
Una de las ideas políticas más sorprendentes que están ganando fuerza política en Estados Unidos recientemente es que el presidente electo Donald Trump y su equipo, al asumir el cargo el próximo lunes, depriman activamente el dólar con el objetivo de impulsar la competitividad de las exportaciones estadounidenses y frenar el déficit comercial. Si Trump lo intenta, ¿lo conseguirá? ¿Y qué podría salir mal, y probablemente saldría mal?
A la pregunta de si Trump podría debilitar el dólar, la respuesta es claramente afirmativa. Pero si hacerlo mejoraría la competitividad de las exportaciones estadounidenses y reforzaría la balanza comercial de Estados Unidos es otra cuestión.
El método de fuerza bruta para hacer caer el dólar implicaría apoyarse en la Reserva Federal para relajar la política monetaria. Trump podría sustituir al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, y presionar al Congreso para que modifique la Ley del banco central estadounidense y obligue a la institución a recibir órdenes directas del poder ejecutivo. El tipo de cambio del dólar se debilitaría drásticamente, lo que presumiblemente es el objetivo.
Pero la Fed no se iría en silencio. La política monetaria la deciden los 12 miembros del Comité Federal de Mercado Abierto, no sólo su presidente. Los mercados financieros, e incluso un Congreso plegado a las exigencias de Trump, considerarían que derogar la independencia de la Fed o llenar el FOMC de miembros obedientes es ir demasiado lejos.
E incluso si Trump lograra «domar» a la Fed, una política monetaria más laxa provocaría una aceleración de la inflación, neutralizando el impacto del debilitamiento del tipo de cambio del dólar. No se produciría ninguna mejora de la competitividad estadounidense ni de la balanza comercial.
Alternativamente, el Departamento del Tesoro podría utilizar la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional para gravar a los tenedores oficiales extranjeros de valores del Tesoro, reteniendo una parte de sus pagos de intereses. Esto haría menos atractivo para los bancos centrales acumular reservas en dólares, reduciendo la demanda del billete verde. La política podría ser universal, o podrían quedar exentos los amigos y aliados de Estados Unidos y los países que limiten obedientemente su acumulación de reservas en dólares.
El problema de este planteamiento para debilitar el dólar es que, al reducir la demanda de bonos del Tesoro de EEUU, haría subir los tipos de interés estadounidenses. Esta medida radical podría reducir drásticamente la demanda de bonos del Tesoro. Los inversores extranjeros se verían abocados no sólo a ralentizar su acumulación de dólares, sino a liquidar por completo sus tenencias actuales. Y aunque Trump podría intentar disuadir a gobiernos y bancos centrales de liquidar sus reservas de dólares amenazando con aranceles, una parte sustancial de la deuda pública estadounidense en el extranjero -del orden de un tercio- está en manos de inversores privados, que no se dejan influir fácilmente por los aranceles.
De forma más convencional, el Tesoro podría utilizar los dólares de su Fondo de Estabilización Cambiaria para comprar divisas. Pero aumentar la oferta de dólares de este modo sería inflacionista. La Reserva Federal respondería retirando esos mismos dólares de los mercados, esterilizando el impacto de la acción del Tesoro sobre la oferta monetaria.
La experiencia ha demostrado que la "intervención esterilizada", como se conoce a esta operación combinada del Tesoro y la Reserva Federal, tiene efectos muy limitados. Dichos efectos sólo se acentúan cuando la intervención señala un cambio en la política monetaria, en este caso en una dirección más expansiva. Dada su fidelidad a su objetivo de inflación del 2%, la Fed no tendría motivos para girar en una dirección más expansiva, suponiendo que mantenga su independencia, claro está.
Por último, se habla de un Acuerdo de Mar-a-Lago, un acuerdo entre EEUU, la eurozona y China, que retoma el histórico Acuerdo del Plaza, para llevar a cabo ajustes coordinados de las políticas con el fin de debilitar el dólar. Las medidas complementarias adoptadas por la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Banco Popular de China elevarían los tipos de interés. O los gobiernos de China y Europa podrían intervenir en el mercado de divisas, vendiendo dólares para fortalecer sus respectivas monedas.
Trump podría invocar los aranceles como palanca, del mismo modo que Richard Nixon utilizó un recargo a la importación para obligar a otros países a revaluar sus monedas frente al dólar en 1971, o como el Secretario del Tesoro James Baker invocó la amenaza del proteccionismo estadounidense para sellar el Acuerdo del Plaza en 1985.
En 1971, sin embargo, el crecimiento en Europa y Japón era fuerte, por lo que su revalorización no constituía un problema. En 1985, la inflación, y no la deflación, era el peligro real y presente, lo que predisponía a Europa y Japón hacia el endurecimiento monetario. En cambio, la eurozona y China se enfrentan actualmente al doble espectro del estancamiento y la deflación. Tendrían que sopesar el peligro que supone para sus economías el endurecimiento monetario frente a los perjuicios de los aranceles de Trump.
Ante este dilema, Europa probablemente cedería, aceptando una política monetaria más restrictiva como precio para hacer retroceder los aranceles de Trump y preservar la cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos. China, que ve a EEUU como un rival geopolítico y busca desvincularse, probablemente tomaría el camino opuesto.
Así pues, un supuesto Acuerdo de Mar-a-Lago degeneraría en un acuerdo bilateral entre Estados Unidos y Europa que beneficiaría poco a Estados Unidos y perjudicaría considerablemente a Europa.