
En los últimos años llevamos viviendo situaciones inéditas. No acabamos de asimilar un fenómeno o una situación cuando nuevamente surge otro acontecimiento que viene a sorprendernos aún más. Eso, últimamente, está pasando en el sector oleícola.
Nunca antes en España se habían vivido dos campañas consecutivas con muy mala producción, entiendo que la pasada y la venidera van a estar en el entorno de las 700.000 toneladas de producción de aceite de oliva cuando teníamos medias que estaban en el doble. La principal consecuencia la padecen los olivareros que ven como caen sus ingresos y se le han incrementado los costes. Hay muchas explotaciones y almazaras que verdaderamente están pasando situaciones dramáticas por la caída de las cosechas.
Paradójicamente pese a que el precio está más alto que nunca. Cuando hace unos años las cotizaciones en origen llegaron a estar por encima de 4 euros, se pensaba que esa era una barrera infranqueable, pero hete aquí que ha llegado a estar en momentos al doble, y sin embargo hemos conseguido afrontar esta campaña pasada vendiendo todas las disponibilidades. Esto es, pese a las dificultades, se ha podido atender la demanda del consumo, que ha caído, pero es que no podía ser de otra manera si no hay producción. También es verdad que los consumidores se están enfrentando a un contexto de crisis inflacionista generalizada, todo está caro.
El agua
Y precisamente una de las razones -sino la principal- que explica esta subida de precios alimentarias viene dada por la sequía y por el hecho de que no se ha hecho una buena gestión de las políticas hídricas.
En situaciones extremas como la que vivimos (nunca antes se había vivido esta falta continuada de lluvias junto a temperaturas altas durante tanto tiempo) es cuando se refleja y se ven las consecuencias de esa dejadez por parte de las Administraciones. Indudablemente, con más recursos de agua, el contexto sería distinto, porque habría más producciones y los precios no estarían tan altos. Más allá de consideraciones ideológicas, el agua en la agricultura sirve para producir alimentos, que quede claro.
En Dcoop venimos defendiendo desde hace mucho tiempo que hay que mejorar el acceso al agua que producir alimentos, para frenar el desierto y para que siga subsistiendo el medio rural. Agua para el campo, como los proyectos de uso de aguas residuales depuradas. Ya no se puede esperar más, hay que actuar para que vayamos disponiendo de estos recursos cuanto antes.
Comercialización
Otra de las consecuencias de la situación que estamos viviendo precisamente por la escasez de cosecha debido a la falta de agua es la pérdida de mercados. Llevamos muchos años invirtiendo para conseguir llevar nuestro aceite a muchos rincones del mundo y ahora nos encontramos con que no tenemos producto. Esto va a hacer que el consumidor derive a otras grasas y que luego tardaremos tiempo en recuperarlos.
Precisamente por ello, el Grupo Dcoop viene desarrollando un proyecto de comercialización que tiene un especial énfasis en el envasado, habiéndonos convertido en uno de los grandes operadores del mercado mundial gracias a la alianza con Pompeian. Ya estamos embotellando más de la mitad de nuestra producción de media. Y esto va a ser fundamental para cuando volvamos a situaciones con producciones normales. Tenemos que tener abiertos canales de comercialización para cuando vengan años buenos de producción.
Entretanto, también tenemos que adaptarnos a los nuevos requerimientos del mercado: adaptando nuestras explotaciones (cada una tiene su diagnóstico y su solución: reconvirtiéndolas, accediendo al agua, producción ecológica…), insistiendo en la calidad como un vector constante, luchando contra el fraude y siendo sostenibles.
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