
Leí en el periódico El País las palabras pronunciadas por el presidente de la patronal española del automóvil y director del grupo Renault Josep María Recasens: "Europa se juega el futuro de la industria del automóvil en 2025".
Según este señor, la industria del automóvil está en medio de una tormenta perfecta. Por ejemplo, Alemania, donde el grupo Volkswagen lleva a cabo una dura negociación con los sindicatos para realizar el mayor recorte de empleo de su historia. "Si es necesario, decenas de miles de personas se plantarán frente a las puertas de las fábricas de Volkswagen y en las calles", dijo el jefe del sindicato IG Metall alemán, tras una infructuosa reunión en la que pidió un aumento salarial del 7% para los empleados de la compañía.
El sector está teniendo grandes desplomes en Bolsa. Así, Stellantis (con dinero en marcas como Fiat, Citroën, Peugeot u Opel), se ha dejado un 42,7% de su valor en lo que va de este año, o el 56,2% de caída que ha experimentado el fabricante de componentes francés Forvia.
El asunto es grave, pues el conjunto de los productores automovilísticos ha perdido ya el 11% de su valor en bolsa. Dicha caída se acentuó en el último mes tras los avisos de BMW, Mercedes-Benz, Stellantis y Volkswagen de que sus beneficios serán menores.
A mi juicio, este desastre -no sólo bursátil sino también industrial- viene de la mano de la apuesta europea por el coche eléctrico. Apuesta que trajeron los verdes que, como ya he escrito en estas páginas, son amigos de la naturaleza y enemigos de la humanidad.
La industria automovilística europea se ve incapaz de competir en el campo eléctrico con las marcas chinas, que son mucho más competitivas en precio y tecnología que las europeas. Esto ha llevado al límite a fabricantes como Volkswagen, que se está viendo superado por los chinos y está haciendo movimientos estratégicos, como los 5.000 millones que ha invertido en crear una empresa conjunta con el fabricante de coches eléctricos estadounidense Rivian, con el fin de tener acceso a su moderno software. Una apuesta arriesgada.
Ante semejante derrota frente a la producción automovilística china, a la UE sólo se le ha ocurrido imponer aranceles extra a los coches eléctricos fabricados en China, que van del 9% al 36,3%, sumándose al 10% que ya existía. Pero estas medidas protectoras han golpeado a los fabricantes europeos que producen en China. Por ejemplo, al Cupra de Volkswagen, que deberá vender a pérdida su nuevo Tavascan, la mayor apuesta eléctrica de la marca Premium de Seat hasta la fecha. Otro caso es el del grupo Renault, pues su Dacia Spring tiene parte de su producción instalada en China.
Y es que las baterías son el elemento clave de los coches eléctricos y son el campo casi exclusivo de las firmas chinas. Los dos mayores fabricantes de baterías son las empresas chinas CATL y BYD, que entre ambas suponen aproximadamente más de la mitad de la producción de baterías de litio del mundo, lo cual les da una enorme ventaja frente a la producción europea, forzada hacia el coche eléctrico por la invasión verde de la política de la UE. Invasión de la que ojalá se libre la UE lo antes posible.