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Cuando la ciudad de Nueva York se convirtió en el mayor activo tóxico del mundo

  • El 17 de octubre de 1975 vencía deuda por valor de 453 millones
  • El fondo de pensiones del sindicato de profesores era la última esperanza
  • La ciudad se había convertido en la capital mundial de la violencia
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La tarde del 17 de octubre de 1975, la ciudad de Nueva York, la capital del mundo, estuvo a punto de transformarse en un inmenso agujero negro, capaz de engullir a toda la economía de EEUU y al sistema financiero mundial. New York City rozó la quiebra y casi desata una crisis sistémica global.

Había pánico real en los mercados. El Dow Jones se había desplomado un 10% en el arranque de la sesión del día anterior. El oro estaba disparado, como refugio para los inversores. Y la renta fija, prácticamente, llevaba días colapsada. No había manera de que el mercado de bonos funcionara con normalidad, sobre todo, la deuda de otras ciudades americanas.

La supervivencia de alrededor de una centena de bancos dependía de la viabilidad de la ciudad, pero en cualquier rincón del mundo, una entidad financiera podía poseer bonos tóxicos de la ciudad. Los bonos neoyorquinos habían pasado de mano en mano, como un activo seguro, cuando eran auténtica basura. El hundimiento de Nueva York se había convertido en el Lehman Brothers de los 70. Como en la crisis financiera de 2008, todo el mundo tenía activos tóxicos en cartera y los únicos que lo sabían eran los bancos que habían esparcido... el problema.

La historia se repite siempre y la economía siempre tiene ejemplos. Nueva York se había convertido en un Too Big to Fail, para todas las partes implicadas; desde la Casa Blanca a los propios maestros de la ciudad, pero del que nadie quería responsabilizarse de una montaña de deuda de 11.000 millones de dólares.

El contable

La bomba de relojería de la deuda le estalló en las manos al alcalde Abraham Beame, en su segundo año de mandato. Al político demócrata no debió cogerle por sorpresa la situación. Había sido jefe de presupuestos del Ayuntamiento durante más de diez años, siendo testigo directo del declive de la ciudad. Delante de sus ojos, había visto como se enjuagaban los presupuestos anuales, y había permitido que los fondos de pensiones de trabajadores de la ciudad taparan los agujeros para que autobuses y metro pagaran nóminas y siguieran prestando servicio. Para más inri, la formación y sus primeros trabajos profesionales de Beame los realizó como contable. "Abe Beame es contable, pero es difícil entender cómo consiguió el título", solía decir su sucesor en la Alcaldía, Ed Koch.

Lo peor era que el desmadre financiero de Nueva York venía de lejos y estaba a la vista de todo el mundo. Y por ello, el presidente de EEUU, Gerald Ford, se negaba intervenir y salvar a la ciudad. The New Yorker recoge la versión del secretario de prensa del presidente: "La situación de Nueva York no es un desastre natural o un acto de Dios, es un acto autoinfligido por las personas que han estado dirigiendo la ciudad".

La gestión del major estaba siendo un desastre pese a que la situación ya era crítica. Los bonos municipales estaban en caída libre. Beame anunció congelaciones de salario, de contrataciones y despidos en el mes de febrero. En el trimestre posterior, el Ayuntamiento realizó 13.000 contratos y los despidos se quedaron solo en 436, cuando se había prometido un ajuste de plantilla de 8.000 trabajadores. Los inversores no iban a volver a creer en Nueva York.

¿Cómo llegó Nueva York a esta situación?

En todas las quiebras pasa lo mismos. Llega un momento que los bancos cierran el grifo y ya no se puede pagar la deuda, con nuevos préstamos. Ese momento iba a llegar para Nueva York a las cuatro de la tarde del 17 de octubre de 1975. Vencían 453 millones de dólares y el Ayuntamiento solo disponía de 34 millones en caja y todas las puertas de los bancos cerrados.

En abril de 1975, la ciudad ya había entrado en quiebra técnica, no tenía fondos para afrontar los gastos corrientes. Según distintas investigaciones, la deuda local y de todas las compañías del Ayuntamiento ascendía a 14.000 millones de dólares. Roger Dunstan, de California Research Bureau, apunta directamente a manipulación contable. Oficialmente, los presupuestos mostraban un déficit anual de Nueva York de 600 millones de dólares sistemáticos, pero ocultaban un agujero de 2.200 millones.

El gobernador, Hugh Carey; el presidente, Gerald Ford; y el alcalde, Abe Beame, durante una negociación.

Los fondos de pensiones de trabajadores municipales de Nueva York se habían convertido en los prestamistas de último recurso de la ciudad. El último fue el de los profesores. El juego era endiablado para los funcionarios. Si no apoyaban al Ayuntamiento con sus ahorros, poniendo en riesgo sus pensiones futuras, podían ver como se quedaban sin trabajo si había quiebra.

Ravitch no tenía cargo oficial, pero era el Señor Lobo del Gobernador. Y ya había desatado toda la presión sobre el presidente de UFT (United Federation of Teachers). Por la mañana, cuando ya había intenciones de retirada por parte de los maestros, dijo a la prensa: "El futuro de la ciudad está en sus manos". The Staten Island Advance le tenía preparada una apertura a toda plana para la misma mañana del 17 de octubre de 1975: "Amago del UTF para empujar a la ciudad al impago".

