
Desplome de convocatoria -apenas 10.000 personas en Madrid frente a las más de 100.000 que acudían a las de antaño- ministros del Gobierno manifestándose contra ellos mismos y contra su gestión, y peroratas populistas y antidemocráticas. Ese fue el esperpéntico balance de un Primero de Mayo en el que los llamados sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, exhibieron e hicieron gala de su conversión en organizaciones burocráticas al servicio de los partidos políticos y de voceros del sanchismo gobernante.
En una jornada conmemorativa de los que se conocen como Mártires de Chicago y que desde 1986 es también reivindicativa de los derechos de los trabajadores, los gerifaltes sindicales y sus adláteres políticos, incluida la ministra de Trabajo, reeditaron el tinglado de una farsa en la que no hablaron para nada de los casi cuatro millones de parados reales eliminando el maquillaje del gobierno, el doble de la media de la UE.
Tampoco se acordaron de la precariedad en el empleo, de los más de doce millones de personas que en este país están situación de pobreza o riesgo de exclusión, ni del 10% de los hogares que no pueden cubrir los gastos esenciales, ni de la expoliación fiscal sobre los salarios, ni de la sostenibilidad de las pensiones, ni de una productividad que en España sólo ha crecido un 0,1% en los últimos 14 años y que sitúa a nuestro país a la cola de la Unión Europea y de la OCDE.
Son problemas reales de los españoles y deficiencias de un mercado laboral que a ellos ni les ocupan ni preocupan. Por eso, con un lenguaje inequívocamente populista y en unas arengas inequívocamente antidemocráticas sólo hablaron de acabar con la independencia judicial y con la libertad de prensa y el derecho a una información libre, veraz e independiente que consagra la Constitución.
Eso es lo que este 1 de Mayo reivindicaban en España CCOO y UGT, muy alejados de la honestidad y sensatez de sus líderes históricos, Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, o de sus sucesores como José María Fidalgo, Cándido Méndez o Ignacio Fernández Toxo. Sindicatos que cada uno de ellos nos cuesta a los españoles más que la Casa Real, cuando cada día la sociedad española demuestran con su deserción y una afiliación cada día más precaria que no la representan. Y con ellos una ministra de Trabajo, Yolanda la de los cohetes y los algoritmos en la calle, cuyo balance en cuatro años al frente del Departamento es haber situado a España como el país con la mayor tasa de paro de las economías desarrolladas, superando a Turquía y Grecia, romper el diálogo social, adulterar las estadísticas de desempleo que tienen más trampas que las encuestas de Tezanos, y trasladar la rotación en el empleo a la contratación indefinida hasta el punto de que hoy ha dejado de ser sinónimo de tener y mantener un empleo estable y romper el diálogo social. Porque en vez de crear empleo, se reparte; lo que explica la caída de la productividad y de las horas trabajadas.
La misma que ahora se descuelga anunciando una reforma del despido, que todavía no concreta, sin tener en cuenta que el 99% de nuestro tejido empresarial son pymes y autónomos, que el esfuerzo fiscal que soportan es un 17,8% superior al de la UE, que España está entre los países que tienen peor competitividad fiscal de la OCDE y con un fuerte retroceso en la actual legislatura, y que son sólo las empresas quienes crean riqueza y puestos de trabajo mientras que las administraciones sólo crean funcionarios.