
Coincidiendo con los días de esta fiesta importada del Black Friday, Víctor de Aldama puso a disposición de los jueces, y con ellos de todos los consumidores, una buena parte del género de sus relaciones con Koldo, Ábalos, Begoña y otros altos cargos del Gobierno y del PSOE, anunciando nuevas partidas para la campaña navideña. Revelaciones que, unidas a la imputación del Fiscal General, del hermanísimo y lo que pueda salir del dimitido Juan Lobato hacen que el horizonte del PSOE y del Gobierno cada vez recuerde más al final de la última legislatura de Felipe González.
Un panorama de acusaciones y de fango que en cualquier democracia occidental sería suficiente para que cualquier jefe de gobierno democrático, acorralado por las denuncias de corrupción de su entorno y por el chantaje permanente de unos socios cuyo único objetivo es destruir las libertades y el Estado, presentaría su dimisión irrevocable y daría la palabra a los ciudadanos en las urnas. Pero ni Pedro Sánchez tiene la nobleza, el sentido del Estado y el respeto a las instituciones de Felipe González, ni sus socios van a dejarle caer mientras puedan seguir exprimiéndole y les quede un solo objetivo por lograr, desde romper la igualdad entre los españoles hasta el referéndum de autodeterminación y la libertad de los presos terroristas.
Tampoco la situación económica, que le costó la Presidencia a Zapatero, ha llegado al límite, encubierta por esa recesión silenciosa que todavía no termina de estallar aunque la deposición del comisionista Aldama ahonda en una inseguridad jurídica y una inestabilidad política que, acompañadas del asalto fiscal y la incertidumbre laboral, inquietan a las empresas y expulsan la inversión con sus consiguientes efectos negativos sobre el crecimiento de la economía y el empleo.
Por eso no parece probable que, a corto plazo Sánchez renuncie y convoque elecciones generales. Necesita atrincherarse en La Moncloa para intentar defenderse y defender a su círculo más íntimo personal y partidario utilizando todos los resortes del poder. Y sus socios de la Frankestein ya lo han dicho: le necesitan en coma, no muerto.
Ni siquiera se esperan deserciones en conciencia en la lanar bancada socialista en un arranque de vergüenza o de conciencia. No lo hicieron los diputados valencianos en plena tragedia de la DANA ni lo hará ninguno de los 120 palmeros que le deben lo que son a Sánchez y al sanchismo.
Recordar una vez más aquí las palabras del expresidente portugués Antonio Costa, cuando en noviembre de 2023 presentó la dimisión como jefe de un gobierno con mayoría absoluta ante la apertura de investigación en un caso de tráfico de influencias, corrupción y prevaricación en proyectos energéticos, por ser "incompatible" con la dignidad del cargo, y también con la dignidad política y personal. Presuntos delitos que no le afectaban directamente a él sino a algún ministro en su gabinete.
"La dignidad de las tareas de un primer ministro no son compatibles con ninguna sospecha sobre la integridad, el buen comportamiento y menos aún con cualquier tipo de acto delictivo", afirmó Costa en su renuncia. Palabras que contrastan vivamente con los que está sucediendo hoy en España donde asistimos a la agonía de un gobierno y de un presidente que aceptó ser investido por un delincuente fugado de la justicia y pactando con los herederos de una banda terrorista y que ahora se encuentra rodeado por el fango, y no precisamente el de la DANA de Valencia donde salió huyendo acoquinado dejando solos a los Reyes que si encarnaron con entereza, servicio y dignidad la institución a la que representan.
Las declaraciones de Aldama han dado un jaque al César Sánchez y con él al gobierno y al partido que le sustenta y si presenta las pruebas que dice poseer y amplía ante la Fiscalía lo que todavía calla, es muy probable que el jaque pase a mate. Es lo que ocurre en las organizaciones cesaristas que si cae el César se tambalean los cimientos y se derrumba el edificio que ya presenta graves síntomas de aluminosis.
Una historia que a la vista de lo que vamos conociendo tiene catadura de la mejor novela negra pero cuyo final, mucho nos tememos, que lo van a escribir no los políticos sino los Tribunales de Justicia.