
La teoría indica que ante la incertidumbre que provoca cualquier guerra comercial el inversor debería enfocarse en activos refugio habituales, como es el caso del dólar. Pero el hecho de que Trump haya colocado al PIB estadounidense en el ojo del huracán del frenazo económico ha provocado que dicho refugio se busque fuera de los activos norteamericanos, y se dirija al oro o a la renta fija europea.
Este movimiento del mercado ha pasado factura al dólar e impulsado al euro, que ya se cambia a 1,13 billetes verdes, su máximo desde 2022, tras escalar un 10% en el año. Una tendencia alcista que, según el consenso del mercado, se mantendrá a lo largo de los próximos 12 meses. De hecho, la estimaciones apuntan a que el cruce entre ambas divisas alcanzará los 1,18 dólares para 2026, mientras que para 2028 el cambio medio sería de 1,21 dólares por cada euro (un alza adicional del 6,5%), según los contratos negociados a futuro para dicho ejercicio. Es cierto que estas estimaciones deben tomarse con cautela en un mercado por lo general tan volátil como el propio de la divisas. Pero también es verdad que la guerra comercial de Trump ha hecho que el dólar ya no sea un activo refugio atractivo para los inversores.
Esto impulsará al euro, lo que supone una ventaja para Europa a la hora de importar materias primas que se compran en dólares, como las energéticas. Pero también tiene su lado negativo, ya que encarece las exportaciones, que representan más de la mitad del PIB europeo. De hecho, el comercio exterior de la Unión sufrirá un doble castigo, ya que al provocado por el alza del euro hay que sumar el incremento en los precios de los productos europeos que generan los aranceles impuestos por Trump.