
Parece como que, a más altos los despachos de los dirigentes, más lejos están de la realidad. Por lo menos eso es lo que parece que ocurre en el piso 43 de la torre del BCE en Frankfurt.
La economía europea languidece en un lodazal de regulaciones y trabas a la innovación y el emprendimiento. Y cuando alguien propone un plan para relanzar la competitividad europea, incluye una enorme cantidad de inversión pública, que, casualmente, en la mayoría de los casos solo es necesaria para llenar el bolsillo de los lobistas.
Cualquier economista que vea la realidad económica europea sabe que lo mejor que podría hacer el Parlamento Europeo es seguir la regla de que, para aprobar una nueva regulación, halla que eliminar tres existentes. Europa no necesita un plan quinquenal, necesita crear un caldo de cultivo como el que se creó en Silicon Valley.
Pero no son solo los políticos. Tampoco es consciente de la situación el BCE. La inflación les pilló con el pie cambiado y siguen en estado de shock, por lo que piensan que es su mayor riesgo. Entre ellos y la calle sólo hay 185 metros, pero su alejamiento de la realidad es mucho mayor.
Desde las alturas del BCE no se percatan de que si Europa vuelve al estancamiento a la japonesa en el que estaba antes de la pandemia, el riesgo empieza a situarse más en volver a flirtear con la deflación. Y el mandato del BCE es la estabilidad de precios, es decir, ni inflación excesiva ni deflación.
Hay economistas que dicen que la deflación no tiene nada de malo. ¿Cómo va a ser malo que bajen los precios? Se les olvida que esa afirmación sólo es cierta siempre y cuando haya crecimiento económico. Si vamos a una deflación a la japonesa, qué es la más habitual, los precios bajan, pero también el crecimiento.
Europa, que antes de la pandemia ya tuvo periodos de deflación "euro esclerótica", se salvó porque los políticos le pidieron al BCE que fabricara dinero a espuertas para compensar el efecto económico negativo de los confinamientos (el aumento de la masa monetaria es inflacionista). Además, cuando acabaron los confinamientos, la gente salió a gastar el dinero ahorrado como si no hubiera un mañana, lo que presionó a la oferta e hizo que subieran los precios. Y por si fuera poco, se sancionó a Rusia, lo que redujo la oferta de materias primas y disparó los precios de las mismas.
Pero esa euforia no dura eternamente, el BCE no puede seguir fabricando dinero, la gente ya no tiene ahorros para salir todos los días a cenar y los rusos se han saltado las sanciones a la torera y venden materias primas, petróleo y gas por todo el mundo. En cambio, sigue el proceso por el que cada día nos despertamos con más burocracia y, en consecuencia, más euroesclerosis.
Europa se encuentra en un proceso de decadencia económica que ya es estructural. Y no se dejen engañar por el espejismo español: somos una excepción temporal gracias a la inercia del turismo post pandemia y el tsunami de fondos europeos. Pero de subvenciones tampoco se vive eternamente. Y los créditos hay que devolverlos. Sí, también los europeos.
Y como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, en EEUU llega una nueva administración dispuesta a comerse económicamente el mundo. Mientras Europa cada vez regula más y crea menos empresas a las que regular, EEUU se dispone a hacer exactamente lo contrario y, de paso, revitalizar todo su sector industrial. Y ponernos unas tarifas que nos pueden hacer mucho daño.
No es de extrañar que hayamos alcanzado el nivel más bajo de la historia en cuanto evolución negativa de las bolsas europeas respecto a las norteamericanas. Se inició en los años 90, cuando en EEUU florecía Silicon Valley y aquí estábamos a nuestras cosas. Y se ha agudizado en los últimos 20. De esto tampoco se dan cuenta en el BCE, porque sus economistas piensan que la bolsa es un casino, pero economistas tan buenos o mejores que ellos saben que la bolsa es un buen indicador de la salud económica de un país.
Por acabar con un tono más positivo, es bueno aclarar que desde el punto de vista de la inversión financiera la situación europea tiene algunas ventajas. Concretamente para la renta fija y para las empresas que utilizan una gran cantidad de recursos ajenos (crédito).
Para los bonos, la bajada de tipos significa aumento de valor de bonos emitidos anteriormente con tipos superiores. Para empresas muy dependientes del crédito significa fuerte bajada de los costes financieros, porque tarde o temprano el BCE se dará cuenta de que, o baja seriamente los tipos de interés, o podría devolver a Europa a un escenario de estancamiento con deflación.