El hombre de confianza del Gobernador Carey, que llegó al cargo de vicegobernador en 2009, escribió en sus memorias: "Shanker estaba realmente agobiado por la decisión de no comprar bonos MAC". La reunión de madrugada se prolongó hasta las cinco. Shanker no cedió, pero Ravitch cuenta que el líder de los maestros era consciente que el futuro del empleo estaba condenado con la quiebra de la ciudad. "Pero creía que su principal obligación con sus compañeros era salvar las pensiones y no estar sujetas al mismo riesgo que los trabajos", escribe en su libro.

A la mañana siguiente, el The New York Times titulaba: "Los profesores rechazan el préstamo de 150 millones que hoy la ciudad necesita". Todo el peso de la ciudad estaba encima de los hombros Shanker. La hora H del 17 de octubre era a las 16:00. Décadas después, la ciudad de Detroit se declaró en bancarrota, pero en los setenta era un salto al vacío, a lo desconocido. Pocas horas de su reunión con Dick Ravitch, por la mañana, Shanker fue a Gracie Mansion para reunirse con el alcalde Beame y el exalcalde Robert Wagner. Casi fue a pedir penitencia, porque el sindicato de profesores seguía con el puño cerrado. Y la misma intención tenía, cuando llamó al hombre de confianza del Gobernador Carey.

Ford estuvo a la altura

A pocas horas del default pidió un encuentro en un lugar discreto, la oficina de Carey estaba llena de reporteros. Ravitch se encargó de organizarlo todo en su apartamento. A las dos de la tarde, el sindicato UFT anunció que financiaría a la ciudad con 150 millones, procedentes de su fondo de pensiones. "No había nadie más para salvar a la ciudad", dijo Shanker a la prensa.

A la reunión decisiva acudieron Ravitch, Shanker y Carey; pero, además, el abogado del Gobernador, Judah Gribetz; el alcalde Robert F. Wagner; Sandra Feldman, vicepresidenta de UFT y posterior sucesora de Shanker, y Harry Van Arsdale, jefe del Consejo Laboral Central. El jefe de los maestros reconoció que fue sometido a un gran chantaje. Si no permitía la ayuda, el Ayuntamiento iba a realizar salvajes recortes de personal, incluidos profesores, y anular las pensiones de los profesores. Tampoco es que fuera una amenaza, más bien una realidad, de lo que suelen hacer un juez concursal, cuando una gran compañía quiebra.

La rendición del sindicato de maestros solo supuso ganar tiempo. Nueva York necesita, inevitablemente, un rescate. Dos semanas después, el presidente Gerald R. Ford, volvió a negar fondos a la ciudad.

"Lo que no puedo entender, y lo que nadie debería perdonar, es el intento descarado de algunos sectores de crear pánico al pueblo estadounidense y a sus representantes en el Congreso, para apoyar, cubrir fallos políticos malo. La gente de este país no caerá en estampida; no entrarán en pánico cuando algunos funcionarios y banqueros desesperados de la ciudad de Nueva York intenten asustarles para que paguen la deuda de Nueva York", dijo en un discurso. En el capítulo anterior, la verdad, no pusimos muy bien al bueno de Gerald Ford al enfrentarse a la inflación. Pero esta vez, hasta demócratas, llegaron a aplaudir la gestión de la crisis de Nueva York. Ed Koch, el alcalde que sustituyó a Baeme, explicó que la negativa al rescate, salvó en realidad a Nueva York. Los representantes políticos tuvieron que tomar decisiones, sin los fondos federales.

Y Ford allanó el camino para el verdadero rescate de noviembre. Movilizó un préstamo de 2.300 millones a tres años, a cambio de que la ciudad asumiera recortes de servicios y de plantilla. Los servicios y las tasas municipales subieron con fuerza. Ya había un plan y respaldo financiero. El MAC logró refinanciar la deuda, con importantes quitas. Hubo despidos y las subidas de salario pactadas se atrasaron. Baeme, el alcalde, de profesión contable, había perdido las primarias de 1977. El demócrata Ed Koch ganó las elecciones municipales de ese año. Para final de la década, Nueva York ya no tenía de deuda peligrosa, cerca de vencimiento. Las cuentas estaban saneadas y los mercados abiertos.

El declive

La explicación de fondo tiene mucho más contexto, y daría para otro capítulo, que un largo caso de corruptelas heredadas.

Nueva York se había convertido en capital del mundo después de la II Guerra Mundial. Todo el mundo quería estar en la ciudad más moderna y próspera de la primera potencia económica del mundo. Sus rascacielos eran una metáfora de poder económico y seducción.

La ciudad entró en un rápido declive, en la década de los sesenta, de la mano de un proceso de expulsión de industria, comercio y familias. La industria textil y gran parte del negocio se comenzó a trasladar a Nueva Jersey, donde los alquileres eran más baratos. En la primera parte de la década de los setenta, medio millón de puestos de trabajos en el sector industrial desaparecieron. Y las clases medias se mudaban a las zonas residenciales, fuera de la gran ciudad.

En el comienzo de los setenta, Nueva York se había convertido ya en la capital mundial de la violencia y delincuencia. Times Square, el corazón luminoso de la Gran Manzana, se llenó de locales de striptease, y las calles aledañas fueron tomadas por prostitutas y proxenetas.

Una explicación rápida para justificar el declive de la ciudad podría resumirse en que vivió por encima de sus posibilidades. El ayuntamiento había invertido cantidades ingentes en el desarrollo del metro o había construido hasta diecinueve hospitales públicos. Pero el gran problema de Nueva York fue de gestión presupuestaria y manipulación contable. La ciudad funcionaba con déficit crónico desde 1961.

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