Opinión

Europa ante el desafío de su irrelevancia económica global

  • El continente no puede postergar las reformas que aseguran su relevancia 
  • Este colapso podrían sufrirlo las próximas generaciones

Con independencia de que se compartan o no las soluciones que el informe de Mario Draghi, "The future of European competitiveness", propone para resolver los problemas que destaca de la economía europea, es indudable la precisión con la que subraya la pérdida de relevancia de Europa en el contexto global, al incrementarse la distancia con EEUU en términos de PIB e igualarse con China en su participación en el PIB global en los últimas décadas, según los datos que nos suministra el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En este sentido, podríamos decir que en los últimos 40 años Estados Unidos ha mantenido una posición de liderazgo a través de su dinamismo en los sectores de la tecnología y las finanzas, manteniendo el dólar como moneda de reserva internacional. China ha capitalizado su enorme capacidad de manufactura, alcanzando niveles de crecimiento constantes muy elevados desde su integración en la Organización Mundial del Comercio a principios de 2001, aunque desde la segunda década del presente siglo se enfrente a problemas en diversos sectores que han ralentizado su avance. Y que Europa, por su parte, ha enfrentado una lucha constante por mantener su relevancia en un contexto de integración económica y crisis sucesivas que han llegado, incluso, a cuestionar la viabilidad del proyecto de la Unión que, aunque continúa, lo hace habiendo perdido su influencia como actor global, a pesar de representar el 17% de la economía global, el mismo porcentaje que China.

Esta decadencia no es de hoy, posiblemente ha devenido progresivamente desde hace décadas y se aceleró a partir de la crisis financiera de 2008 y la posterior de deuda. Una muestra inequívoca de que nos deslizábamos camino de la irrelevancia se puso de manifiesto en el año 2011, cuando Barack Obama trasladó el centro de las prioridades de la política exterior norteamericana del Atlántico al Indo-Pacífico, es decir, de Europa a Asía Oriental. Desde nuestro punto de vista, aquello evidenció que la UE había pasado a un segundo plano como actor internacional, tanto desde el punto de vista económico como político. Lo que se dio en llamar la estrategia del "pivote hacia Asia", no era más que la manifestación de que el centro de gravedad del poder geopolítico había cambiado para el aliado principal que tenemos y el garante de nuestra seguridad.

Es cierto que la UE se ha ido construyendo conviviendo con sucesivas crisis. Todas ellas, la financiera, la de deuda, el Brexit o la que sobrevino como consecuencia de la pandemia, que paralizó el mercado, se fueron superando, aunque pusieran de manifiesto alguna de sus debilidades. La crisis financiera y de deuda mostraron la necesidad de culminar la unión bancaria y dotarla de un prestamista de último recurso, la derivada del COVID evidenció la urgencia de dotarnos de autonomía industrial en sectores que suministraran mecanismos de protección individual en el ámbito sanitario, y el Brexit, puso de manifiesto, que el asentamiento de una mayoría de ciudadanos contraria al proyecto europeo en una de las economías más importantes de la UE era una realidad que podía extenderse.

Hoy nos enfrentamos a nuevas dificultades y superarlas nos exigirá nuevos planteamientos por la posición mucho más débil en la que nos encontramos. La Unión tiene la guerra en Europa, pero sus instituciones no juegan un papel importante en el escenario mundial para influir decisivamente en el fin de la invasión Rusa de Ucrania. En segundo lugar, se ha puesto de manifiesto que necesitamos incrementar nuestra inversión en la industria de defensa para dotarnos de una autonomía estratégica, en coordinación con la OTAN, pero con la suficiente independencia como para no hacer depender nuestra seguridad de la administración que gobierne en los EEUU. Además, Alemania, que es el motor de la economía europea, lleva demasiado tiempo con su crecimiento paralizado. Después de tener una caída del PIB en el 2023 del 0,3%, en el segundo trimestre del año 2024 ha vuelto a reducirse un 0,1% respecto al trimestre anterior, sin que parezca que vaya a tener capacidad para superar sus problemas en el corto plazo. Finalmente, los movimientos populistas y/o directamente euroescépticos aparecen con fortaleza en muchos países de la Unión. Baste señalar que el presidente de Hungría, al que le corresponde la presidencia de turno de la UE, decidió que uno de sus primeros viajes sería a Rusia que lleva décadas desplegando una política de desestabilización de la UE.

Tenemos ante nosotros un contexto global cada vez más complejo y competitivo, donde Europa no puede permitirse seguir postergando las reformas necesarias para asegurar su relevancia. La sostenibilidad de su modelo económico depende de su capacidad para adaptarse a la digitalización y la transición energética, dos áreas donde aún enfrenta importantes retrasos. En un mundo donde la competencia tecnológica entre EE. UU. y China es cada vez más feroz, Europa debe encontrar su lugar mediante una estrategia que fomente la innovación y fortalezca sus capacidades industriales. Si no se actúa con decisión, el futuro económico y político de la Unión quedará cada vez más en entredicho. Por eso, los recientes informes de Mario Draghi, así como el de Enrico Letta "Much more than a market", son dos extensos documentos que la nueva Comisión y el Consejo deben considerar en los próximos años, con independencia de que se compartan en todos sus términos, para corregir los errores cometidos hasta ahora que nos deslizan por la pendiente de la irrelevancia mundial y pueden llevar al colapso del proyecto europeo que sufrirán las próximas generaciones.

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