
Estamos a las puertas del otoño. El Instituto Nacional de Estadística está revisando sus estimaciones del crecimiento del PIB de los últimos años. Como se atribuye al escrito norteamericano, Mark Twain, "hay mentiras, grandes mentiras y mentiras estadísticas". Hacernos trampas en el solitario económico, jugando con los datos y generando titulares al estilo de que España va como una moto, me parece poco ético. Porque la realidad, y sobre todo, el futuro inmediato, no dice eso.
Las familias se han quedado sin el ahorro generado en la COVID-19. Solo en este año se han perdido casi 20.000 millones de euros. Pero es que con una inflación del 2,6% en agosto y una subyacente del 6,1%, no podemos decir que estamos fenomenal. Y esto ya se está trasladando a la toma de decisiones de los hogares. El volumen de hipotecas se ha desplomado en más de un 13% en los primeros seis meses del presente año, y con un incremento de los precios de las viviendas en más de un 37% desde agosto de 2015, el acceso de la propiedad se está haciendo imposible. Y sin hablar de los tipos de interés que siguen creciendo, aunque se atenúe el ritmo, y que, a cada revisión de la hipoteca de un hogar, la cuota sigue aumentando.
En esto contexto nacional, nos encontramos con una desaceleración generalizada a nivel mundial de las economías más avanzadas del 2,7% del 2022, al 1,5% del 2023 y de un 1,4% del 2024. Y si hacemos el zoom en Europa, el nivel de caída es aún mayor: del 3,5% del 2022 al 0,9% esperado del presente año.
"Casi todos los indicadores europeos, tanto de servicios como industriales, están entrando en zona de contracción"
Y es que la locomotora europea, Alemania, sigue gripada con un sector exterior que no despega y con un problema, la energía, aún en vías de solución. Casi todos los indicadores PMI tanto de servicios como manufactureros e industriales europeos están entrando en la zona de contracción por debajo del nivel 50. Alemania, no tira, Italia y Francia se van cayendo y los Países Bajos ya se han caído.
Y si recordamos, la economía española está vinculada "grosso modo" con la europea con un 70% de las exportaciones y otro tanto con las importaciones. Es decir, lo que pasa en Europa nos afecta directamente. Por lo tanto, la coyuntura nacional no puede desvincularse de nuestro entorno más inmediato.
Nubarrones
¿Y cuáles son los nubarrones que podemos adivinar en el horizonte? La demanda interna se está frenando. Los costes de financiación se están haciendo insostenibles. Las pólizas de crédito más caras y las hipotecas escalando mes a mes. El consumo de las familias retrayéndose por la falta de liquidez, el encarecimiento de la vida, la no indexación salarial al IPC y la dificultad en el acceso a la financiación. La bola extra del ahorro generado en los tiempos de la pandemia, y que ayudó en el otoño pasado a evitar el descalabro, se ha esfumado.
Y si esto fuera poco, componentes de la demanda agregada que nos ayudaron en otros tiempos, no van como se esperaba. Me refiero, por ejemplo, al turismo. El número de turistas no vuelve a los datos prepandémicos, sobre todo el nacional, y el gasto medio sigue alejado. Y si esto fuera poco tenemos el problema de la sequía que no afecta solo al sector primario como es normal, sino a la industria agroalimentaria, tan focalizada al sector exterior y a las exportaciones, que se une a la contracción del mercado internacional como apuntaba al inicio de esta columna.
Por lo tanto, hay que activarse. Y el escenario político no ayuda a esto. Un gobierno en funciones. Un presupuesto del Estado sin elaborar para 2024. Una administración general estatal solo activando el gasto corriente. Y una incertidumbre que atenaza las decisiones del sector privado, hacen que no nos enfrentemos en las condiciones idóneas para hacer frente a este otoño tan complicado que se avecina. El año pasado sorteamos el vendaval por estas fechas. Esta vez yo creo que nos arrastra.
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