Para un empresario de éxito, millonario y acostumbrado a triunfar, enfrentarse a momentos complicados, enfrentarse al error y al fallo... no siempre es fácil. Se ha comprobado durante las crisis económicas más graves, donde las medidas más extremas y desesperadas se vuelven hasta frecuentes. Y nada más extremo y desesperado que el suicidio.
El ego de una persona exitosa, que no está acostumbrada a equivocarse, hace que cuando falla sienta que le han despojado de todo lo que saben, como explica el psicólogo Alden Cass, acostumbrado a tratar con financieros. El fracaso les deja sin esperanza, sin salida. Y el suicidio es una de las pocas prácticas que no discrimina por motivos ni de clase, ni de status o de riqueza.
Esa situación fue a la que se tuvo que enfrentar el empresario alemán Adolf Merckle, que en 2009, en plena crisis financiera, y tras perder una fortuna, decidió quitarse la vida tirándose a las vías del tren.
Merckle, nacido en 1934, heredó en 1967 una compañía química, fundada por su abuelo en el siglo XIX, y la convirtió en la farmacéutica Phoenix Pharma, una de las más importantes del mundo. No fue fácil, pues no estaba atravesando el mejor momento, después de que el gobierno alemán hubiese expropiado la empresa durante la II Guerra Mundial, para fabricar medicinas, ante la negativa de la familia a colaborar con el régimen nazi.
Expansión
De hecho, cuando Merckle se puso al frente de la compañía, empleaba a menos de 100 personas. Pero desde el primer momento tuvo como objetivo la expansión. Así lanza, por ejemplo, Ratiopharm, una farmacéutica especializada en medicamentos genéricos. Pero no cierra puertas a otros sectores, y también invierte en la cementera Heidelberg, una de las más importantes del mundo; la empresa de quitanieves Kässbohrer, la metalúrgica Zollern o la téxtil Gruschwitz.
Las inversiones son un auténtico éxito, que catapulta los resultados del grupo empresarial, y también la fortuna del propio Merckle. De hecho, llegó a estar entre las 100 personas más ricas del mundo, según la lista Forbes, alcanzando el puesto 44 en 2007, con una fortuna estimada que superaba los 12.000 millones de dólares. También era el 5º hombre más rico de Alemania. Sin embargo, su discreción, que le mantenía apartado de los focos, hacía que ni siquiera sus vecinos fueran conscientes de que tenían a un milmillonario entre ellos.
La crisis financiera
Pero todo se complicó con la crisis financiera de 2008. Por un lado, porque la situación económica golpeó directamente a los principales negocios del grupo. Y por otro, porque una inversión a la baja contra Volkswagen que salió mal, después de que Porsche aflorara una importante participación que disparó el precio de sus acciones, y que se tradujo en pérdidas por valor de 1.000 millones de euros para Merckle.
La situación, de repente, era desesperada. Se reunió con el Gobierno regional para pedir ayuda, sin éxito. Las negociaciones con los bancos, con los que tenía una deuda por valor de 5.000 millones, no era fácil, pero logró un préstamo puente en el último momento, por valor de 400 millones, que aseguraba la viabilidad del grupo empresarial, que en aquel momento, pese a todo, generaba ingresos por valor de 30.000 millones al año, tenía inversiones en 120 empresas y daba empleo a 100.000 personas.
Pero cuando todo parecía controlado, llegó el fatídico día. El lunes 5 de enero de 2009, a primera hora de la tarde, Adolf Merckle se despedía de su mujer con normalidad, indicándole que tenía que ir un rato a la oficina. Salió tranquilamente de casa, pero en vez de ir al trabajo, se dirigió a una vía del tren cercana. Allí esperó pacientemente, y cuando pasó el tren se tiró delante. Murió en el acto, y los restos de su cuerpo fueron encontrados horas después.

Nadie podía comprender qué había pasado. Porque aunque la situación económica era complicado, y su fortuna se había reducido enormemente, aún contaba con un patrimonio de 6.000 millones. Y con el acuerdo con los bancos, la supervivencia de su grupo empresarial parecía garantizada. La nota de suicidio que dejó, en la que básicamente pedía perdón a su familia, tampoco aclaraba nada.
Tras mucho reflexionar sobre lo que había pasado, familiares y amigos cercanos llegaron a la conclusión de que el problema no era de dinero, sino de honor, y por qué no decirlo, de orgullo. Las entidades financieras no le iban a prestar dinero sin más, sino que exigían, a cambio, que vendiese algunas de sus empresas, para capitalizarse. Las principales damnificadas serían Radiopharm, la filial británica de Phoenix y la cementera Heidelberg. Eran algunas de las grandes joyas de su grupo.
Tras la muerte del patriarca, Ludwig, con el apoyo de sus hermanos, tomó las riendas del grupo. En un momento muy complicado a nivel global, fue capaz de tomar medidas importantes, como las que les exigían los bancos, para salvar el grupo. La fortuna de los Merckle, hoy ronda los 5.000 millones de euros, manteniéndose como una de las empresas familiares más ricas de Alemania. Siguen teniendo inversiones en más de 100 empresas, y generan ingresos por valor de 28.000 millones al año.