
El Partido Popular no debe votar a favor del denominado Decreto Ómnibus llevado por el Gobierno al Congreso. Después de haber denunciado con contundencia esa iniciativa gubernamental y, por una vez, haber ganado el relato ante la opinión pública, el PP no puede dar un giro de 180 grados y prestar a la coalición gubernamental un soporte que ésta ni siquiera necesita para aprobar su propuesta. Este cambio de posición no tendría explicación alguna ni en términos de racionalidad económica ni de coherencia ideológica ni siquiera, siendo cínicos, de oportunismo político. Los Populares no tienen nada que ganar y sí mucho que perder si realizan esa pirueta.
De entrada, mírese como se mire, el Gabinete social comunista lograría un triunfo claro y el PP daría una prueba de inconsistencia cuyo único resultado sería generar incertidumbre y desconfianza en su base social en un momento crítico de la escena pública española. El interés general no justificaría una sorprendente e innecesaria cabriola porque el Decreto es una expresión de la sectaria irresponsabilidad del Ejecutivo. En consecuencia, apoyarlo crearía un enorme desconcierto en los millones de españoles que sustentan al PP y le consideran la única alternativa real al modelo iliberal y colectivista representado por la izquierda gobernante.
En un contexto de polarización, como el existente en la escena patria, con un Gobierno empeñado en destruir lo que resta de democracia liberal en esta Vieja Piel de Toro y embarcado en una estrategia de estatización creciente de la economía, el principal partido de la derecha ha de realizar una oposición frontal con un objetivo y un mensaje nítido: la reversión de todo lo hecho por el Ejecutivo social comunista en los últimos siete años. Y para ello ha de plantear una ruptura tanto con el estato-colectivismo representado por la coalición gubernamental como con la acomplejada tibieza socialdemócrata que desde hace mucho tiempo se ha enseñoreado del PP y con la que su líder ha de romper.
Si el centro derecha nunca debió resignarse a gestionar mejor que la izquierda el consenso socialdemócrata en 2012, hacer eso ahora es suicida porque se ha pasado hacia otro estadio, esto es, hacia la configuración de un modelo económico social comunista en versión 2.0, inédito en cualquier país occidental. O bien el PP entiende esto y actúa en consecuencia o, como ha sucedido en otros Estados europeos, no logrará aglutinar todo el espacio sociopolítico situado a la derecha del PSOE y, en consecuencia, no sólo no conseguirá una mayoría suficiente para gobernar sino reforzará al partido que compite con él en ese segmento.
La idea según la cual, la estrategia adecuada es restar votos a la izquierda es errónea y, en el mejor de los casos, irrelevante en un sistema de partidos de pluralismo polarizado como lo es el español en la actualidad. La teoría y la evidencia empírica muestran que, cuando esto sucede, no se produce transferencia de votos entre bloques (izquierda-derecha) sino entre los partidos ubicados dentro cada bloque y, dada la polarización de la competencia política, los incentivos a abstenerse de los potenciales descontentos de uno u otro banco son escasos. En una dialéctica "amigo-enemigo" que, guste o no, es la dominante en esta hora de España, la contienda es existencial.
Si se acepta esa tesis, la conclusión es muy sencilla: es ridículo empeñarse en arrebatar soporte a la izquierda cuando la principal sangría de votos se ha producido por la derecha, 3 millones. Esto es de manual y el grueso de los ciudadanos que huyeron de los Populares hacia Vox en el mandato de Mariano Rajoy no son de extrema derecha sino personas decepcionadas con la dirección de un partido que, en aquel entonces, invitó a salir por la puerta a liberales y conservadores. Esta perdida de confianza se mantiene y tiene serias probabilidades de agudizarse si el PP no reacciona. Existe un marcado temor a una repetición del "marianismo". Este es el problema de fondo y es vital abordarlo y con rapidez.
España y el resto de Occidente no asisten a un proceso de crepúsculo de las ideologías, sino a un sarampión ideológico. La radicalización de la izquierda es fruto del agotamiento de la socialdemocracia y la emergencia de la "nueva derecha" nacionalista e iliberal, es el resultado del vaciamiento doctrinal de la derecha tradicional y, en concreto, de su abandono del liberalismo, la única alternativa real, articulada y consistente a ambas. Se está ante una reedición siglo XXI del período de entreguerras, eso sí, sin camisas rojas ni negras ni azules, aunque a algunos se les va el puño o el brazo en alto.
Ante este panorama no cabe hablar de mejorar la gestión del statu quo ni darlo por consolidado corrigiendo sus excesos, sino ofrecer a la sociedad un proyecto de modernización ambicioso, ilusionante, con altura de miras. Y eso no se hace sin ideas. Sin ellas es imposible tener un relato y desplegar una estrategia; sin ellas se va a remolque de los acontecimientos y sin rumbo. El centro derecha español ha de liberarse de complejos y tener la inteligencia y el coraje de dar la batalla política e ideológica. Las banderas de la libertad y la reivindicación del capitalismo de libre empresa, que son las bases de una sociedad abierta y prospera han permanecido durante mucho tiempo arriadas en la política nacional y es el momento de enarbolarlas de nuevo. Esta es una de las razones, la más importante, para decir no al Decreto Ómnibus.