
El 29 de octubre de 2024 fuimos testigos de una de las catástrofes naturales más devastadoras en España en décadas. Las lluvias torrenciales arrasaron la Comunidad Valenciana, afectando también a Castilla la Mancha y parte de Andalucía. Las inundaciones resultantes dejaron un rastro de devastación: vidas perdidas, casas destruidas, empresas paralizadas e infraestructuras gravemente dañadas. El coste humanitario fue inmenso y el impacto económico aún se está midiendo.
Por desgracia, no se trata de un suceso aislado. Los fenómenos meteorológicos extremos en España no sólo son cada vez más frecuentes, sino también más graves. En los últimos años, hemos presenciado temperaturas récord, nevadas inusuales, inundaciones repentinas y tormentas que ponen a prueba la resistencia de las regiones y las economías locales. Con este acelerón de temporales extremos, tomar medidas de prevención y mitigación de riesgos es más importante que nunca.
Para ello, debemos abordar la necesidad de mejorar la resiliencia de nuestras infraestructuras de manera urgente. En este contexto, las aseguradoras y reaseguradoras juegan un papel fundamental en la gestión del riesgo de las catástrofes naturales, ayudando a los gobiernos autonómicos y a las empresas a mitigar su impacto y ofreciendo soluciones que permitan una recuperación más rápida y efectiva. Sin embargo, la protección no puede limitarse a la compensación económica tras el desastre: se debe prevenir e invertir en infraestructuras más seguras y sistemas de alertas avanzados.
Medidas clave para potencia la resiliencia
Según un estudio reciente de Swiss Re1, invertir en infraestructuras adecuadas puede reducir significativamente las pérdidas ocasionadas por inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos. Aunque algunas medidas de protección como diques, presas y compuertas suponen un gran coste, sus beneficios financieros pueden compensar hasta diez veces los gastos de reconstrucción tras una catástrofe. Estas inversiones no solo reducen las pérdidas económicas, sino que también protegen comunidades y medios de vida.
Las soluciones deben adaptarse a las particularidades de cada región. En áreas costeras, es fundamental desarrollar proyectos para evitar la erosión y reforzar los puertos ante vientos extremos y oleajes crecientes. En zonas urbanas vulnerables, la prioridad ha de ser diseñar estrategias para mitigar el impacto de inundaciones o las olas de calor, evitando la pérdida de infraestructuras críticas y el desplazamiento forzado de personas.
Los propietarios de viviendas y negocios pueden tomar medidas específicas para reforzar su seguridad, como invertir en materiales resistentes, mejorar los sistemas de drenaje y reforzar estructuras vulnerables. Estas acciones reducen el riesgo de pérdidas económicas, salvan vidas y fortalecen las comunidades ante futuros eventos extremos.
El sector asegurador y reasegurador tiene en sus manos las herramientas para apoyar estos esfuerzos mediante tres funciones clave: primero, proporcionando información a los propietarios y a las administraciones públicas para prevenir futuros riesgos; segundo, posibilitando las inversiones en resiliencia climática mediante la oferta de protección financiera, de modo que los proyectos puedan mantenerse a tiempo y dentro del presupuesto; y tercero, transfiriendo los riesgos residuales que no pueden mitigarse por completo, apoyando la recuperación económica tras las catástrofes.
Construir un futuro a partir de la colaboración
La creciente frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos nos obliga a reconsiderar la forma en que protegemos nuestras propiedades y economías. La combinación de infraestructuras resilientes, un uso estratégico del seguro y el respaldo del reaseguro son pilares esenciales para enfrentar estos desafíos.
Por la parte que nos toca, debemos trabajar para ofrecer soluciones innovadoras que permitan a propietarios, gobiernos y empresas anticiparse a los riesgos y construir un futuro más seguro y resiliente. En España tenemos un buen ejemplo de colaboración público-privada en el Consorcio de Compensación de Seguros, que desempeña un papel crucial en la cobertura de riesgos extraordinarios como las inundaciones. Sin embargo, hay que ir más allá y modernizar las estrategias de resiliencia.
Gran parte de la infraestructura de defensa contra inundaciones existente en los mercados avanzados, incluida España, se construyó hace más de 50 años y ahora está llegando al final de su vida útil. Sin una inversión sustancial en la modernización de estos sistemas, las comunidades se enfrentarán a una mayor vulnerabilidad, poniendo en grave riesgo sus vidas, sus medios de subsistencia y su estabilidad económica.
En resumen, la resiliencia frente a fenómenos meteorológicos extremos requiere un cambio en la manera en que construimos y protegemos nuestros espacios. No podemos seguir reaccionando únicamente después del desastre. Debemos adoptar una mentalidad proactiva, integrando la protección y la adaptación como elementos esenciales de nuestra planificación.
Solo a través de la inversión en prevención, la utilización de datos avanzados y la implementación de soluciones aseguradoras efectivas podremos garantizar que nuestras comunidades, negocios y economías sean capaces de resistir y recuperarse con éxito ante cualquier desafío climático que el futuro nos depare.