
La paz mundial, los dónuts sin calorías y los políticos sensatos son ejemplos de quimeras. Como los planes de inversión que prometen un crecimiento similar al de la renta variable y, al mismo tiempo, la conservación del capital.
Invertir con buenos resultados exige unos objetivos y unas expectativas racionales. A corto plazo, el crecimiento y la preservación del capital no pueden coexistir, pero, a largo, ambas cosas pueden ser posibles si se logra el objetivo de crecimiento. ¿Confundido? Analicémoslo a continuación.
El concepto conservación del capital evoca seguridad. Ante el revuelo mediático en torno a los tipos de interés, la persistencia de la inflación en España, las guerras internacionales y las crispadas elecciones europeas y estadounidenses, limitarnos a conservar lo que tenemos parece prudente. Sin embargo, si la seguimos a rajatabla, esta estrategia no es la ideal para todo el mundo.
Ello implicaría que el valor de su cartera no puede caer jamás; es decir, supone erradicar por completo la volatilidad. Suena bien, pero nunca debe asociarse el término volatilidad con negatividad, ya que tan volátil es un alza del 1% como una caída de la misma magnitud. En el caso específico de la renta variable, las oscilaciones suelen ser más ascendentes que descendentes. Los retrocesos y las revalorizaciones van en tándem: uno no puede existir sin el otro.
Tomemos como referencia el índice estadounidense S&P 500, que atesora una dilatada trayectoria. Suprimir la volatilidad habría supuesto evitar el 63% de los meses naturales en que la bolsa estadounidense ha subido (en USD) desde 1926 y el 73,5% de todos los años. O el 58,3% de los meses en positivo de la renta variable española desde 1969 (en pesetas y EUR) y el 64,7% de todos los años.
En realidad, una estrategia pura de conservación del capital se limita a invertir en activos líquidos o equivalentes y a generar rentabilidades ultra bajas con el tiempo (en ningún caso crecimiento). Y, por más que los bonos del Tesoro español actualmente ofrezcan rentabilidades superiores a las del efectivo, también implican volatilidad, como evidenció el desplome de la deuda entre 2021 y 2022.
Por otro lado, hay que considerar la inflación. En España, ha promediado un 6,1% anualizado desde 1962. Si bien los fuertes aumentos de los precios durante la transición distorsionan al alza el dato, tanto en 2021 como en 2022 se superó ese registro. En junio de este año, la variación del IPC se había moderado hasta el 3,4% interanual.
En el momento en el que redacto esta columna, el rendimiento del bono del Estado español a 10 años es del 3,39%; (es decir, inferior al dato de inflación más reciente). A su vez, el del bono a 30 años es del 4,04%, conque debe inmovilizar su patrimonio durante 30 años para quizá conseguir una rentabilidad algo superior a la inflación, y eso si los precios se contienen todo ese tiempo. Con respecto a Estados Unidos, tanto los rendimientos (4,48 y 4,64% en los bonos a 10 y a 30 años, respectivamente) como la inflación (la media anualizada a largo plazo ronda el 3,5% y el dato más reciente interanual, el 3,3%) son similares. Lo mismo puede observarse en el resto de los países occidentales.
Ahora bien, la volatilidad sigue siendo una constante. Si los rendimientos de los bonos a largo plazo disminuyen ligeramente, cualquier leve aumento de la inflación puede afectarles. En definitiva, hasta el crecimiento más modesto requiere cierta volatilidad.
Según lo visto hasta ahora, la conservación del capital y de crecimiento son incompatibles como objetivos unificados de inversión. Quien diga lo contrario se equivoca. Quizás se lo creen por pura ignorancia. Peor aún, quizás le están intentando colar un producto engañoso. O, para colmo, quizás se tratan de timadores que le ocultan la posibilidad de perder dinero. Recordemos, sin ir más lejos, el caso de JuicyFields, una estafa piramidal desarticulada no hace mucho por la Policía Nacional.
Cuanto más crecimiento necesite, más volatilidad a corto plazo deberá estar dispuesto a asumir. Por lo tanto, esto es lo que le espera si busca rentabilidades similares a las de la renta variable. Si no puede asumirla, la rentabilidad será más baja y, en consecuencia, quizá deba reconsiderar sus objetivos y sus tasas de ahorro y gasto.
Pese a todo, aunque la preservación del capital y el crecimiento no puedan aunarse en un solo objetivo de inversión, si consigue que su cartera se revalorice con el tiempo, es de esperar que mantenga el capital a largo plazo.
De hecho, en los 79 períodos consecutivos de 20 años comprendidos entre 1925 y 2023, la bolsa de Estados Unidos nunca entró en terreno negativo. ¡Nunca! Lo mismo se aplica para la española en los 35 períodos equivalentes desde 1969. Además, la rentabilidad media de los parqués estadounidenses en esos intervalos es de un impresionante 806%. En territorio español, donde la rentabilidad ha oscilado más, el promedio es de 1.359% (en pesetas y euros). Palabras mayores.
Los resultados pasados no garantizan el éxito en el futuro, pero la naturaleza humana no cambia tan rápido como para aplacar la motivación de ganar dinero en un período de tiempo significativo. Por ello, la renta variable seguirá apreciándose a largo plazo. En resumen, una cartera de renta variable adecuadamente diversificada debería revalorizarse en las próximas décadas, aun a pesar de los períodos negativos por el camino.
Desconfíe de cualquiera que pretenda venderle crecimiento y conservación de capital. Adopte, en su lugar, una perspectiva a largo plazo. Al final parecerá que ha conseguido los dos objetivos, pero todo habrá sido posible gracias a la búsqueda de crecimiento.