inversores, siempre he admirado a Buffett. Lo considero un inversor de élite, probablemente el mejor de todos los tiempos, con una concentración y una dedicación absolutas. Toda su vida, absolutamente toda, gira en torno a esta actividad, que, por otro lado, es apasionante y envolvente si te entregas a fondo. Intentar seguir sus pasos es, para mí, un reto tan exigente como inspirador.
*El artículo refleja la opinión personal de Pedro Escudero. No es un mensaje de Doma Perpetual.