La estafa de la falsa herencia y todas sus derivadas, tan populares hoy en internet, tienen en realidad siglos de historia. Fraudes en los que el tramposo ofrece acceso a una gran herencia, pero que necesita una pequeña inversión inicial para desbloquear los trámites necesarios. También se le conoce como 'la estafa del príncipe nigeriano', por ser la versión más popular en las últimas décadas, pero una de las más famosas de la historia es la de 'la herencia de Francis Drake', el famoso pirata inglés, que murió sin dejar descendencia conocida.
Esta supuesta ausencia de herederos facilitó que, durante siglos, casi desde la muerte del bucanero, muchos tratasen de engatusar a sus víctimas haciéndoles creer que les correspondía una parte de su cuantiosa fortuna. Pero nadie llegó tan lejos como Oscar Hartzell, un agricultor de Illinois que se convirtió en uno de los mayores estafadores de la historia de Estados Unidos, teniendo en cuenta el número de víctimas.
Este tipo nació en 1876, en un pueblo de las praderas de Illinois, hijo de padres agricultores, que cultivaban maíz y criaban cerdos. Siendo adolescente, dejó los estudios para dedicarse a la ganadería. Tuvo una vida repleta de altibajos, con éxitos y con fracasos. Trabajó mucho, e hizo grandes inversiones, incluyendo la propia herencia que recibió de su padre, tras su muerte. Unas salieron bien, y otras mal. Tan mal que en 1915 estaba arruinado.
Hasta que un día recibió noticias de su madre: había hecho una inversión que creía que podría solucionar todos los problemas de la familia. Había invertido todos los ahorros de su vida, 6.000 dólares, en efectivo, con los que podría ganar hasta 6 millones si todo salía bien. Milo F. Lewis y Sudie Whiteaker le habían explicado que era descendiente de Francis Drake, que había fallecido de disentería en 1596, y que había amasado una enorme fortuna en oro y otros botines. No había tenido nunca hijos, y tenía toda su riqueza, más los intereses generados a lo largo de los siglos, custodiada por el gobierno británico.
Contaban con un árbol genealógico falso, perfectamente elaborado, que seguía el rastro de un supuesto descendiente que había emigrado de Inglaterra a Estados Unidos en el siglo XVIII, que les llevaba hasta un tal George Drake que, casualmente, era primo de la madre de Oscar Hartzell. Si estaba interesada, por una pequeña cantidad necesaria para desbloquear los gastos legales para liquidar la herencia, se llevaría una participación de las ganancias finales. Prometían ganancias de 500 dólares por cada dólar invertido, que incluso podían elevarse hasta los 1.000 dólares. Una oferta demasiado buena para ser verdad, pero también demasiado buena para dejarla pasar.
De víctima a estafador
Era un fraude. Y los Hartzell, ahora sí, se habían quedado sin nada. Enfadado y sin más opciones, Oscar decidió perseguir a los estafadores. Los encontró en Iowa, y se encaró con ellos, hasta que no les quedó más remedio que confesar. Habían defraudado más de 65.000 dólares en dos meses, incluyendo los 6.000 de su madre.
Pero Hartzell, lejos de querer cobrarse su dinero, que se lo ofrecieron, decidió asociarse con ellos, dejándoles claro que estaban subestimando el potencial de la estafa. Poco después, los tres, ya aliados, establecieron una sociedad y abrieron una oficina de la Asociación Sir Francis Drake, para darle más credibilidad a la estafa. Y concentraron sus esfuerzos, inicialmente, en la zona de Iowa, Illinois y Missouri, pero contactando con la gente de apellido Drake, para que la estafa tuviera más credibilidad.

Hartzell iba familia por familia invitándoles a invertir en su campaña para demandar al Gobierno británico. Les prometía riquezas inmensas, de una herencia que estimaba de entre 22.000 millones y 400.000 millones, según lo juguetón que se sintiera cada día. Hasta la ciudad inglesa de Plymouth estaba incluida en el lote, pues había sido alcalde allí entre sus viajes por el mundo.
