
Que el precio en origen del aceite de oliva esté entre 8 y 9 euros es algo excepcional. Es lógica de mercado pura: no hay apenas aceite de oliva disponible para abastecer la demanda tras las dos peores cosechas del siglo. A pesar de esos precios disparatados, buena parte de los productores apenas si han logrado cubrir costes y sobrevivir, pues de nada sirve que tu producto cotice a niveles históricos si no tienes producto que ofrecer al mercado. Pero esa bajísima disponibilidad es coyuntural. Con las bodegas prácticamente vacías hasta entrado noviembre, aún se verán precios locos en una montaña rusa alcista. Curiosamente, el problema estructural para buena parte de los productores es el contrario: ¿Podrán sobrevivir cuando haya grandes cosechas y tengan que vender a precios bajos?
En la campaña de 2014, con un cosechón de casi 1,8 millones de toneladas, el aceite de oliva llegó a estar a 1,87 euros el kilo en origen, cuando en esta campaña, diez años después, ha llegado a estar en 9,2. De hecho, entre 2014 y finales de 2021 (cuando ya se tenía certeza de lo severo de la sequía que afectaba al olivar) el precio apenas si superó los 4 euros el kilo en momentos muy puntuales, y no llegó a acercarse a los 5. Campaña tras campaña el precio máximo se movía entre los 4 y los 2,5 euros. Las cotizaciones mínimas oscilaron normalmente entre los 2 y los 3 euros. El mejor ejemplo fue la campaña 20/21, récord histórico de nuevo rozando los 1,8 millones de toneladas.
Mirando a medio y largo plazo, cuando los olivares se recuperen de los dos últimos años desastrosos, cuando vuelva a llover y entren en plena producción los miles de hectáreas de nuevas plantaciones (la mayoría intensivas y superintensivas, y muchas de regadío) será habitual que cada dos años -por la vecería- haya cosechas de más de 2 millones de toneladas. Con los niveles de consumo mundiales actuales, habrá exceso de oferta sobre la demanda. Y volverán los precios bajos. Muy bajos incluso, seguramente.
Dos velocidades
En ese contexto, el olivar superintensivo, intensivo y altamente mecanizado tendrá sus opciones de rentabilidad. ¿Pero qué pasará con el olivar menos mecanizado, y especialmente con el olivar en pendiente y de secano? Sus costes de producción van a quedar por encima del precio del mercado. El olivar que no pueda reconvertirse para ser más productivo, el que no consiga agua para regar, o el que no compita con un elemento diferenciador que le permita ofrecerse a un precio más elevado va a quedar contra las cuerdas.
La clave está en el mercado. O los olivareros convencen al mundo de las ventajas de consumir una grasa vegetal imbatible por su sabor y valores culinarios, y cuyas propiedades saludables están avaladas por multitud de estudios científicos, o habrá una profunda crisis. El aceite de oliva supone actualmente apenas un 3% del consumo mundial de grasas vegetales, por lo que hay un importante margen para crecer. Pero si no se conquistan nuevos mercados, y si no se recupera en consumo el países del Mediterráneo, donde está cayendo la demanda de forma importante empezando por España, no habrá donde colocar esas producciones masivas que se esperan, Como siempre la cadena se romperá por el eslabón más débil. Por los menos productivos, los que aporten menos valor añadido, los menos adaptados a la nueva situación.
Para Andalucía no es una cuestión menor. Más de 300 municipios de la comunidad dependen económicamente en buena medida del olivar. Entre ellos, casi un centenar de pueblos y ciudades medias de Jaén, la principal provincia productora del mundo. El del olivo es un cultivo social como pocos, por su necesidad de mano de obra durante todo el año, por su industria auxiliar y por su carácter cooperativo, lo que hace que contribuya a fijar población al territorio como ninguna otra actividad en la España interior del Sur. Lo que está en juego con el precio del aceite es más que el éxito o la ruina de un sector y de unas empresas. Es el futuro de la Andalucía de interior.