Las vajillas de Duralex no se rompen, como asegura el eslogan de la compañía francesa, que en los últimos años ha demostrado ser mucho menos resistente que su producto. De hecho, por cuarta vez en lo que llevamos de siglo, vuelve a estar a las puertas del desastre. Y en cada episodio la situación parece aún más grave.
En abril, tan solo 3 años después de su último rescate, cuando fue adquirida por Maison Française du Verre por 3,5 millones de euros, la empresa francesa de cristalería Duralex se acogió a un proceso de administración judicial, con vistas a su venta. Ahora es un tribunal el que debe encontrar un comprador, si es que lo encuentran. Para ello, ha designado a dos enviados y un administrador que visitarán la fábrica y elaborar un expediente sobre el valor del emplazamiento, para presentárselo a potenciales compradores.
La compañía, que opera en 33 países y exporta el 75% de su producción, ya cambió su dirección a principios de año.Fue entonces cuando el español José Luis Llacuna fue sustituido por la francesa Géraldine Fiacre. Entre 2022 y 2023, Duralex atravesó una importante crisis, provocada principalmente por los altos precios de la energía, que se multiplicaron por 20 respecto al año anterior, y le obligaron a detener la producción de la fábrica durante cinco meses.
De la última crisis, Duralex salió gracias al apoyo del Estado francés, que le concedió un préstamo de 15 millones. Y confiaban en que, con la bajada de los precios del gas y la electricidad, pudieran recuperar su actividad con normalidad. Pero no ha podido ser.
No deja de ser un capítulo más en la convulsa historia de Duralex, una marca, sin duda, de éxito, pero que también ha estado marcada por las crisis y las dificultades, sobre todo a partir de la época de máximo esplendor, allá por los 70 del pasado siglo.
Una creación de Saint-Gobain
Los comienzos fueron espectaculares. El gigante Saint-Gobain empezó a desarrollar el vidrio templado en la década de los 30, antes de la II Guerra Mundial, para las lunas de los automóviles, un sector al alza. Era un cristal prácticamente irrompible, y les gusta tanto el resultado que creen que puede tener muchos más usos. Y con esa idea en mente, compran una pequeña cristalería, ubicada en La Chapelle-Saint Mesmin. Pertenecía a un perfumista que fabricaba allí sus frascos y vaporizadores. Pero los nuevos dueños abandonan esa vía, para empezar a crear productos de uso culinario. Con el proceso ya consolidado, en 1945 crean la marca Duralex, que englobaría todo el nuevo negocio relacionado con las vajillas.
Ese nombre no fue elegido al azar. Proviene del lema latín Dura Lex, Sed Lex, que se traduciría como "la ley es dura, pero es la ley". Consideraban que transmitía perfectamente el valor de la robustez y la resistencia. Estamos en un momento en el que las vajillas eran principalmente de loza o de cerámica, que se podían romper muy fácilmente, y además caras. La llegada de un producto que se decía indestructible, y con precios bastante populares, es un éxito. Su primer eslogan lo dejaba claro: "Duralex no se rompe".

Triunfan desde el primer día, con el primer lanzamiento, que es un modelo de vaso redondeado y con una línea en medio, al que llaman Gigogne, y que incluso hoy se sigue vendiendo. Ya en 1954 llega la línea de vasos Picardie, mucho más estilizada, y que desde entonces es el producto estrella de la marca.
Cuenta la leyenda que en 1956, cuando los jugadores del Real Madrid viajaron a París para jugar la final de la Copa de Europa, lo primero que hicieron fue comprar vajillas de Duralex. Una anécdota que puede ser exagerada, pero que habla de la popularidad que había alcanzado la marca.
Auge y llegada a Azuqueca
En los 60 y 70, Duralex alcanza su máximo esplendor. En su momento álgido, llega a emplear a 1.500 personas, y poseer varias fábricas en Francia. En 1964 alcanzan los 130 millones piezas producidas. Además de los modelos de cristal transparente, lanzan versiones verdes y ámbar, que quizá hayas visto en casa de tu abuela.
Es en esa época, cuando, en pleno proceso de internacionalización, (se llegan a vender en 120 países) inaugura su propia fábrica en España, para poder responder a esa demanda. Se sitúa en Azuqueca de Henares, en Guadalajara, una zona eminentemente agrícola, y que con ese movimiento inicia su proceso de industrialización, impulsado por la creación de más de 500 empleos. Aquella 'fábrica de cristal', como se le conocía, fue todo un éxito.
El inicio de la crisis
Todo empezó a torcerse a final de la década. Se enfrenta a una tormenta perfecta. Por un lado, han vendido tantos vasos, tantos platos y tantas fuentes que están presentes en casi todas las casas, y lo que era considerado como un producto moderno, se convierte en aburrido. Y por otro, sufre como pocos el proceso de globalización, con la llegada de productos asiáticos, mucho más baratos. Sus ventas empiezan a caer.
En la década de los 80, sufre un nuevo revés. La mecanización y automatización de las fábricas y los malos resultados económicos hacen que la empresa despida a casi 500 trabajadores en Francia, y cierre dos de sus tres hornos de producción.

Esta medida no soluciona los problemas, y Saint-Gobain decide deshacerse de Duralex. En 1997 vende la compañía a la italiana Bormioli Rocco, iniciando un baile de dueños y accionistas y quiebras que dura casi hasta nuestros días. En 2004 la empresa es vendida a uno de los directivos de la compañía, y un año después no le queda más remedio que declararse en bancarrota. En ese momento, la adquiere un empresario turco, y cierra definitivamente una de las fábricas, que empleaba a 110 personas, y que llevaba años al borde del precipicio.
Estafa, resurrección y caída
En 2008, cuando ya solo tenía 260 trabajadores, vuelve a declararse insolvente, lastrada por la actuación desleal del dueño turco, que esquilma la compañía y acaba siendo condenado por malversación. Se presentan varias ofertas por la marca, que acaba siendo adquirida por un industrial franco-británico, junto con dos directivos de Duralex y el apoyo de un grupo de inversores libaneses, con gran presencia en Oriente Medio. Tienen que invertir más de 3 millones de euros, y salvan 200 empleos. Esta vez las medidas parece que funcionan, y unido al auge de la moda retro y vintage y el explotado negocio de la nostalgia, les permite recuperar beneficios. Casi el 90% de la producción se destina a la exportación, con Oriente Medio como principal mercado.
Cuando parecía que Duralex volvía a funcionar y que la crisis era cosa del pasado... llega 2017. Durante la sustitución de un horno, una pieza se instala tarde, lo que provoca importantes retrasos en la producción, que acaba desembocando en un grave déficit.
En 2019, el empresario franco británico que estaba al frente de la compañía inicia el proceso de venta, que planeaba completar en la primavera de 2020. Pero la pandemia pone el último clavo en el ataúd de Duralex. Las restricciones y el cese de las exportaciones, recordemos, su principal mercado, hunden la facturación.
Y cuando parecía que ya no se podía hacer más, es cuando entra en juego Maison Française du Verre que, como decíamos al principio, sale al rescate de la compañía. Confiaban en que podía ser rentable. La realidad, tozuda, hace que tres años después se rindan, con la esperanza de que un nuevo comprador pueda sacar adelante la legendaria marca Duralex.