Les iba tan bien, que acabaron ampliando el radio de acción a otros estados del país, y a personas que no se apellidasen Drake. Cayeron miles y miles de personas, de todo tipo. Desde gente común, que invertía los ahorros de toda su vida, hasta jueces, funcionarios o mujeres de la alta sociedad. ¡Eran muy convincentes!
Tenían tanto trabajo, que empezaron a reclutar nuevos agentes que les ayudaran a recaudar los fondos que estaban consiguiendo. Algunos de estos empleados sabían que se trataba de una estafa, y otros confiaban en lo que les contaban.
Mudanza a Londres
Con el engranaje de la estafa funcionando con la precisión de un reloj, Hartzell se muda a Inglaterra, tanto para dar más credibilidad a la estafa... como para evitar las miradas del FBI, que ya le estaba siguiendo la pista. En Londres vivía a todo lujo, con el dinero que sus agentes le enviaban desde Estados Unidos, y que no dejaba de crecer y crecer.
Desde la orilla del Támesis, Hartzell enviaba cartas a las familias que habían confiado en él contándoles cómo evolucionaba el proceso de reclamación de la herencia, y todas las dificultades que estaba encontrando. Utilizaba un estilo muy campechano y muy convincente, que tenía a los estafados encantados y cada vez más convencidos. Empezó siendo un movimiento especulativo, y casi acabó convirtiéndose en una causa sagrada.

Tanto que, por ejemplo, cuando el FBI está investigando, y a través del Ministerio del Interior de Reino Unido confirman que no existe una herencia no reclamada de Sir Francis Drake, ya que la recibió su esposa, a las familias afectadas les dio igual. Las donaciones no se detuvieron. Cuando el Estado de Iowa intentó elevar el caso al Gobierno estadounidense, fueron los propios afectados y partidarios de Hartzell los que les detuvieron, diciendo que podían donar su dinero a quien les diera la gana.
Era todo tan obsceno que, cuando se produce el crack del 29 y las bolsas estadounidenses se desplomaron, los inversores, desesperados, empezaron a enviarle a Hartzell más dinero que nunca. Querían recuperar las enormes pérdidas bursátiles que estaban acumulando. En el momento álgido del fraude, en 1932, recaudaba 20.000 dólares al mes, que sus agentes enviaban a Londres, donde era gastado casi de inmediato.
La caída
El problema para Hartzell es que, con la crisis, muchas de las estafas habituales desaparecen, así que los numerosos agentes de la ley pueden ponerse a investigar la suya. Hasta ese momento, no lo habían tenido fácil, porque nadie estaba dispuesto a denunciar la situación, ni a testificar contra él, ni nada. Pero una vez que empiezan a acumular investigadores, sí que logran empezar a encontrar a los eslabones más débiles de la cadena, hasta que uno de los agentes de Hartzell confiesa, el primero. Fueron varios los que acabaron reconociendo el fraude, aunque fueron muchos más los que confiaban en el estafador.
Empiezan las detenciones, hasta que, en colaboración con Scotland Yard, en Londres acaban capturando al propio Hartzell en 1933. Tras un largo juicio, para el que contó con abogados pagados por las donaciones de sus seguidores, que no dejaban de llegar, fue condenado en 1934 a 10 años de cárcel y a una multa de 2.000 dólares. Después, fue deportado a Estados Unidos.
Empezó a cumplir su condena en una cárcel de Kansas, e incluso en prisión siguió recibiendo donaciones de sus seguidores. Pero, en algún momento, empezó a perder la cabeza, con delirios en los que se creía que era el propio Francis Drake, o que tenía una fortuna de 260.000 millones de dólares. Finalmente, se le diagnosticó esquizofrenia, y fue trasladado a un hospital psiquiátrico, donde acabó perdiendo la vida en 1943, de cáncer.
En estos casos siempre es complicado calcular las cifras exactas, pero se estima que habría estafado unos 800.000 dólares. En cuanto a la gente que cayó en su fraude, se especula que fueron entre 70.000 y 100.000 personas, muchas de las cuales siguieron creyendo en él hasta el fin de sus días.