
Se preguntaba recientemente mi amigo y maestro de periodistas Hernando F. Calleja, cómo es posible que la deuda crezca 830 millones al día con una recaudación por impuestos disparada, que ha aumentado un 10,4% hasta 122.589 millones de euros.
Una pregunta acertada y pertinente ante el aumento disparatado del endeudamiento de las administraciones públicas, hasta alcanzar 1.625.000 millones en junio equivalentes al 108,2% del PIB, el impúdico incremento del gasto público de este gobierno que supera los 80.000 millones de euros anuales, el mantenimiento de los desequilibrios fiscales y una recuperación del PIB más superficial que real.
Y una pregunta que lleva intrínseca también una amenaza inminente, porque una deuda pública sin control es uno de los recursos más empleados por los Gobiernos cuando se encuentran en una situación económicamente fallida y comienzan a presentar problemas de liquidez.
Como recuerda el prestigioso economista Daniel Lacalle, el PIB es un agregado económico que se puede dopar con facilidad utilizando mucha más deuda y gasto público. La forma más utilizada para calcular el PIB de un país es la suma del consumo más la inversión, el gasto público y las exportaciones, menos las importaciones y, en el caso de España con un avance del PIB nominal del 0,8% en el segundo trimestre y del 2,9% en comparación interanual resulta que el crecimiento de la economía se sustenta sobre la masiva llegada de turistas, la fortaleza del mercado inmobiliario, una mejora sólo aparente del empleo y la llegada de los fondos Next Generation, al tiempo que se constata una creciente desaceleración del consumo privado y una inversión en caída libre que está tres puntos por debajo de 2018.
Un PIB nominal que enmascara un crecimiento venenoso sostenido en el gasto público y una realidad económica y social en declive que, como muestran los datos de Eurostat, nos alejan progresivamente de los niveles de empleo riqueza y bienestar de la zona euro, mientras los españoles soportamos una presión fiscal en máximos históricos y por encima de la media de la UE, además de realizar un esfuerzo fiscal un 17,8% superior al de la Unión. Es decir, los españoles somos cada vez más pobres, estamos más endeudados, tenemos mayor tasa de paro y más inflación que nuestros socios. Y esto no es una opinión - hasta el CIS del cocinero Tezanos admite que el 55% de los españoles considera que la situación económica general es "mala o muy mala"- sino la constatación de unos números que muestran que somos los líderes del desempleo de la UE con una tasa de paro del 11,6% de la población activa que duplica la media de la Unión. Y eso aceptando como buenos los datos amañados del Gobierno.
España es también el país europeo en el que más ha caído la renta per cápita en paridad de poder adquisitivo, con uno de cada diez hogares que no puede cubrir los gastos esenciales. Hasta el punto de que la renta per cápita de España en 2023 está un 14% por debajo de la media europea, cuando antes de la pandemia era sólo un 9% inferior y el poder de compra de los españoles ha caído en 5,5 puntos entre 2019 y 2023. Desde que Sánchez llegó al gobierno España ha pasado de tener un 92,8% del PIB en paridad de poder de compra sobre la media UE en 2017 a sólo 88,6% en la actualidad. Una pérdida que nos ha vuelto situar entre los países pobres de la Unión.
Recordar, además, que en la España de Sánchez viven 12,7 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social, el 26,5% de la población total. Y hasta un 9% está en carencia material severa, con datos del indicador de la Unión Europea Arope.
Y frente a esto, ¿qué hace el PP? Ni una denuncia, ni una solicitud de comparecencia de los ministros responsables de la economía y el empleo. Cierto que el concierto catalán o la inmigración son cuestiones de la máxima urgencia y gravedad, pero la recesión de la economía y el empobrecimiento general también merecen una atención prioritaria. Sobre todo porque es a ellos a quienes les va a tocar gestionar la ruina y el solar, como ya les ocurrió con Zapatero. Como exhortaba la frase emblemática de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 ¡es la economía, estúpido!