
El campo vive una tormenta perfecta que hunde las explotaciones agrícolas y ganaderas. Una situación crítica provocada por factores externos, como la sequía y las heladas, a los que hay que sumar el golpe de la inflación, que hace que los costes agrarios suban el 22% en España.
Además, medidas del Gobierno como las subidas del SMI o de las cotizaciones sociales impulsan los costes laborales y ponen aún más en entredicho las explotaciones. Y por si faltara algo, el campo también sufre el golpe de las medidas legislativas de Bruselas en su objetivo de ser los más verdes y limpios del mundo y que elevan aún más sus gastos. Ante este cúmulo de factores, algunos gigantes de la industria agroalimentaria (como Acesur, Borges o Ebro Foods) han visto en Marruecos una especie de tabla de salvación. De hecho, el número de firmas que han abierto delegaciones en el país norteafricano crece un 35% en tres años y suma ya un total de 50.
Todas ellas se van a Marruecos con el objetivo de reducir los costes y ser más competitivas. No en vano, estas mismas compañías venden desde el país alauita sus productos a la propia UE. Esto supone una clara competencia desleal, ya que dichas referencias no cumplen las estrictas condiciones de producción que rigen en Europa. Pero el éxodo obligado de firmas a Marruecos también evidencia el impacto negativo que para el campo europeo (y otras industrias como la del motor o las renovables) supone el Pacto Verde de la UE. No en vano los objetivos de emisiones en exceso ambiciosos de los Veintisiete condenan a los agricultores europeos a no poder competir con otros países y es lo que ha generado las protestas masivas del sector. Urge repensar la transición ecológica para que Europa no se pegue un tiro en el pie.